De Castro a Thatcher, el viaje del Vargas Llosa político


  • El escritor, que en 1990 fue candidato presidencial en Perú, viró del marxismo al liberalismo

Juan Diego Quesada

13 ABR 2025

Le aconsejaron que no lo hiciera, que iba a salir mal parado, pero no hubo manera de convencerlo. Mario Vargas Llosa se lanzó en 1990 a la Presidencia de Perú con el mismo ímpetu con el que se sentó durante toda la vida delante de la máquina de escribir, como si le fuera la vida en ello. Resultó ser un candidato apasionado y cerebral al mismo tiempo, como sus libros, que acabó derrotado en las urnas por un ingeniero agrónomo que se convertiría tiempo después en un dictador, Alberto Fujimori. El escritor juraba que se metió en política por una razón moral. Su esposa, Patricia Llosa, no lo desmintió, pero aseguró que eso no fue lo decisivo, sino la ilusión de vivir una experiencia llena de excitación. “Escribir, en la vida real, la Gran Novela”, explicó ella. Vargas Llosa, muerto este domingo en Lima a los 89 años de edad, fue un erudito, pero también Jason al frente de una nave en busca del vellocino de oro

La influencia de Sartre le convirtió, desde muy temprano, en un escritor comprometido. Durante su época de estudiante en la Universidad de San Marcos, una institución pública en la que estudió con chicos pobres y cholos venidos de la sierra, integró una célula comunista llamada Cahuide en honor a un comandante inca. Escondió panfletos y participó en una huelga de ferroviarios. Creía en el socialismo como el vehículo para conseguir la pureza del “hombre nuevo” y que eso que podía llevarse a cabo mediante la lucha armada. Cuando vivía París llegó a alojar en su apartamento a la madre del Che Guevara. Respaldó públicamente a una guerrilla nacida en el interior de Perú, la que encabezaba Luis de la Puente Uceda. Fue obvio que se entusiasmara con la Revolución cubana y admiró a Fidel Castro, al que visitó cinco veces en La Habana. En una de las ocasiones, acompañado de otros intelectuales latinoamericanos, escuchó hablar durante horas en una habitación.
Se fue aturdido de aquel despliegue de oratoria, pero lo hizo con el corazón caliente, dispuesto a cambiar el mundo. Con el tiempo se separó de la izquierda, a la que identificaría para siempre con el autoritarismo y la pobreza, y abrazó el liberalismo. De Fidel pasó a Margaret Thatcher y por el camino estudió a Hayek y Revel. “Si Mario observa un helicóptero, te explica la manera en la que liberalismo ha permitido que las piezas provengan de distintos países y se hayan podido ensamblar en un todo. El liberalismo ocupa su pensamiento”, decía un familiar durante una cena.
Antes de llegar ahí fue un estudioso del marxismo. Empezó a desconfiar cuando intuyó que esas lecturas eran “un lavado de cerebro” que empezaban a asfixiarle -así lo contaría más tarde en El pez en el agua-. Su acercamiento a las distintas ideologías tenía algo de intuición, pero sobre todo estudio y análisis, porque toda la vida, antes que escritor, fue un lector, un señor al sol, sentado en una silla, con un libro delante. En el 58 se fue a Madrid a estudiar la beca Javier Prado en la Universidad Complutense, y allí se desligó por completo de Cahuide, una aventura adolescente que sentía ridícula. Sin embargo, eso no le impidió ver arrebatado por televisión la entrada de los barbudos en La Habana, un 8 de enero de 1959. Entró de lleno en ese mundo. Vargas Llosa empezó a escribir en la revista cubana Casa de las Américas, editada por Haydée Santamaría.
Ese proceso idealista y revolucionario le unió a Gabriel García Márquez, otro escritor diez años mayor que él, al que conoció en Caracas al recibir el premio Rómulo Gallegos. Vargas Llosa quedó prendado de la prosa encendida del colombiano y le dedicó una tesis que después sería un libro, Historia de un deicidio, el análisis más brillante que se ha hecho sobre la obra de García Márquez. Los dos serían futuros premios Nobel de Literatura, el mayor de los dos en 1982, el otro en 2010. Su amistad se estrechó en Barcelona, donde fueron vecinos. García Márquez fue padrino de Gonzalo, el segundo hijo de Vargas Llosa. La lealtad a Fidel, sin embargo, los separó- el desencuentro desembocó en el célebre puñetazo en el ojo del peruano al colombiano en un cine de Ciudad de México, un suceso del que nunca habló Vargas Llosa, que le pidió a sus biógrafos que lo investigaran a partir de hoy, el día de su despedida-.

Ocurrió por el caso de Heberto Padilla, el poeta cubano encarcelado por criticar al castrismo. Un grupo de intelectuales, entre los que se encontraban Vargas Llosa, Susan Sontag, Octavio Paz, Sartre y Cortázar, firmaron un manifiesto contra las represalias a Padilla. Muchos de ellos habían apoyado a Fidel y ahora se arrepentían. En el texto aparecía la firma de García Márquez. Sin embargo, el colombiano enfureció a ver su nombre impreso y aseguró que había sido su amigo Plinio Apuleyo Mendoza quien, abusando de su confianza, había dado por hecho que apoyaría la causa y firmó en su nombre. Dejó claro que él permanecía al lado del dictador cubano.
Este fue el adiós al joven Vargas Llosa cercano al marxismo y el nacimiento de alguien que pensaba muy diferente. Pasó también brevemente por la democracia cristiana por la admiración que sentía por José Luis Bustamante y Rivero, y no por verdadera convicción política. El jurista, un humanista de Arequipa -la ciudad en la que nació él- había sido derrocado por el golpe de Estado llevado a cabo por un general que instauró una dictadura de ocho años y Vargas Llosa deseaba verlo de nuevo como presidente. Le parecía fantástico que un hombre culto, de letras, gobernara un país del tercer mundo y lo convirtiera en otra cosa. Bustamante y Rivero no logró regresar al poder y consagró el resto de su vida a cultivar la intelectualidad. Había algo de revancha histórica en el hecho de que Vargas Llosa quisiera ser presidente, como si su deseo fuese vengar a Bustamante y Rivero. El caso es que ninguno de los dos lo consiguió, como si el trono solo estuviese destinado a los bárbaros.


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