Además de comunicar sus logros, es imprescindible que los gobiernos progresistas ofrezcan una visión convincente del futuro
En la semana de la toma de posesión de Donald Trump como 47º presidente de los EE UU es inevitable que nos hagamos algunas preguntas: ¿cómo es posible que Trump haya llegado a la Casa Blanca tras el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021? ¿Cómo es posible que la ciudadanía estadounidense haya elegido de una forma tan clara a un delincuente convicto? ¿Es el trumpismo un movimiento que se agota en el propio líder o tendrá continuación en figuras como la de su vicepresidente J.D. Vance? Para comenzar a bosquejar sus respuestas es imprescindible retrotraernos a las elecciones del pasado noviembre y al balance de legislatura de Joe Biden.
Donald Trump logró una contundente victoria electoral e infligió una derrota sin paliativos al Partido Demócrata, encabezado por Kamala Harris. A pesar de que esta vez las encuestas dejaban la puerta abierta a una victoria del magnate neoyorquino, ninguna fue capaz de advertir la ola republicana que se avecinaba. Trump ganó el voto popular —algo que no conseguía ningún candidato republicano en los últimos 20 años—, ganó 312 votos del Colegio Electoral frente a los 226 de Harris, se hizo con el apoyo de los siete estados más disputados y su partido mantuvo el control de la Cámara de Representantes y se hizo con el del Senado. Según un análisis postelectoral de Pew Research Center y de FiveThirtyEight, superó las expectativas gracias a una mayor participación de votantes de áreas rurales y de la clase trabajadora blanca. En una campaña gobernada por las preocupaciones económicas del pueblo estadounidense como la inflación o el poder de compra, ¿cómo es posible que el electorado en el conjunto del país se moviera hacia el campo republicano?
A priori, la hoja de servicios que presentaba el gobierno de Joe Biden valía para ganar una reelección —al menos en cuanto al balance macroeconómico se refiere. Desde enero de 2021, la tasa de desempleo descendió del 6,4 % al 4,1 % en octubre de 2024. La inflación, que había alcanzado un alarmante 9,1 % en junio de 2022, cayó al 2,4 % en septiembre de 2024, como hemos visto, sin un aumento significativo de las personas desempleadas. También el PIB mostró una trayectoria ascendente, con un crecimiento del 5,8 % en 2021 y cifras más moderadas pero estables en los años siguientes. Además, la administración Biden aprobó un paquete de infraestructuras histórico, valorado en dos billones de dólares, que generó miles de empleos en sectores clave. Sin embargo, no fue suficiente. Suele decirse que detrás de las cifras hay personas. Eso quiere decir que no solo hay cálculos racionales a partir de datos y variables económicas, sino historias de vida, expectativas de éxito, miedo al fracaso y búsqueda de sentido.
De hecho, según un estudio de Pew Research Center, el 63% de los estadounidenses consideraba que sus ingresos no habían aumentado al ritmo de los costos de vida, y el 45% seguía citando la inflación como su principal preocupación. Mientras los demócratas señalaban la cuenta de resultados, Trump apuntaba una vez más a la inmigración como la causa de la inseguridad económica y vital que afectaba al estadounidense medio. No solo eso, sino que realizó ataques constantes a la gestión de la frontera sur, utilizando hechos aislados de violencia para reforzar la idea de que la inmigración ilegal era una amenaza directa contra los ciudadanos. Incluso en el debate presidencial llegó a asegurar que los migrantes haitianos en Springfield (Ohio) se estaban comiendo a las mascotas. Apuntaba a los más débiles con mentiras, provocaciones y descalificaciones, al mismo tiempo que se ofrecía para dar una solución imaginaria: deportaciones masivas para inaugurar una nueva era de éxito para EE UU. En su primer día, Trump firmó 26 decretos presidenciales para desmontar la era Biden. La democracia requiere resultados efectivos, pero sobre todo horizontes de sentido y la creencia de que quien está al frente va a ser capaz de acercarnos a ellos. En definitiva, la idea democrática de que los ciudadanos con su voto son capaces de gobernar el sentido de su comunidad.
El terremoto trumpista resuena en España y no porque el recién investido presidente de los EE UU haya incluido a España en el grupo de los BRICS. El PSOE de Pedro Sánchez apostó por una segunda legislatura del gobierno de coalición que se centrase en la gestión y en el resultado del despliegue de las políticas públicas que se desarrollaron en la legislatura anterior. Según esta visión, ahora se trataría de seguir reduciendo de manera sostenida el desempleo y recoger los frutos de lo sembrado desde el año 2020. Sin embargo, una parte importante de la ciudadanía española sigue señalando la desconexión entre los índices macroeconómicos y su experiencia cotidiana: según el CIS, aunque un 54% de los españoles creen que su situación económica personal ha mejorado, el 62% considera que la economía nacional sigue en crisis. No se compadece tampoco aquella visión con la realidad cuando la vivienda no para de escalar posiciones en las preocupaciones de la ciudadanía y lograr un lugar para vivir se ha convertido en un auténtico deporte de riesgo.
Sería “una derrota por adelantado” confiar el éxito electoral a una buena hoja de servicios macroeconómicos. La democracia no es solo una cuestión de números y tiene que hacerse cargo de los temores y las aspiraciones de la gente. Además de comunicar logros y conformarse con la retórica del gobierno más progresista de la historia, es imprescindible ofrecer una visión convincente del futuro. Quizás no es posible resolver la cuestión de la vivienda en un año, ni en una legislatura, pero sí es posible poner las bases de una política de vivienda que impida que acceder a una sea una losa generacional. Si el progresismo tiene algo que aprender de los Trump y Milei del mundo no es el raca raca anti-woke, sino su determinación a la hora de transformar el mundo a partir de sus ideas.
Lilith Verstrynge es historiadora, politóloga y exsecretaria de Estado para la Agenda 2030.
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