El pasado fin de semana asistí en México al foro de la Asociación Latinoamericana de Consultores, de la que hago parte. Más de 80 consultores en comunicación de América Latina nos reunimos a debatir y analizar, entre otras cosas, la situación política de nuestros países. Cada uno planteó lo que en su entorno está ocurriendo. Evidentemente, casos como los de Venezuela, Nicaragua, México, El Salvador, Argentina y Colombia fueron protagonistas. El aprendizaje más que enorme, resultó ser preocupante. La situación que viven nuestras democracias alarmó. El problema no radica en la existencia de gobiernos de izquierda o derecha, sino en los autoritarismos que bajo cualquier ideología se están apoderando de nuestros países y que claramente pone en riesgo el futuro la democracia, la libertad e independencia del pueblo, como la conocemos.
La democracia, elogiada como modelo político, al ofrecer a los ciudadanos la posibilidad de participar y limitar el poder autoritario, viene cediendo espacio. Incluso, lo dicho en esta asamblea evidencia las preocupaciones que en el mismo sentido surgen desde la academia y la filosofía política. A tal punto que se preguntan si está llegando a su ocaso.
Yascha Mounk, politólogo alemán, asegura que el modelo de democracia liberal, que se soporta en el gobierno de la mayoría, con el respeto a los derechos individuales, está en decadencia. Y asegura que la democracia que surge de la confianza entre electores y elegidos se resquebraja por las mentiras del pasado que se sostienen en el futuro, dando paso a figuras que, con populismo, llegan al poder a menoscabar las instituciones con tal de permanecer o mantenerse en el poder. A mi manera de ver, populismos que surgen de la izquierda y la derecha.
Presentándose como ‘mesías’, en muchos casos estos populistas manifiestan tener la verdad verdadera para ser elegidos, pero, una vez llegan al poder, como judas, traicionan esa confianza y la entregan por cualquier moneda producto de la corrupción.
En algunos casos han cooptado la institucionalidad con recursos de la corrupción, vale decir Venezuela y Nicaragua. En otros espacios, sus ideales justifican arrasar con lo establecido, como en México que así lo demuestra. Y en otros, esos ‘dioses’ se vuelven intocables, no obedecen fallos de las cortes y menos de organismos de control; evaden las obligaciones y luego salen a victimizarse para mantener el fervor popular. Mirémonos al espejo para entender.
Es el momento de preguntarnos, ¿la democracia como la conocemos tradicionalmente está en cuidados intensivos?, ¿debemos pasar a un sistema de participación diferente? El panorama no es claro y en política la incertidumbre nunca juega al favor del elector. Juzguen ustedes.
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