Mariano Schuster
Annika Klose, parlamentaria del Partido Socialdemócrata Alemán y ex-presidenta de los Jusos de Berlín, explica los desafíos del gobierno alemán, analiza la actualidad de la socialdemocracia en Europa y reflexiona sobre el crecimiento de la extrema derecha. Ubicada en el «ala izquierda» del SPD, aboga por la combinación de una agenda asociada a las demandas materiales con otra basada en la igualdad de derechos y las políticas de reconocimiento.
Con solo 30 años, Annika Klose es una de las parlamentarias más jóvenes de Alemania. Afiliada y militante del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), Klose ha sido presidenta de la Juventud Socialdemócrata de Berlín y secretaria sindical de Política de Prensa e Igualdad en la sección berlinesa de la Federación Alemana de Sindicatos (DGB, por sus siglas en alemán).
Licenciada y magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Humboldt de Berlín, Klose manifiesta puntos de vista fuertemente críticos con las agendas neoliberales y neoconservadoras. Dentro de la bancada socialdemócrata en el Bundestag (Parlamento), participa del grupo Izquierda Parlamentaria. Su trabajo parlamentario se focaliza en políticas sociales y laborales.
En esta entrevista realizada durante un reciente viaje a Argentina, se refiere a los desafíos del gobierno de coalición alemán liderado por el socialdemócrata Olaf Scholz, analiza la situación de las fuerzas socialistas democráticas europeas y se expresa sobre el crecimiento de la extrema derecha en ese continente.
En 2021 el SPD se convirtió en el socio mayoritario de una coalición de gobierno conformada junto a Los Verdes y los liberales del Partido Democrático Libre [FDP, por sus siglas en alemán]. ¿Qué implicancias ha tenido para el tablero político alemán este nuevo proceso tras años de hegemonía conservadora y de gobiernos de «gran coalición»?
En primer lugar, debo decir que los socialdemócratas alemanes estamos muy felices de haber podido formar una coalición de gobierno sin los conservadores, es decir sin la CDU/CSU [Unión Demócrata Cristiana de Alemania/Unión Social Cristiana de Baviera]. Los conservadores fueron mayoría durante los últimos 16 años y, durante algunos gobiernos liderados por ellos, los socialdemócratas nos integramos como fuerza minoritaria. La participación socialdemócrata en gobiernos de «gran coalición» (con los conservadores) tuvo el objetivo de instalar políticas más progresistas, pero durante los últimos años fue realmente difícil desarrollar esa agenda. Ahora, con un gobierno liderado por el SPD, la situación facilita esa tarea. Nuestra coalición, que es conocida como «semáforo» –por los colores que identifican a los partidos: rojo (por los socialdemócratas), verde (por Los Verdes) y amarillo (por los liberales)– tiene numerosos puntos en común. Los tres partidos tenemos una mirada progresista y liberal de nuestra sociedad, en tanto consideramos que las ideas de autonomía y emancipación son trascendentales. Las fuerzas que integran la coalición liderada por el canciller Olaf Scholz consideran que cada ciudadana y cada ciudadano deben poder ser artífices de su propia vida y, en ese marco, damos una enorme importancia a los derechos de las mujeres, de la población LGBTI+, de las personas trans, así como a asuntos asociados a la liberalización de determinadas drogas como la marihuana. Por supuesto, las coincidencias en términos societales no son todo. Como sucede en toda coalición –en la que, por definición, los partidos no piensan siempre del mismo modo–, también tenemos diferencias, sobre todo en asuntos concernientes a cuestiones económicas y sociales. Las perspectivas sobre la redistribución de la riqueza, las leyes laborales para proteger los derechos de trabajadores y trabajadoras o la propia forma que debe tener el Estado de Bienestar no son las mismas entre los partidos que integran la coalición. A diferencia de los socialdemócratas, los liberales tienen una agenda de corte más neoliberal, que considera el mercado como el mejor distribuidor de la riqueza. Ciertamente son cuestiones que se discuten dentro de la coalición. Pese a ello, hemos establecido una idea de gobierno que contiene a los tres partidos y somos conscientes de que en una coalición pueden existir tensiones entre partidos con diferentes perspectivas.
Los desafíos que tiene el gobierno son numerosos y han sido acordados por los tres partidos, cada uno de los cuales ha planteado parte de su agenda. Pero debemos ser conscientes de que la situación política ha cambiado por una situación imprevista. Cuando asumimos el gobierno, no imaginamos que cuatro meses más tarde comenzaría una guerra en Europa y que, por consiguiente, deberíamos focalizarnos tanto en materias asociadas a la seguridad. Esto supone un contexto muy complejo, en tanto la guerra está cerca de nuestro territorio y ha provocado situaciones que no estaban previstas a la hora de formar gobierno. Hoy, en Alemania, tenemos más de un millón de refugiados de la guerra, lo que ha provocado debates sobre la forma de cumplir los compromisos que nos trazamos en el contrato de gobierno de coalición. Los desafíos siguen siendo grandes y la voluntad socialdemócrata es desarrollarlos cabalmente.
Aunque en algunos casos la socialdemocracia sigue con serios problemas para reinstalarse como una fuerza política competitiva, no son pocos los países de Europa occidental en los que las fuerzas socialdemócratas clásicas parecen haber recuperado impulso. ¿A qué cree que se debe esa nueva situación? ¿Se vincula a un paulatino abandono de las agendas que permearon la socialdemocracia durante las décadas de 1990 y 2000, cuando se produjo el auge de las «terceras vías» y del «nuevo centro»?
Creo que es completamente cierto que la socialdemocracia ha ingresado en un nuevo estadio en lo que respecta a los países de Europa occidental. En países como Alemania, España, Portugal, Reino Unido e Italia, las socialdemocracias están dejando atrás la agenda neoliberal que fue dominante durante las últimas décadas. Desde los Jusos, la organización de la Juventud Socialdemócrata alemana, siempre hemos sido fuertemente críticos del neoliberalismo y de sus implicancias para las personas de clase trabajadora. De hecho, hemos alzado la voz dentro de la propia socialdemocracia para alertar sobre el peligro que conlleva seguir ese tipo de agenda. Debo decir que durante los últimos años se ha evidenciado un cambio drástico en ese sentido. En buena parte de la socialdemocracia, se ha puesto de manifiesto la necesidad de desarrollar un nuevo contrato social que ponga a la ciudadanía y no al mercado en el centro de las preocupaciones. Sin lugar a dudas, esa perspectiva es la que ha permitido que parte de la socialdemocracia recupere impulso popular. Tal como señalé, esto no solo es visible en Alemania, sino también en países como España y Portugal. En Reino Unido, durante los últimos años, también se ha verificado un aumento de la popularidad del Partido Laborista, en la medida en que se ha concentrado en recuperar una agenda de izquierda. Creo que, en definitiva, se trata de combinar una agenda vinculada a las clases trabajadoras con una basada en las posibilidades de emancipación y desarrollo de cada ciudadano y cada ciudadana.
En su quehacer parlamentario, usted se ha abocado, sobre todo, a cuestiones asociadas al trabajo y a las políticas sociales. ¿Qué cambios está introduciendo el actual gobierno en esta materia?
Hemos dado algunos pasos en importantes, con el convencimiento de que es momento de detener la agenda neoliberal que dominó durante décadas los planteos asociados al trabajo y la política social. En ese marco, incrementamos el salario mínimo a 12 euros por hora. Esto constituye un avance importante, debido a que durante los tiempos en que el neoliberalismo era dominante, los sectores laborales de bajos ingresos crecieron exponencialmente y resultaba necesario desarrollar una buena política de salario mínimo para dar una protección a las trabajadoras y los trabajadores. Actualmente, estamos introduciendo un sistema de apoyo estatal para la búsqueda de empleo para quienes carecen de él en la actualidad. Esto supone un cambio de mentalidad, dado que este sistema intenta que no se empuje a las personas a los trabajos precarios y asigna un fuerte rol al Estado a la hora de contribuir a la búsqueda de empleos que se ajusten a las necesidades, los deseos y las capacidades de las ciudadanas y los ciudadanos. A esto se suma nuestra política de focalización en la pobreza infantil. Este es un tema que nos ocupa y nos preocupa y, actualmente, estamos preparando un programa de renta universal para niños, niñas y jóvenes de hasta 18 años. Se trata de una renta básica que se percibirá sin importar los ingresos de los padres. Estas son tres políticas claras y concretas, pero quisiera agregar una más. En estos mismos momentos estamos trabajando fuertemente en el fortalecimiento de los consejos de trabajadores y trabajadoras dentro de las empresas. En Alemania tenemos una larga tradición de estos consejos, pero muchas compañías internacionales radicadas en el país están intentando omitir sus deliberaciones. En tal sentido, nuestro propósito es su fortalecimiento, en virtud de nuestra convicción de que la democracia debe estar siempre presente en el ámbito de trabajo.
Usted es una de las parlamentarias más jóvenes del Bundestag. Ha sido presidente de los Jóvenes Socialistas en Berlín y siempre ha manifestado posiciones que pueden calificarse como parte del «ala izquierda» de la socialdemocracia. Hace unos años, en la revista Neue Gesellschaft, usted llegó a recordar la importancia de los procesos de protesta de 1968, a la vez que a revalorizar aspectos del marxismo clásico. ¿Qué queda hoy de esas visiones en la estructura de la juventud socialista? ¿Cuál es el papel de los Jusos dentro de la socialdemocracia alemana y cómo pueden contribuir a construir posiciones más progresistas dentro del SPD?
Creo que esas ideas son todavía muy importantes para la socialdemocracia, sobre todo en los sectores jóvenes. Viniendo de los Jusos, puedo decir que la intención siempre ha sido la de empujar una política progresista en el Parlamento –desde una mirada realista basada en una lógica de «paso a paso»–, pero también la de desarrollar una política y una mirada de largo plazo que permitan avanzar en una transformación sistémica, sosteniendo la idea de una transición progresiva de la sociedad capitalista a una sociedad socialista democrática. Como parlamentaria, siento fuertemente mi pertenencia a los Jusos y, en tal sentido, defiendo un proyecto de reforma social integral a largo plazo. En cuanto a la mención a los movimientos de protesta de 1968, debo decir que uno de los aspectos que considero más importantes es la forma en que pensamos y entendemos la movilización social. Pertenezco a quienes consideran que la movilización social de la ciudadanía en las calles para demandar sus derechos es absolutamente necesaria, en la medida en que esa movilización puede impulsar agendas hacia una sociedad más igualitaria y justa. Creo claramente en la necesidad de la organización de la sociedad y de la expresión de sus demandas en las calles. Es esa movilización la que puede dar fuerza a los socialdemócratas para empujar la agenda hacia políticas aún más progresistas. A eso debo agregar otro aspecto importante de las movilizaciones populares y es que, en tanto se producen, no dejan las decisiones políticas libradas a la suerte de los gobiernos. En tal sentido, estoy convencida de que las transformaciones sociales se producen, sobre todo, cuando el pueblo demanda por ellas.
Históricamente, el socialismo democrático ha estado fuertemente atravesado por las luchas feministas. Más cerca en el tiempo, los colectivos ambientalistas imprimieron también un sello en el movimiento socialdemócrata. ¿Cómo ve la relación entre estos movimientos y la socialdemocracia?
El movimiento feminista forma parte del ADN del movimiento socialdemócrata. Nuestra lucha histórica por el voto femenino, por la igualdad de derechos, por la posibilidad de las mujeres de desarrollar trabajos en pie de igualdad con los varones, por una agenda de salud reproductiva que le permita a la mujer decidir su futuro, ha sido siempre una seña de identidad. En términos de la cuestión ecológica y del activismo climático las cosas son algo distintas, en tanto se trata de cuestiones relativamente más nuevas. Sin embargo, si echamos un vistazo a la historia, encontramos que ya en las décadas de 1970 y 1980 los planteos del movimiento verde estaban integrándose en las estructuras de los partidos socialdemócratas. La cuestión de la energía nuclear, por ejemplo, fue muy importante en este sentido. En tiempos en que Willy Brandt era canciller de la República Federal Alemana, los socialdemócratas avanzaron mucho en este sentido y, de hecho, fue el propio Brandt quien, en la década de 1960, llamó la atención sobre estos procesos cuando declaró la necesidad de que los ríos y el cielo volvieran a ser azules en regiones industriales como la del Ruhr. Hoy hay allí áreas de conservación natural, en buena medida gracias a esa conciencia de los socialdemócratas sobre esta materia. Creo que desde este espacio político hemos trabajado profundamente por esta cuestión. Desde una perspectiva política atenta a estos problemas, creo que hoy debemos ser aún más radicales y focalizarnos no solo en detener el cambio climático, sino en ser socialmente justos en ese proceso. Las grandes empresas que han generado las emisiones más perniciosas deben aportar más que quienes que no lo han hecho. Ciertamente, es necesaria una contribución global en esta materia, pero los países altamente industrializados como el mío deben tener más responsabilidades que aquellos que no se han industrializado ni desarrollado en el mismo sentido. Debemos dar esta discusión, debemos dar este debate, porque está en el centro de la cuestión climática y de los problemas ecológicos. Los socialdemócratas debemos estar junto a los movimientos que luchan contra el cambio climático, pero planteando también la cuestión de la justicia social global en esta materia.
Si bien, tal como ha señalado, se ha evidenciado una recuperación progresiva de la socialdemocracia en Europa, es igualmente cierto que el fenómeno de la extrema derecha no ha dejado de crecer. ¿Por qué cree que las fuerzas políticas de la derecha radical están ganando espacio político y de qué manera pueden los socialdemócratas enfrentarlas de manera efectiva?
Creo que no hay respuestas sencillas para este fenómeno que, sin dudas, constituye un fuerte motivo de preocupación para todos los demócratas. La extrema derecha crece y es necesario detenerla. El crecimiento no se evidencia solo en aquellos países en los que ya gobierna, sino también en aquellos en que se ha convertido en una fuerza política de primer orden, como en el caso de Francia, donde la Agrupación Nacional [RN, por sus siglas en francés] de Marine Le Pen ha ganado un espacio realmente importante. Si bien en mi país Alternativa para Alemania [AfD, por sus siglas en alemán] no está cerca de ganar elecciones, el fenómeno es también preocupante porque esa fuerza política ha logrado ser hegemónica en algunas regiones. Resulta evidente que el extremismo de derecha es una verdadera amenaza para las democracias y, lamentablemente, no tenemos una estrategia efectiva para contrarrestarlo. Si esto fuera así, de hecho, ya lo hubiésemos conseguido. Pero creo que hay algunas líneas de trabajo concretas. En primer lugar, considero que es preciso trabajar sobre los trabajadores y las trabajadoras que se han desencantado de la izquierda y de la socialdemocracia, y que para ello debemos ofrecer un programa económico y social que brinde verdaderas respuestas a sus situaciones de vida. Observemos lo que sucede, por ejemplo, en Europa del Este, donde muchos ciudadanos y ciudadanas apelaron a fuerzas de extrema derecha tras las promesas incumplidas luego de la caída de los regímenes del denominado «socialismo real». Luego de la caída del comunismo, no fueron pocos los que creyeron en la promesa política de que, con el capitalismo, vivirían un tiempo de prosperidad y justicia. Pero, al igual que sucedió en el territorio de la ex-República Democrática Alemana, numerosas industrias fueron desmanteladas y muchas personas perdieron sus trabajos. El desarrollo de una agenda neoliberal agresiva frustró las esperanzas de esos ciudadanos. Para muchas de esas personas los regímenes anteriores habían sido muy perniciosos. Pero luego de su desmantelamiento, tampoco obtuvieron respuestas por parte del capitalismo neoliberal. En parte, esa frustración, sumada a otras situaciones que merecen un análisis profundo, los llevó a los brazos de la extrema derecha.
Los socialdemócratas debemos ser muy claros en esto y plantear, con toda nitidez, que la extrema derecha tiene siempre respuestas al alcance de la mano. Plantea soluciones fáciles para problemas complejos. Para la extrema derecha, la responsabilidad de las situaciones de desigualdad y de precariedad siempre es de otro. Y no hay nada más sencillo que echarle la culpa al resto: «la culpa es de las feministas», «la culpa es de las mujeres que ahora quieren trabajar», «la culpa es de los refugiados que reciben beneficios». Sin embargo, cuando se les exige soluciones, estas brillan por su ausencia. Cuando se produjo la pandemia de covid-19 se demostró que, en un periodo de crisis en el que los debates volvieron a centrarse en cuestiones asociadas a la salud pública, la igualdad social, el sostenimiento de los derechos y del trabajo, la extrema derecha tenía poco para decir. En consecuencia, comenzaron a perder apoyo, en tanto no tenían realmente ninguna solución concreta y factible para aquello que la ciudadanía estaba demandando. De hecho, ese mismo momento fue clave para el aumento de la credibilidad socialdemócrata, ya que parte de la ciudadanía comprendió que esta fuerza política sí tenía soluciones y programas realistas para las cuestiones en debate.
Creo que, aunque sea complejo, es posible desafiar efectivamente a estas fuerzas de extrema derecha. Para ello debemos atender dos agendas. Por un lado, debemos abordar la representación de los derechos civiles para todos y focalizarnos en la situación de las mujeres, de los inmigrantes y de los grupos marginados y discriminados. Pero no podemos olvidar la otra gran cuestión: la de los trabajadores y las trabajadoras. Debemos tener un programa muy claro en términos de distribución de la riqueza y de oportunidades. Si lo hacemos, como de hecho lo hicimos durante la pandemia, entonces podremos ganar y mover el campo político hacia la izquierda, desmontando parte de las pretensiones de la extrema derecha. Por supuesto, enfrentamos y enfrentaremos grandes desafíos, como el que suponen la desinformación y las fake news. Nuestras respuestas son complejas, no son solo consignas. No se trata de decir simplemente lo que queremos, sino de explicar claramente cómo podemos hacerlo. Mientras la extrema derecha declama, nosotros nos enfocamos en explicar con claridad, y sin mentir, lo que queremos y podemos hacer.
La socialdemocracia, en diferentes periodos, buscó desarrollar una política de alcance global. Si bien los partidos tendieron a focalizarse en cuestiones particulares de sus respectivos países, durante décadas pudo evidenciarse un internacionalismo progresista que reunía a las organizaciones socialistas del mundo desarrollado y a las del entonces llamado Tercer Mundo. ¿Cree que es necesario repensar la izquierda democrática desde una perspectiva internacionalista? ¿Sobre qué bases cree que debería producirse un proceso de ese tipo?
Creo que es extremadamente importante que trabajemos en la construcción de un nuevo internacionalismo. En un sistema capitalista que está absolutamente globalizado, los socialistas y socialdemócratas debemos demostrar la capacidad de trabajar unidos, desde distintos espacios geográficos, para transformar la realidad existente. Debemos, en tal sentido, poner a la gente trabajadora en primer lugar y mostrar que puede haber una globalización justa que la tenga en el centro de sus preocupaciones. En otras cuestiones, como la del cambio climático, también se precisa una acción coordinada y conjunta de nuestras fuerzas. En el sentido de esta nueva configuración, resulta muy prometedor y es un motivo de alegría el hecho de que Olaf Scholz, el actual canciller alemán, haya visitado Argentina y Brasil a comienzos de este año. Sus contactos con Lula son realmente importantes y creo que su intención es ir en esta dirección. El impulso al Club del Clima se vincula directamente a estos encuentros, pero también la intención de encontrar formas de gravar y cobrar impuestos a las actividades de las grandes compañías internacionales que operan en todos los países. Realmente necesitamos un trabajo mancomunado en ese sentido, forjar un nuevo internacionalismo para afrontar los desafíos del presente desde una perspectiva progresista.
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