Mariano Schuster
En un mundo dominado por las redes sociales, los libros siguen siendo importantes. La derecha lo sabe y también libra sus batallas desde la industria editorial. Ezequiel Saferstein, sociólogo especialista en edición y cultura impresa, analiza cómo las derechas radicales se hicieron fuertes con los libros en la mano.
Durante los últimos años, los libros de las derechas radicales han vivido un proceso explosivo. Los autores de estos libros, que en América Latina suelen reconocerse en el pensamiento (paleo)libertario, aspiran a dar una batalla cultural que incluya articulaciones con derechas nacionalistas, conservadoras y religiosas. Con libros rutilantes que pretenden enseñar a «combatir al progresismo» y al «marxismo cultural», los argentinos Agustín Laje y Álvaro Zicarelli, los brasileños Ana Carolina Campagnolo y Bruno Garschagen, y el chileno Axel Kaiser, están evidenciando el desarrollo un nuevo campo cultural de derecha, a la vez que una serie de mutaciones en la industria de los libros políticos.
El sociólogo Ezequiel Saferstein se ha dedicado a estudiar este fenómeno editorial a través de un trabajo de campo que incluye entrevistas a los autores, a los editores y a los lectores de los nuevos libros de derecha. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador en la Escuela IDAES de la Universidad de San Martín, donde también es docente de posgrado, este especialista en la historia y la cultura del libro y la edición, ha analizado el fenómeno minuciosamente en diversos trabajos académicos y periodísticos. Autor del libro Cómo se fabrica un best seller político (Siglo XXI, 2021), explica qué pasa con los nuevos libros de la derecha, cuál es la relación entre autores y editores, y qué articulaciones políticas pretenden producir quienes escriben para construir una nueva hegemonía cultural.
En los últimos años se ha producido un auge de libros escritos por autores y autoras jóvenes que se autodenominan de derecha y que buscan establecer un contrapunto y una crítica a aquello que identifican como «el progresismo». ¿Cómo ha impactado este proceso en la industria del libro y cómo se ha producido la emergencia de estos autores en el campo editorial? ¿Este proceso responde a una lógica de oposición a los gobiernos progresistas regionales o existen fenómenos más novedosos en este apogeo de lo que podríamos llamar «los libros de la derecha»?
Por un lado, es estrictamente cierto que, en buena parte de los países de América Latina, y sobre todo en casos que he estudiado como los de Argentina y Brasil, funciona la lógica de la oposición en la industria del libro mainstream. Durante la década de 1990, que se caracterizó por gobiernos de corte neoliberal, los libros que podían ser catalogados como «progresistas» funcionaban muy bien, mientras que, durante el período de gobiernos de la marea rosa, los libros con posicionamientos de centroderecha primero y luego más decididamente de derecha, tuvieron un proceso de expansión. En ambos casos se verificaba, además, un buen funcionamiento de los libros de investigación periodística que denunciaban prácticas corruptas e irregulares por parte de los gobiernos de turno. La mirada crítica matizada, la oposición, o como me dijo un editor, el franco «oposicionismo» funciona bien en términos comerciales y editoriales. Es percibido, de un modo u otro, como un discurso crítico al oficial.
Ahora, sin embargo, nos encontramos con un escenario diferente. Los libros de las autodenominadas «nuevas derechas» ya no tienden, como los que los precedieron, a atacar algunos aspectos de los gobiernos progresistas, como podían ser, por ejemplo, los libros críticos de las políticas de derechos humanos o con posiciones «anticorrupción». Estos nuevos libros, que tienen entre sus principales autores a los argentinos Agustín Laje y Nicolás Márquez, a los brasileños Olavo de Carvalho o Bruno Garschagen o al chileno Axel Kaiser, introducen una novedad que refiere a una forma global de discutir con la cultura progresista en lo que puede considerarse una verdadera batalla cultural. Por lo general, se trata de autores ligados al pensamiento libertario –o «libertariano»–, cuyo eje central es reponer una articulación entre múltiples derechas –libertarias, liberales, nacionalistas, conservadoras, religiosas– para derrotar a su enemigo: lo que llaman «marxismo cultural». Ese «marxismo cultural» se caracterizaría ya no solo por posiciones igualitaristas –que son tachadas de «socialistas»– en el ámbito de la economía y las políticas sociales, sino por una serie de discursos y prácticas ligadas a los movimientos feministas y LGTB+, que vendrían a disgregar los «valores tradicionales» que muchos de estos autores buscan «conservar».
El hecho de que muchos de estos libros sean publicados por grandes grupos editoriales introduce una novedad, ya que los discursos de derecha duros o radicales no solían ser tenidos en cuenta por las grandes empresas de la industria del libro. Los editores tendían a ver en esos trabajos y en esas ideas una radicalidad excesiva y consideraban, al mismo tiempo, que el mercado para esos libros era muy minoritario. Hoy eso parece haber cambiado.
¿Existían antecedentes más matizados de libros de corte similar o este es un fenómeno absolutamente nuevo?
En Argentina es posible encontrar algunos antecedentes, pero, efectivamente, se circunscribían a temáticas muy específicas. El debate que generó la política de los gobiernos kirchneristas sobre los derechos humanos y la memoria reciente ligada a la dictadura militar y la década de 1970, ejemplifica bien esta cuestión. En el contexto de esos debates, durante el año 2008, el grupo editorial Random House comenzó a publicar los libros de Juan Bautista «Tata» Yofre, ex-secretario de inteligencia durante el gobierno de Carlos Menem, en los que se discutía lo que se consideraba una visión «de izquierda» –que había sido parcialmente repuesta por los gobiernos kirchneristas– sobre la década de 1970. En el mismo sentido, aunque con más matices, se ubicaban los libros del periodista Ceferino Reato. Se trataba de libros que pretendían discutir, con cierta radicalidad y desde perspectivas de derecha –aunque presentadas como investigaciones periodísticas o históricas–, lo que consideraban el «discurso oficial» del kirchnerismo y de los organismos de derechos humanos. En ese proceso vemos la forma en la que autores como Yofre, que antes era publicado por una editorial marginal que tenía una escasa circulación por las grandes librerías, produce un «pasaje al mainstream» al ser publicado por Sudamericana. Y esto incide rápidamente en la repercusión política y mediática de sus planteos.
¿Estos nuevos autores de derecha también publicaban en editoriales de menor circulación? ¿Cómo se produce su pasaje al mainstream editorial?
Los autores de las derechas contemporáneas vivieron un proceso similar, aunque a una escala mayor. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Agustín Laje, que resulta paradigmático en este sentido. Laje, que tiene hoy 34 años, publica sus primeros libros en Unión, una pequeña editorial de derecha con sede en España pero con filial en Argentina. Se trata de una editorial que ha publicado a todos los autores de la escuela austríaca de economía, por lo que está bien ubicada dentro del pensamiento liberal y libertario, aunque su catálogo se compone también de libros de autores más nacionalistas, reaccionarios y del catolicismo conservador que discuten, por ejemplo, cuestiones de género y diversidades, así como también libros sobre los años setenta. Se trata de una editorial en la que, si bien prima lo liberal y lo libertario –con autores como Hayek, Mises y Rothbard como voces centrales– articula también con otras derechas. En 2011, Editorial Unión publicó un libro de Laje sobre «los mitos setentistas» y, en 2013, editó otro sobre el «relato kirchnerista» en el que Laje era coautor junto a su primer maestro, el abogado y ensayista Nicolás Márquez. Finalmente, en 2016 publicaron juntos El libro negro de la nueva izquierda. Ese libro consiguió, a través de las redes, del boca en boca y de plataformas como Amazon, una circulación muy importante, al punto que les permitió incluso hacer una gira por América Latina y por España. De ese crecimiento, que podríamos decir que fue «desde abajo» –quiero evitar tesis conspirativas relativas al financiamiento de los grandes capitales, en tanto estos financiamientos pueden existir, pero no determinan por sí solos los procesos reales de circulación– se produjo un salto a las grandes editoriales. Laje fue convocado a una reunión en el sur de Estados Unidos con editores de Harper Collins, un grupo editorial comercial orientado principalmente al campo religioso –es el mayor vendedor de biblias del mundo–, aunque no solamente a él, ni con visiones exclusivamente de derecha. Allí, Laje firmó un contrato para publicar tres libros, de los cuales el primero es La batalla cultural, publicado en 2022, y Generación Idiota, publicado este año. Resta, entonces, la publicación del tercer libro.
Este proceso muestra a Laje como un exponente de la visibilidad y la resonancia de estas derechas en el campo editorial. Ese campo, que a veces no es estudiado lo suficiente, es importante, ya que nos permite ver dinámicas de interrelación entre el mercado, la política y la cultura. En ese marco, estos autores se van convirtiendo en referentes, apuntalados por los editores y por la industria que intervienen claramente en el proceso de circulación de sus libros. El libro aparece como un objeto legitimador que les permite a sus autores abrirse camino dentro de distintos ámbitos de pertenencia, como puede ser por ejemplo el espacio intelectual y político de las derechas. Son personajes que tienen mucha presencia y visibilidad en las redes (Laje tiene 1,8 millones de suscriptores en su canal de Youtube) o en el ámbito de las agencias de noticias «alternativas» de derecha, pero que en los eventos y círculos de derechas son presentados como autores de libros. Es ahí donde aparece un elemento fuertemente relacionado con la cultura del libro, con la circulación y difusión de ideas materializadas en un objeto impreso. Este tópico, que ha sido muy ponderado y estudiado para la cultura de izquierdas, también tiene presencia y relevancia en el campo de las derechas.
¿Qué relación tienen estos autores con las ferias del libro? ¿Las asocian al mercado y a la industria o también las consideran un espacio cultural de las izquierdas? ¿Qué supone para ellos llenar salas y vender libros en las ferias?
Durante la presentación del libro La batalla cultural en la Feria del Libro de Buenos Aires en 2022 y más aún en la de Generación idiota en 2023 resultó muy evidente el sentimiento de que habían ganado «un espacio de la izquierda». En 2022 Laje presentó su libro junto a Nicolás Márquez y al economista y político libertario Javier Milei –ahora candidato a presidente por el partido La Libertad Avanza– en un evento que fue muy masivo, llenó la sala más grande de la Feria del Libro y dejó afuera a muchos asistentes que no consiguieron lugar. El evento fue organizado por Hojas del Sur, la editorial que imprimió el libro en Argentina a través de un acuerdo con Harper Collins, y por el centro de estudios Cruz del Sur, ligado a un grupo de jóvenes católicos que defienden la idea de «Dios, Patria y Familia» mediante distintas iniciativas vinculadas a «la causa de los militares» de la década de 1970 y a temas como el combate a la «llamada ideología de género». Segundo Carafí, el presidente de ese centro de estudios, en su presentación de aquel evento dijo: «llegamos a la Feria del Libro, llegamos al lugar copado por la izquierda». Y Laje repitió algo similar unos minutos después. En la presentación de este año, en la que Laje dialogó –también a sala llena– con Vicente Massot, el ex-dueño del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, el clima fue en parte similar, pero con un tono distinto: ya no había sorpresa por llenar el auditorio más grande de la feria, sino que se tornó un evento más asentado. Si en 2022 aparecía la idea de «copar» la feria, esta vez se agradeció y aplaudió a la Feria del Libro como un evento consolidado, con un autor ya consagrado como bestseller del mainstream editorial. Y lo mismo ocurre en otras ferias de América Latina. Por ejemplo, la revista Semana de Colombia tituló recientemente: «Agustín Laje: apoteósica presentación en la Feria del Libro con más de 3.000 personas y 7 horas de firma de libros».
En este sentido, la Feria del Libro –y el mercado del libro en general– aparece como un espacio de la izquierda que está siendo disputado. Ciertamente, resulta interesante ver como ocupan un espacio que manifiestan, o mejor dicho manifestaban, sentir como ajeno. En el marco de lo que ellos mismos consideran como su «batalla cultural», estos autores de derecha afirman que publicar libros y ocupar la Feria del Libro es parte de un proceso de combate por la hegemonía. En ese marco, ellos responderían con un categórico «sí» a la pregunta del libro de Pablo Stefanoni ¿La rebeldía se volvió de derecha? En Generación Idiota, Laje llega incluso a citar el trabajo de Stefanoni para afirmar que el hecho de que autores de izquierda estén observando su fenómeno es un indicador de que están yendo por el buen camino. Además, se monta sobre el libro de Stefanoni para afirmar que efectivamente son rebeldes, en tanto consideran que el statu quo es de izquierda y que, por lo tanto, sus posiciones van a contramano de lo impuesto. Es en ese mismo sentido que consideran que ocupar el mercado del libro es una forma de resistencia y de rebeldía. Ven a ese mercado como culturalmente progresista y sustancian esa posición argumentando, por ejemplo, la forma en la que la industria del libro adoptó rápidamente como temática la cuestión de género. Luego de la explosión del movimiento Me Too en Estados Unidos y de diversas expresiones feministas en América Latina, la industria editorial se habría lanzado rápidamente a publicar libros sobre esas temáticas que, también rápidamente, consiguieron un espacio privilegiado en las principales librerías. A eso, autores como Laje y Guadalupe Batallán o la brasileña Ana Carolina Campagnolo, contestan: «¿ven que ahora esto es el mainstream, el statu quo? Ocupemos entonces ese mainstream y disputemos». El problema que tienen, en ese sentido, es el de cualquier movimiento de ese tipo: ellos también se vuelven mainstream, también ocupan bateas de las librerías y llenan las feria del libro.
El último libro de Agustín Laje se titula Generación Idiota. Olavo de Carvalho, el referente intelectual del bolsonarismo en Brasil fallecido en 2022, publicó otro libro titulado Lo mínimo que necesitas saber para no ser un idiota. ¿Qué sentido le dan estos autores a la categoría de «idiota»?
Estos autores comienzan sus exposiciones con referencias a Platón y la etimología griega de la palabra, para luego utilizar la categoría «idiota» para referirse a la forma en la que consideran que el progresismo se ha vuelto una sátira de sí mismo. El libro de Olavo de Carvalho, publicado en 2013 por la editorial brasileña Record, además de ser un bestseller en Brasil, fue un libro que funcionó como referencia del bolsonarismo, al punto que el presidente lo exhibía en transmisiones en vivo junto a la Constitución Federal, la Biblia y la autobiografía de Winston Churchill. En ese libro, que es en realidad una compilación de sus notas, Olavo hablaba de los «idiotas útiles» para referirse a los «petistas» (miembros del Partido d los Trabajadores) y a los «izquierdistas» como ignorantes de su condición de manipulados.
En el caso de Laje, pasa algo similar. En uno de los videos de promoción de su último libro, se refiere como idiotas a quienes, atravesados por el progresismo, buscan respuestas sobre diferentes temáticas en figuras «pop» como Miley Cyrus o Ricky Martin que se encontrarían enmarcadas en posiciones feministas y prodiversidades. Aunque en su libro le da una pátina intelectual a la categoría de idiota, remitiéndola al idios griego –este tipo de operación suele ser habitual en Laje, que intenta volver al sentido etimológico de las palabras–, su conceptualización de idiota se vincula esencialmente a esto: a quienes hablan de «autopercepción de género», a quienes «aman el victimismo» y a quienes «aman los medios de comunicación hegemónicos» que, lógicamente, para Laje, serían de izquierda. En base a esta caracterización, hace una jugada interesante y, tanto en algunos de sus libros como en diversas presentaciones, les pide a sus seguidores que no lo acompañen solamente en sus redes sociales y en sus videos de YouTube, sino que «se formen» y «lean libros» (y no solamente el suyo). El argumento fundamental es que no quiere que lo sigan «idiotas», sino «personas críticas» que puedan profundizar y salir de los pensamientos simplistas. En este sentido, es interesante contrastar la posición de Laje con los planteos de sectores de izquierda, que suelen argumentar que los jóvenes seguidores de estos autores «solo se forman con YouTube y las redes». Es posible que eso sea parcialmente cierto, pero los propios autores convocan a la lectura como espacio privilegiado para la formación del pensamiento crítico. Y eso es algo que, paradójicamente, podría haber dicho cualquier intelectual de izquierda de las décadas de 1960 y 1970. En las entrevistas que realizamos junto a la socióloga Analía Goldentul a los jóvenes quienes siguen a estos autores, es clave la idea del libro que estos jóvenes tienen como una herramienta de formación, como fuente de datos y de referencias y, además, como un artefacto que les permite fortalecer sus argumentos y posicionarse. Los libros (y también los videos y posteos) les sirven para sus discusiones cotidianas, en las redes, pero también en los espacios educativos, con sus docentes o compañeros. Con El libro negro de la nueva izquierda eso se evidenció claramente: los lectores citan al libro como aquel que les permitió discutir con feministas y progresistas con argumentos y datos. De hecho, ese libro es una referencia en círculos cristianos preocupados por la «ideología de género» o de activistas intranquilos con la educación sexual integral en los colegios. El movimiento «Con mis hijos no te metas» tiene al Libro negro como un marco teórico y argumentativo fundamental y parte de las giras latinoamericanas por Perú y Chile se relacionan con ello. Estos libros suelen tener muchísimas referencias y notas al pie, y por más que muchas sean de dudosa calidad y difícil comprobación, el punto es que se presentan como fácticas y así son leídas y utilizadas.
Algunos de los conceptos que estos autores utilizan de modo más o menos corriente remiten a conceptualizaciones propias de la izquierda política y de la izquierda cultural. Me refiero específicamente a conceptos como «hegemonía» o «batalla cultural», referencias claras del pensamiento del comunista italiano Antonio Gramsci. ¿Tienen estos autores una lectura de Gramsci y de otros pensadores vinculados a la esfera cultural de la izquierda, como Raymond Williams o Stuart Hall?
Este es un tema muy interesante y sobre el que me gustaría puntualizar algunas cuestiones. Claramente Gramsci es una referencia. A priori, diría que la Escuela de Birmingham tuvo menos eco, pero no sé si podría descartar algunas de esas lecturas. Los autores centrales de la izquierda o del campo nacional-popular de los que han bebido son Gramsci y Ernesto Laclau, que suelen aparecer en algunos libros con referencias directas. De estos autores, recuperan la idea de batalla cultural y hegemonía, pero para trabajar en una lógica política contraria a la que estos autores planteaban. De hecho, ponen esos conceptos al servicio de la lucha contra el «marxismo cultural». El caso de Agustín Laje –e insisto con él porque es quien por ahora se posiciona más con un uso extenso de bibliografía y con cierta pretensión de erudición– esto es muy visible. En sus libros figuran Gramsci y Laclau, pero también Althusser, Weber y los autores de la Escuela de Frankfurt –principalmente Adorno y Marcuse–. Por lo general invitan a leerlos en función de la idea de «conocer al enemigo», aunque también en una clave interpretativa que les sirve para posicionar sus propios puntos de vista. En tanto consideran que la izquierda ha ganado la batalla cultural, la convocatoria a leer a esos autores está mediada por la concepción de que tienen algo que decir a la hora de disputar esa batalla desde la derecha. Al utilizar conceptos como «hegemonía» y «contrahegemonía» proponen conocer a este tipo de pensadores para conseguir lo que creen que la izquierda ha logrado con ellos. En cuanto a la calidad de los «usos» de esos pensadores, resulta muy variable. El aparato intelectual de Laje y de Olavo de Carvalho es, por ejemplo, más refinado que el de Nicolás Márquez, que tiene menos referencias teóricas. Desde un lenguaje pretendidamente más académico, el brasileño Thomas Giulliano trae a otro autor referenciado en el campo de las izquierdas, esta vez en el plano de la educación. En el libro que compiló, Deconstruyendo a Paulo Freire (Historia Expressa, 2017), habla de un «marxismo freireano» que, alejándose de Jesús y acercándose al Che Guevara, rechaza los valores y deberes espirituales, éticos y morales.
Más allá del uso de ese tipo de referencias, ¿se consideran a sí mismos como intelectuales?
Sí, se consideran intelectuales y conforman un circuito de legitimación con criterios propios del campo de las derechas que se traspone a otros criterios de consagración, como el mercado de libros en donde pueden llegar a ser bestsellers. Aunque los casos son muy diversos, el de Álvaro Zicarelli puede ser iluminador para esta cuestión. Autor del libro Cómo derrotar al neoprogresismo, publicado por Sudamericana en 2022, Zicarelli se presenta directamente como un intelectual. En la biografía que aparece en su libro dice que «realizó estudios en filosofía, historia, relaciones internacionales, estrategia y geopolítica como discípulo de los intelectuales Juan José Sebreli, Carlos Escudé, Rubén Zorrilla y Alberto Benegas Lynch (h)». Y en la contratapa también lo presentan como «uno de los intelectuales e influencers más polémicos de la nueva derecha argentina». Eso lo replican Agustín Laje, prologuista del libro, y Axel Kaiser, autor del epílogo, segmentos que junto con los paratextos funcionan como legitimadores, porque halagan al autor en cuestión. De hecho, en los agradecimientos del libro Zicarelli hace lo mismo: dice que Laje es «una síntesis superadora y creativa entre Roger Scruton y Jordan Peterson» y que Axel Kaiser es «el más lúcido e importante divulgador de las ideas de libertad en español de nuestra generación». Y eso le permite entrar al propio autor en ese circuito, sea por las ventas del libro, sea por el camino emprendido que el libro publicado viene a querer materializar y generar dividendos simbólicos o políticos. Quiero decir: en su libro, Zicarelli da cuenta de su forma de llegada a la política y a los libros, y cómo pasó de la izquierda a la derecha –él ubica su militancia en la Franja Morada, la agrupación estudiantil radical, como parte de la izquierda–. Relata su camino y lo materializa en un libro. En él, además, apuesta a dar una receta para derrotar al progresismo, que le da título al libro. Lo interesante es que, hacia el final, Zicarelli releva una lista de palabras con las que la izquierda acusa a la derecha (neoliberales, fascistas, autoritarios) y brinda recetas discursivas para contestarles a quienes los acusan de esa manera. Este esquema, propuesto ahora por Zicarelli, se repite en otros autores que utilizan los últimos capítulos de sus libros para recomendar fórmulas y respuestas a quienes consideran sus enemigos o sus adversarios, a la vez que para promover una suerte de programa político-intelectual de derecha. En definitiva, no se trata de libros que solo se dedican a antagonizar con la izquierda, sino de trabajos que pretenden sumar algún tipo de propuesta o herramienta programática para sus seguidores.
El marco de las nuevas derechas suele tener componentes muy distintos entre sí. Las hay de tendencias libertarias, pero también nacionalistas y más típicamente conservadoras. Los autores de estos libros de gran éxito editorial en América Latina parecen estar más asociados al libertarismo estadounidense. ¿Tienen vínculos con otras derechas? ¿Cómo se relacionan con las derechas nacidas, por ejemplo, al calor del pensamiento de personajes como el francés Alain de Benoist?
Efectivamente, tanto en el caso argentino como en el brasileño, en el que se destacan, además de Olavo de Carvalho, autores de la nueva derecha como Bruno Garschagen, Ana Caroline Campagnolo y Thomas Giuliano, lo que se evidencia es una primacía del pensamiento libertario que tiene como referentes a los pensadores de la escuela austríaca de economía. En ese sentido, es un pensamiento distinto al de la Nouvelle Droite pensada por De Benoist, que tienden a entroncar más con los fenómenos de las extremas derechas europeas. Lo que se verifica es una fuerte dosis de pragmatismo que lleva a estas derechas más libertarias a articular ideológicamente con esas otras derechas, con las que comparten puntos de vista críticos sobre cuestiones como el feminismo y las diversidades y con las que coinciden en la primacía de la familia tradicional. Los autores brasileños sobre los que he trabajado en una investigación junto a mi colega Thiago Augusto Pereyra, son incluso traductores de autores clásicos del pensamiento libertario y, en algunos casos, tienen membresía en el Instituto Mises de Brasil. Los pensadores de corte más nacionalista, conservador y católico, aparecen en un segundo plano, pero tanto en los autores libertarios argentinos como en los brasileños hay una apelación a la articulación con esos sectores. Estas fusiones, que se dan en el terreno político como muestran investigaciones de diversos colegas, tienen también su correlato o expresión editorial.
El pragmatismo, tal como lo entienden, se basa la necesidad de evitar el purismo ideológico y en el desarrollo de una apuesta extensa de articulación con sectores conservadores, nacionalistas y religiosos escorados a la derecha. En este marco reivindican al último Rothbard que se posicionaba como un libertario con una perspectiva conservadora. La apelación fundamental es, entonces, a la construcción de un «nosotros» amplio, que nacería de esa articulación con las distintas vertientes de la derecha. Laje, por ejemplo, lo expresa claramente cuando afirma: «Creo que una nueva derecha podría conformarse en la articulación de libertarios no progresistas, patriotas no estatistas, conservadores no inmovilistas y tradicionalistas no integristas. El resultado sería una fuerza resuelta en la incorrección política que podría traducirse como una oposición radical a la casta política nacional e internacional, al estatismo y al globalismo, al establishment multimediático y la hegemonía progresista que domina la academia, a los ingenieros sociales y culturales de las Big Tech y del poder financiero global inclinados sin disimulo alguno hacia la izquierda cultural». Nicolás Márquez decía que aspiraba a ver «liberales que crean en la vida desde la concepción, conservadores que crean que la tradición tenga que estar al servicio del progreso y nacionalistas que no confundan el amor a la patria con el amor al Estado». Esa es la síntesis de lo que creen o, al menos, de lo que dicen buscar.
El tipo de pensamiento que expresan tiene algunas dosis de conspirativismo. Tienden a marcar correlaciones como si fueran causalidades, por ejemplo, en relación a los financiamientos de determinadas iniciativas culturales…
Efectivamente, aparece una idea conspirativa en la que Soros, la Fundación Bill Gates o Planned Parenthood figuran como los grandes financistas de la izquierda cultural. Algo que, lógicamente, si uno se lo plantea a alguien que se autoperciba de izquierda, se reiría bastante.
¿Cómo se concilia esa posición con su defensa del capitalismo sin restricciones que es, de hecho, lo que defienden muchos de los mismos actores a los que acusan de ser propagadores de la izquierda cultural? ¿No encuentran una contradicción en el hecho de sostener una posición explícitamente procapitalista y luego condenar a algunos de los principales capitalistas como promotores del progresismo?
Lógicamente, esa contradicción existe, pero intentan subsanarla del siguiente modo. Se definen como procapitalistas y promercado, pero aspiran a depurar los marcos culturales de izquierda del propio ámbito del capitalismo. Su tesis, en este sentido, es muy clara: la izquierda fue derrotada políticamente en las décadas de 1970 y 1980, pero triunfó en el campo de la cultura y hay un establishment que la sostiene. La conclusión es lógica: sus batallas deben centrarse en el mismo ámbito cultural. En tal sentido, se manifiestan contra los libros de género y feminismo, contra la introducción de diversidades en plataformas como Netflix, contra las celebrities que participan del movimiento Me Too. El planteo, que claramente tiene dosis de conspiranoia, aunque no lo explican del todo, intenta mostrar que la cultura progresista está vinculada a un establishment que la sostiene en su batalla por el sentido común. Es bajo ese criterio con el que se oponen a que fuerzas capitalistas apuntalen o defiendan esos valores, pero esto no hace mella en su posición procapitalista. Resumidamente, a la vez que expresan una visión y una perspectiva del capitalismo puro y sin regulaciones como panacea de la libertad, manifiestan visiones conservadoras en aspectos societales. Y, de hecho, conectan los dos puntos al sostener que los valores «occidentales y cristianos» son los que regulan mejor a las sociedades capitalistas libres. El marxismo cultural vendría, para algunos de estos autores, a sabotear ese proceso de libertad, apuntalado no solo por las concepciones más propiamente marxistas, sino también por las teorías queer y de género, que son mencionadas, por ejemplo, en El libro negro de la nueva izquierda de Laje y Márquez.
¿La apelación de estos autores es hacia un público amplio o se circunscribe a los jóvenes? ¿Ven en la juventud la punta de lanza para la construcción de esa «hegemonía de derecha»?
Sí, la apelación de estos autores es principalmente hacia el público juvenil, en tanto consideran que los actores centrales de esa «rebeldía de derecha» depende de las nuevas camadas. Debemos tener en cuenta que, quitando algunas excepciones, los propios autores pertenecen a una generación relativamente joven. En tanto quieren formar un movimiento cultural y político dinámico y presente en las redes sociales y las más diversas plataformas contemporáneas, buscan a la juventud como público privilegiado. Eso lo vemos en los eventos y presentaciones que asistimos y analizamos con Analía Goldentul en nuestros trabajos. Hay exhortaciones directas a los jóvenes para que vayan a las presentaciones, para que lean los libros y los utilicen como material formativo. Aun así, los libros exceden claramente la cuestión del público. El libro ayuda a generar comunidades de lectura, reafirma la identidad política, es un artefacto comercial, cultural y político que sirve de herramienta para posicionarse, lo lean o no lo lean.
¿Cuál es la mirada de los editores de estos libros respecto de la ideología de los autores? ¿Su determinación de buscar el mercado de derecha pasa por criterios meramente comerciales o se desarrollan afinidades políticas?
Este tema es interesante porque nos habla de la función editorial que nunca es meramente comercial sino también cultural, intelectual y política. Los editores suelen decir que la publicación de estos libros obedece a una lógica principalmente comercial. Una posición que podría resumirse en una frase de este tipo: «en esta coyuntura estos libros venden y en otro marco probablemente no pasaría lo mismo». Se trata de una justificación editorial asociada al mercado. Además, estos editores tienden a tener una postura muy positiva respecto de estos autores, aunque no necesariamente ceñida a lo ideológico. Los reconocen como autores que se toman muy en serio el trabajo de escritura, que cumplen los plazos, que están atentos a las devoluciones de los editores y los correctores. A las editoriales les resulta productivo trabajar con autores con disciplina, que no incumplen los compromisos, que responden de manera permanente y que, además, venden mucho sus libros a través de sus propias redes. Son autores que «militan» sus libros, que hacen promoción permanente. Comercialmente, viene siendo una veta exitosa. Pero el mundo editorial, lo sabemos, no se rige solo –aunque sea fundamental– por las ventas, sino por la construcción de un catálogo. Arnaldo Orfila Reynal, editor del Fondo de Cultura Económica y luego fundador de Siglo XXI, no daba entrevistas sobre política bajo este argumento: «todo lo que pienso está en mi catálogo». Lo que quería poner de manifiesto es que la elección de determinados libros expresa también los criterios de un editor. Los editores de libros de política que he entrevistado, tanto los de esta etapa actual de libros encasillados en la derecha, así como también en los editores de libros de coyuntura que trabajé en mi libro Cómo se fabrica un best seller político, se manejan con cierta ambigüedad, en tanto manifiestan una idea que puede resumirse así: «yo publico para vender y lo que yo leo es problema mío». Pese a ello, cuando uno reconstruye los catálogos encuentra cuadros de afinidad con lo que escriben estos autores de la derecha. Los editores no son solo gestores del negocio editorial, sino agentes que establecen un vínculo, que seleccionan material, lo jerarquizan y lo ponen en circulación. Son actores claves de lo que se lee y de lo que se impulsa a leer. Algunos editores, por más que se reconozcan, por ejemplo, como «liberales de izquierda», optan por este tipo de publicaciones sin demasiados pruritos. Otros editores dicen no tener una identidad política definida, «ni de izquierda ni de derecha», aunque en sus intervenciones públicas uno puede encontrar cierta afinidad con las ideas de los autores que publican. Lo cierto es que, como en muchos otros casos, en estos editores conviven distintas facetas que pueden estar en tensión posiciones: la de agentes comerciales, la de agentes culturales y la de agentes políticos.
Foto de portada: Juan Carlos Sierra (Revista Semana).
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