EL FASCISMO EN ESTADOS UNIDOS

Luis Carvajal Urresta

(Siri Hustvedt es escritora, ensayista y poeta, premio Princesa de Asturias de las Letras 2019. Este texto se publicó originalmente el día 9 en Le Monde. El País 18/4/2025)

Mi padre solía decir: “Cuando el fascismo llegue a América, lo llamarán americanismo”.

¿Es posible que los votantes estadounidenses hayan llevado al poder a un Gobierno fascista? En mi barrio de Brooklyn, todo sigue aparentemente igual. Las tiendas están abiertas y la gente camina dedicada a sus cosas. Sin embargo, la rutina está teñida de miedo. Al otro lado del puente, en el Upper West Side de Manhattan, se encuentra la Universidad de Columbia, donde estudié y obtuve mi doctorado en Literatura en 1986 y que ahora está en apuros con el nuevo Gobierno. Mi difunto esposo, Paul Auster, era estudiante en Columbia en 1968. Fue uno de los centenares de personas que ocuparon un edificio; recibió patadas y golpes de la policía y pasó una noche en la cárcel. Mi cuñado, el artista Jon Kessler, es profesor en la Escuela de Artes de Columbia. En definitiva, es una universidad que siento muy cercana. Después de que hubiera en ella manifestaciones propalestinas durante la pasada primavera, el Gobierno de Trump, para castigarla, le ha retirado millones de dólares de fondos federales con el pretexto del antisemitismo. La universidad ha capitulado ante las draconianas exigencias.

“Las universidades son el enemigo”, se titulaba un discurso pronunciado en 2021 por J. D. Vance, ahora vicepresidente de Estados Unidos y que, irónicamente, se graduó en la Facultad de Derecho de Yale. Las palabras importan. Alteran la percepción humana, excitan las emociones e influyen en el rumbo de los acontecimientos políticos.

Desde el ascenso de Trump en 2015, se han publicado incontables artículos en distintos medios de comunicación que plantean una pregunta: ¿MAGA es o no es fascista? Jason Stanley, profesor de Yale y autor de Facha, y Ruth Ben-Ghiat, de la Universidad de Nueva York, que publicó Strongmen en 2020, han señalado muchos paralelismos entre el trumpismo y el fascismo europeo. Robert Paxton, autor de La Francia de Vichy: vieja guardia y nuevo orden, 1940-1944, llegó a la conclusión de que MAGA tenía características fascistas al presenciar los actos violentos del 6 de enero de 2021. La respuesta de los principales medios de comunicación (y muchos académicos) ha sido que realizar esas comparaciones es “irresponsable”. Que los únicos que asocian a Trump con Hitler son los alarmistas de izquierdas. Los Estados Unidos de 2025 no son la Alemania de 1933.

La insistencia en que no se puede utilizar la palabra “fascismo” para hablar del Partido Republicano corresponde al pensamiento convencional. El discurso vocinglero de la extrema derecha es cada vez más habitual en la política. Para situarse en un terreno intermedio, los llamados medios de comunicación tradicionales, que están vinculados a intereses empresariales, tienen miedo de perder el acceso al poder y desean mantener un tono de moderación y continuidad, han decidido recurrir a las paráfrasis. Los berridos racistas, xenófobos y misóginos y las frases incoherentes de Trump pasan a ser declaraciones fluidas y racionales. La técnica tiene un nombre: sanewashing, dar un aire de sensatez a lo que no es más que una locura. Varios periodistas —entre ellos Paul Krugman, excolumnista del periódico— han acusado a The New York Times de caer en ello.

Los grandes medios de comunicación, colaboracionistas.

El racismo descarado a la hora de buscar chivos expiatorios entre las personas no blancas y los inmigrantes; la demonización de feministas y marxistas; la evocación de una edad de oro triunfal pero ilusoria que se va a recuperar gracias al gran macho líder, cuya virilidad teatral y beligerante encarna una voluntad cuasi religiosa del “pueblo”; el borrado de la historia; el despido de profesores; la prohibición de libros; la restricción de los derechos de la mujer y la insistencia en que los roles sexuales “tradicionales” son “lo natural”; la alarma por el descenso de la tasa de natalidad; el discurso eugenésico de los “genes malos” y la mágica transformación del grupo que domina una sociedad en víctima son elementos presentes en todos los movimientos fascistas (del siglo XX) y neofascistas (del siglo XXI) del mundo entero.

Hay que destacar que el auge del fascismo en Europa y el ascenso del Ku Klux Klan, la histeria contra los inmigrantes y la popularidad de la eugenesia en Estados Unidos se produjeron después de una pandemia mundial de gripe. La segunda encarnación de MAGA surgió inmediatamente después de la covid-19.

La propaganda, que conecta con los sentimientos colectivos de malestar, proporciona a los espectadores unos cómodos objetos a los que culpar y odiar. Convierte una irritación colectiva sin causa identificable en un diagnóstico específico: son los judíos; es lo woke (que abarca a todo lo que no son hombres blancos heterosexuales). Resulta apropiado llamarlo propaganda. La propaganda es el lenguaje que tiene una misión.

“No hay nada que confunda tanto a la gente como la falta de claridad o de rumbo”, escribió en 1931 Joseph Goebbels, futuro ministro de propaganda nazi, en Wille und Weg. “El objetivo no es presentar al hombre común todas las teorías distintas y contradictorias posibles. La esencia de la propaganda no está en la variedad, sino en la contundencia y la persistencia con las que se seleccionan ideas del pensamiento en general y se inculcan en las masas utilizando los métodos más diversos”.

Goebbels, un hombre con un doctorado en Filología, entendía qué es lo que hay que hacer con el mensaje. Cuando se repite una y otra vez, se consigue el objetivo. Hoy, los medios de comunicación de derechas estadounidenses, como hacía la maquinaria de propaganda nazi, repiten y amplifican las frases de Trump. Hace poco oí a un locutor de radio repetir una y otra vez “FRAUDE Y ABUSOS”, el mantra con el que Elon Musk y sus secuaces justifican el asalto a organismos gubernamentales y el despido de decenas de miles de trabajadores. Un ciudadano estadounidense que no escuche o vea más que los medios de comunicación MAGA está tan aislado como lo estaba el alemán ario cuando los nazis tomaron el control total de los medios de comunicación.

Se ha filtrado a la prensa una lista de 199 palabras marcadas como sospechosas por el Gobierno, entre ellas, negro, diverso, gay y mujer. Blanco, homogéneo, heterosexual y hombre no están incluidos. La purga sería cómica y absurda si no fuera por el miedo que inspira. Los científicos y académicos que aspiren a recibir subvenciones oficiales deben evitar estas palabras. También figuran en la lista mujer y género. Vigilar el lenguaje no es exclusivo del fascismo; es un mal endémico de los regímenes autoritarios.

El filósofo ruso M. M. Bajtín escribió La imaginación dialógica en época de Stalin, cuando emplear la palabra que no tocaba podía suponer el Gulag. El libro, un análisis de la novela, no se publicó hasta 1975. Para Bajtín, el género literario se distingue por tener una variedad de perspectivas y estilos lingüísticos que él llamó heteroglosia. El discurso autoritario, por el contrario, es unitario e inflexible y se impone desde arriba. Está “indisolublemente unido a su autoridad —al poder político, a una institución, a una persona— y se sostiene y cae junto con esa autoridad”.

El poder del lenguaje democrático, de la auténtica libertad de expresión, reside en la igualdad, la variedad, la contradicción, la interpretación y el diálogo: una polifonía encarnada en distintos oradores en diferentes situaciones, cuyas palabras cambian sin cesar porque reaccionan a las palabras con las que se expresan los demás.

La mitad de los votantes de este país no han elegido el neofascismo. A pesar de que hay cada vez más miedo, también hay cada vez más oposición. Mi marido y yo, junto con otros escritores, fundamos en 2020 Writers Against Trump (Escritores contra Trump), ahora llamada Writers for Democratic Action (WDA, siglas en inglés de Escritores por la Acción Democrática), que cuenta con más de 3.000 miembros y es una de las muchas organizaciones de resistencia que están emprendiendo acciones colectivas. Las palabras importan. Las palabras son acción. Hablar y escribir públicamente, o en la clandestinidad si se agrava la represión, será crucial para contribuir a que la segunda versión de Trump conserve o pierda su autoridad.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *