enero 2025
El sociólogo ruso Boris Kagarlitsky, actualmente privado de su libertad por su oposición a la invasión del régimen de Vladímir Putin a Ucrania, ha escrito un libro fundamental para entender la crisis del capitalismo global y la del capitalismo ruso. En The Long Retreat [El largo repliegue], Kagarlitsky analiza la conflictiva relación histórica entre capitalismo y democracia, indaga en la crisis de la izquierda y avanza en un planteo tendiente a un socialismo novedoso y desligado de sus pasados autoritarios.
Dmitry Pozhidaev
Boris Kagarlitsky, destacado pensador de izquierda, preso político y ácido detractor del capitalismo neoliberal, ha ofrecido sostenidamente una perspectiva crítica sobre el capitalismo global y la posición de Rusia dentro de este. Su último trabajo, The Long Retreat: Strategies to Reverse the Decline of the Left [El largo repliegue: estrategias para revertir el declive de la izquierda] (Pluto Press, 2024), surge en un momento de crisis aguda tanto para el capitalismo global como para el capitalismo ruso, agravada por la guerra en Ucrania, un conflicto al que Kagarlitsky se ha opuesto sin vacilación. Encarcelado por su postura contra la guerra, Kagarlitsky sigue comprometido con su patria, como lo demuestra su reciente negativa pública a participar en potenciales intercambios de prisioneros con Occidente. Su libro es un análisis oportuno, crudo y, paradójicamente, esperanzador de la decadencia del capitalismo y de las perspectivas de renovación de la izquierda.
Escribo esta reseña desde el lugar privilegiado de quien ha estado en contacto regular con el autor durante los últimos meses de su reclusión. Como trabajamos en proyectos de investigación conjuntos, la mayoría de nuestras conversaciones giran en torno de los temas explorados en el libro: la crisis cada vez más profunda del capitalismo contemporáneo, sus diferentes manifestaciones a escala nacional e internacional, las relaciones desiguales entre el centro capitalista y la periferia e, inevitablemente, las nuevas formas de organización social y económica que pueden reemplazar al capitalismo en el futuro.
La crisis del capitalismo: un sistema que implosiona
En esencia, The Long Retreat sitúa las luchas contemporáneas en el contexto de una crisis sistémica del capitalismo cada vez más profunda, cuyo origen Kagarlitsky ubica en las décadas de 1980 y 1990. Esta era marcó el ascenso del neoliberalismo, con su desmantelamiento de los sistemas de bienestar, la privatización de bienes públicos y la destrucción del trabajo organizado. Estas políticas, inicialmente aclamadas como reformas modernizadoras, fueron, como señala Kagarlitsky, «un intento desesperado de evitar el colapso sacrificando estabilidad social».
Kagarlitsky rastrea las raíces de esta crisis en el agotamiento del Estado de Bienestar de posguerra. Desde la década de 1940 hasta la de 1970, este modelo había estabilizado temporalmente el capitalismo al equilibrar el compromiso de clase, la fuerza sindical y la reducción de la desigualdad. Sin embargo, la globalización, los cambios tecnológicos y la disminución de los márgenes de ganancia terminaron socavando este marco. El neoliberalismo surgió como una respuesta reaccionaria que priorizaba la rentabilidad por sobre la cohesión social. Esta reestructuración no se limitó a Occidente. Extendió su influencia a todo el mundo, moldeando las trayectorias de los antiguos Estados socialistas –incluida Rusia– en su transición hacia la economía de mercado.
El análisis de Kagarlitsky desafía el discurso convencional de que la democracia y el capitalismo están intrínsecamente ligados, como afirman académicos tales como Torben Iversen y David Soskice (2019) o Martin Wolf (2023). Kagarlitsky se opone a ello sosteniendo que «la burguesía nunca ha necesitado de la democracia; sus intereses sociales consisten en la formación de un Estado regido por la ley, con jueces independientes, información fiable, garantías de que se respetarán los contratos, una legislación clara, una burocracia disciplinada y predecible y resguardo de los derechos de propiedad». Destaca la eficiencia de los regímenes autocráticos, como el de China, a la hora de proporcionar estos componentes claves del capitalismo (un fenómeno en gran medida ignorado por los defensores del vínculo umbilical entre capitalismo y democracia). Para él, «creer en la democracia como una compañera necesaria del capitalismo es una ilusión peligrosa que nos ciega a las realidades de los éxitos del capitalismo autocrático».
Kagarlitsky destaca el vaciamiento de la democracia occidental, que se está transformando progresivamente en «una fachada que embellece el feo edificio del Estado corporativo». Sostiene que el debilitamiento de los vínculos entre los ciudadanos y los partidos políticos, sumado a la menor capacidad de organización de las bases, ha erosionado el compromiso político significativo. Los roles tradicionales, como los de militantes e ideólogos, han sido reemplazados por asesores de imagen expertos en medios que priorizan los mensajes superficiales a los discursos sustantivos. Los intentos de fomentar debates públicos significativos se consideran cada vez más como perturbaciones de un sistema que prioriza los intereses comerciales, la previsibilidad y la minimización de los riesgos, al tiempo que sofoca cualquier debate que cuestione la estabilidad social o el statu quo.
Dialéctica de decadencia y renovación
Una de las fortalezas centrales de The Long Retreat es el modo en que Kagarlitsky aplica la dialéctica marxista a cuestiones contemporáneas. Así, examina sistemáticamente las contradicciones entre apariencia y sustancia, producción y consumo, crisis y oportunidad. Por ejemplo, en su crítica del neoliberalismo, destaca cómo la financiarización pareció resolver la crisis de consumo del capitalismo al permitir que los hogares incurrieran en grandes deudas. En realidad, este cambio simplemente pospuso las contradicciones y profundizó la inestabilidad sistémica a medida que las obligaciones financieras reemplazaban a la explotación en el lugar de trabajo como la forma dominante de opresión.
El análisis del Nuevo Pacto Verde ofrece otro ejemplo de su método dialéctico. Si bien algunos capitalistas adoptan las tecnologías verdes como solución a las crisis ecológicas y económicas, Kagarlitsky sostiene que su motivación principal radica en contrarrestar la caída de las ganancias capitalistas.
El autor demuestra la interconexión dialéctica entre el capitalismo y el socialismo. Así, sostiene que el capitalismo debe sus características más atractivas –como las protecciones sociales y los derechos democráticos– no a su vitalidad intrínseca, sino a la competencia con el socialismo y a la presión de los movimientos obreros liderados por sindicatos fuertes y estructuras de la izquierda visionaria. «Los mejores momentos del capitalismo», escribe, «no se forjaron en el aislamiento, sino en respuesta al desafío que planteaba el socialismo».
La izquierda se repliega: un movimiento en crisis
Si el capitalismo está tambaleando, ¿por qué la izquierda no ha sido capaz de plantear un desafío significativo? Kagarlitsky no rehúye las crudas verdades. Sostiene que la izquierda se ha desconectado de sus raíces en la clase trabajadora, priorizando la corrección política, la política de identidades y los debates culturales por sobre las cuestiones económicas del día a día.
Reconoce que la defensa de los derechos de las minorías es una parte indisoluble del orden democrático moderno, pero su esencia es el derecho de estas minorías, junto con la mayoría, a no ser perseguidas ni discriminadas. No se trata de acceder a derechos y privilegios especiales que otorguen a estas minorías ventajas particulares. Kagarlitsky sostiene que la discriminación positiva, en la que insiste un sector de la izquierda, no solo está en contradicción con la democracia sino que, como otras reformas neoliberales, es un instrumento que sirve para destruirla. Esto conduce a un resultado desastroso cuando «la mayoría desaparece, para ser reemplazada por una masa de minorías que necesitan ser protegidas, ya no de la mayoría, sino unas de otras».
Tomemos como ejemplo las protestas de los camioneros canadienses de 2022 analizadas en el libro. Mientras que los principales medios de comunicación pintaron a los manifestantes como reaccionarios, Kagarlitsky sostiene que el verdadero fracaso estuvo en la izquierda. En lugar de involucrarse con estos trabajadores y sus legítimos reclamos, la izquierda los desestimó de plano. Esto, dice, refleja una mayor tendencia a socializar con las elites que a organizarse con la clase trabajadora.
La misma conclusión es perfectamente aplicable al resultado de las elecciones estadounidenses de 2024, que Kagarlitsky analiza en una reciente entrevista. «En 2016, tanto el establishment liberal como la izquierda liberal recibieron una lección muy seria», observa Kagarlitsky. «Pero no aprendieron nada de ella. Peor aún: redoblaron sus esfuerzos por implementar principios de corrección política en un contexto de desmantelamiento del Estado de Bienestar y de implementación de reformas de mercado». Este abandono de los intereses de la clase trabajadora ha creado un terreno fértil para el populismo de derecha, que canaliza su ira no contra el capitalismo, sino contra chivos expiatorios como los inmigrantes y las minorías.
La crisis de Rusia: un estudio de caso sobre el colapso neoliberal
La crítica de Kagarlitsky al capitalismo está extraordinariamente fundamentada en sus décadas de investigación sobre la sociedad y la política rusas. Considera el capitalismo ruso no como una desviación de la norma global, sino como un producto directo de la reestructuración neoliberal. Tras el colapso de la Unión Soviética, los restos de las decadentes y degradadas estructuras sociales y políticas soviéticas, junto con las prácticas que las caracterizaban, se combinaron, a su manera orgánica, con las relaciones y prácticas peculiares del capitalismo tardío (Jameson, 1991). En sus obras anteriores, como Empire of the Periphery [Imperio de la periferia] y Restoration in Russia [Restauración en Rusia], sostenía que la trayectoria rusa refleja las tendencias más amplias de periferización del capitalismo. En The Long Retreat amplía este punto y sitúa los desafíos actuales de Rusia dentro de la crisis sistémica más amplia del capitalismo global.
Para Kagarlitsky, la guerra en Ucrania es otra manifestación de la crisis actual del sistema capitalista global, en la que los desequilibrios económicos y la competencia por recursos escasos empujan a los Estados a la militarización y la agresión. Sostiene que los acontecimientos que se están produciendo en la Rusia de Vladímir Putin –caracterizados por un aumento constante del gasto estatal en instituciones coercitivas, un aumento del personal dentro de estas estructuras y su creciente participación en diversos aspectos de la vida– no son un caso atípico, sino más bien un claro ejemplo de una tendencia más amplia. Además, como ha sucedido a menudo en la historia rusa, estos procesos se destacan como una expresión particularmente llamativa o extrema de este patrón general.
Kagarlitsky afirma que las fuerzas impulsoras del conflicto en Ucrania son principalmente corporativas y económicas, y se derivan de cuestiones estructurales dentro del sistema capitalista neoliberal. Desde su perspectiva, tanto las elites rusas como las occidentales tienen intereses creados en asegurar sectores rentables de la economía ucraniana, tales como la producción de granos y los restos de la infraestructura soviética, que hacen de Ucrania un sitio de competencia económica antes que de confrontación ideológica. Lejos de actuar por caprichos ideológicos, la clase dirigente rusa está persiguiendo intereses materiales a través de la expansión territorial.
Según Kagarlitsky, las reformas neoliberales de la década de 1990 crearon una elite que ve en el poder solamente un vehículo para el enriquecimiento personal. «La clave de esta paradoja», escribe, «radica en el hecho de que el poder es visto únicamente como un recurso técnico (…) para obtener acceso a una cantidad ilimitada de dinero». Esta visión instrumental del gobierno ha agravado la fragilidad social y económica de Rusia, en especial tras la guerra en Ucrania. Las sanciones, el aislamiento económico y el estancamiento estructural han intensificado las contradicciones del capitalismo ruso.
Convergencia negativa: lo peor de ambos mundos
Kagarlitsky introduce un concepto sorprendente para describir los Estados postsocialistas: la convergencia negativa. Cuando el socialismo se derrumbó, a esas naciones se les prometió que prosperarían al integrarse al capitalismo global. Lo que obtuvieron, por el contrario, fue lo peor de ambos sistemas: se desmantelaron las protecciones sociales y la propiedad colectiva, mientras que los beneficios democráticos y económicos prometidos por el capitalismo nunca se materializaron.
Un ciudadano de la antigua Alemania del Este comentó una vez: «Ahora sabemos que todo lo que la propaganda comunista nos decía sobre el socialismo era mentira, pero todo lo que nos decía sobre el capitalismo era verdad». Esta anécdota capta la desilusión de millones de personas en el otrora mundo socialista, tan vívidamente descrita por Kagarlitsky, que vieron sus sociedades transformadas en economías capitalistas periféricas, marcadas por la desigualdad y la explotación.
Rusia es un ejemplo de esta trayectoria. La transición postsoviética desmanteló los sistemas públicos, erosionó los derechos laborales y exacerbó la desigualdad, reproduciendo las peores características del capitalismo temprano. Kagarlitsky critica este proceso como un fracaso de las elites nacionales e internacionales, que priorizaron las ganancias a corto plazo por sobre el desarrollo sostenible. Su análisis subraya la interconexión de las crisis globales y nacionales, al tiempo que destaca cómo las políticas neoliberales en una región pueden repercutir en todo el mundo.
Considera que la elite dirigente de Rusia es un producto de la crisis global del neoliberalismo. Lejos de ser una aberración, el capitalismo ruso refleja los mismos patrones de corrupción y desigualdad que se encuentran en otras partes, solo que intensificados por su barniz autoritario.
Oportunidades en medio de la crisis
A pesar de su diagnóstico desalentador, Kagarlitsky sigue siendo optimista sobre el potencial de un cambio sistémico. En su opinión, la profundización de la crisis de hegemonía de la clase dominante crea nuevas oportunidades para la izquierda. A medida que más personas se desencantan con el sistema existente que antes les había funcionado lo suficientemente bien, surge con más claridad la necesidad de un nuevo bloque social que una a diversos grupos sociales. Sostiene que la unidad política en las condiciones de una sociedad heterogénea inevitablemente toma la forma de una coalición, incluso si, en términos técnicos, los representantes de varios grupos y corrientes sociales pueden mantenerse dentro del marco de un solo partido.
Identifica las crisis como momentos de ruptura que exponen las contradicciones del capitalismo y crean oportunidades para modelos alternativos. Por ejemplo, destaca cómo los avances tecnológicos podrían empoderar a los trabajadores y facilitar la planificación democrática, siempre que se aprovechen para desafiar la alienación capitalista.
Pero Kagarlitsky advierte contra las soluciones rápidas como la renta básica universal. Considera que esta es una solución cortoplacista diseñada para estabilizar el capitalismo en lugar de transformarlo. Análogamente, si bien simpatiza con la teoría monetaria moderna, reconoce sus limitaciones, en particular, su incapacidad para abordar las contradicciones estructurales del capitalismo. «El verdadero obstáculo», escribe, «no es la falta de ideas o voluntad política, sino los arraigados intereses del capital, que se resisten a cualquier reforma significativa».
Uno de los argumentos más innovadores de Kagarlitsky se centra en la política del tiempo y el ocio. Retoma el concepto de Karl Marx de la «economía del tiempo», afirmando que las tecnologías modernas podrían permitir una nueva concepción del trabajo y el ocio. Sin embargo, advierte que sin un cambio estructural, el mayor ocio corre el riesgo de convertirse en mercancía, reforzando el consumismo en lugar de liberar a los individuos. «Las condiciones tecnológicas modernas», escribe, «permiten socavar el monopolio de las clases dirigentes sobre el poder de gestión (…) y hacer que la burguesía sea innecesaria para la reproducción de la economía».
El análisis de Kagarlitsky sobre la guerra en Ucrania es particularmente convincente. No considera el conflicto como una aberración ideológica o geopolítica, sino como un resultado sistémico de las contradicciones del neoliberalismo. La guerra, sostiene, refleja la hegemonía en declive del capitalismo occidental y la reconfiguración de la dinámica del poder global.
Kagarlitsky mira con escepticismo las perspectivas de «desvincular» económicamente a Rusia de Occidente, tal como lo conceptualizó Samir Amin (1990). Si bien la guerra y las sanciones han obligado a cierto grado de sustitución de importaciones y retención de capital, estas medidas siguen siendo superficiales sin un cambio más amplio en el poder de clase y las prioridades sistémicas. La verdadera transformación, sostiene, requeriría movilizar recursos para la inversión pública en educación, atención médica y desarrollo regional: algo muy alejado de la agenda del régimen actual.
Sin embargo, Kagarlitsky ve potencial para el cambio en medio de la agitación. Basándose en el análisis de Lenin de la Primera Guerra Mundial, sugiere que las guerras a menudo «rasgan el velo de ilusiones» que cubre al capitalismo, exponiendo sus contradicciones y creando oportunidades para un cambio radical. Si bien critica a las elites rusas, identifica oportunidades para que el movimiento de bases impulse reformas sistémicas. Sostiene que la fragmentación social crea oportunidades para que grupos organizados y centrados estratégicamente emerjan como nuevos centros de poder. «En un contexto donde la sociedad carece de cohesión y dirección», escribe, «un grupo que demuestre unidad, organización y claridad en sus propósitos puede aprovechar la crisis para ganar una enorme influencia». Por cierto, algunos representantes de la izquierda ucraniana (Ishchenko, 2024; Kyselov, 2024) creen que esta guerra también ofrece una luz de esperanza para reformas socioeconómicas sistémicas en Ucrania que podrían beneficiar a las generaciones futuras.
Un llamado a la acción
En The Long Retreat, Kagarlitsky enfatiza que es imposible separar la teoría de la práctica. Su análisis crítico se extiende al ámbito de la práctica, más allá de soluciones moralistas desconectadas de las realidades de clase que formulan algunos críticos contemporáneos del capitalismo, como Paul Collier y Martin Wolf. Para él, el socialismo no es una utopía lejana sino una necesidad práctica. Aboga por la creación de «enclaves institucionales del socialismo» dentro del sistema capitalista: iniciativas que recuperen la propiedad pública, democraticen el crédito y empoderen a las comunidades locales. Basándose en las lecciones de la autogestión yugoslava, enfatiza la importancia de compensar el control de los trabajadores con planificación económica estratégica. Estas iniciativas, sostiene, pueden servir como base para una transformación sistémica más amplia.
El compromiso personal de Kagarlitsky con estos ideales es evidente en su reciente declaración sobre su encarcelamiento. Al negarse a participar en posibles intercambios de prisioneros, declaró: «Si quedarme significa estar en prisión, entonces me quedaré en prisión. Después de todo, el encarcelamiento es un riesgo profesional normal para un político o científico social de izquierda en Rusia». Esta dedicación inquebrantable subraya lo que está en juego en su análisis y la urgencia de su llamado a la acción.
The Long Retreat es más que una crítica de la decadencia del capitalismo: es un plan de acción para la renovación. Kagarlitsky desafía a la izquierda a ir más allá de los lamentos y a participar en estrategias que respondan a las crisis y oportunidades de nuestro tiempo. Al integrar el análisis histórico, la crítica dialéctica y una visión pragmática de la acción, el libro ofrece una hoja de ruta para recuperar el futuro.
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