abril 2025
¿Hacen lo suficiente los gobiernos para enfrentar las crecientes desigualdades, o se limitan a consentir a las elites de la riqueza? En dos libros de reciente aparición, Max Steuer y Sarah Kerr consideran esta cuestión de diferentes formas. Mientras la relación entre los súper ricos y el poder político formal se torna cada vez más evidente, estos libros explican por qué una política económica responsable es imprescindible para construir sociedades más justas.
Elaine Coburn

Riqueza, poder y economía
¿Cómo avanzar hacia la equidad económica en una sociedad justa? ¿Es esto posible, cuando las desigualdades económicas son descontroladas y unos pocos ricos ejercen un tremendo poder sobre la mayoría?
Dos libros muy diferentes invitan a los lectores a plantearse las cuestiones económicas como claves para alcanzar una sociedad justa: Dangerous Guesswork in Economic Policy [Política económica basada en conjeturas peligrosas], del distinguido economista sénior Max Steuer, y Wealth, Poverty and Enduring Inequality: Let’s Talk about Wealtherty [Riqueza, pobreza y desigualdad perdurable. Hablemos de wealtherty], de la socióloga política Sarah Kerr. Lo que está en juego en la disciplina económica es tanto la justicia como la democracia, que deben ser arrancadas de las garras de la minoría rica, en el marco del ascenso de peligrosos populismos. Ambos autores son pesimistas, y con razón, ya que la riqueza está estrechamente atada al poder y los ricos resistirán aquellas políticas que reduzcan sus libertades e influencia. El conocimiento económico no es suficiente, pero es necesario para darnos la capacidad de trabajar eficazmente en pos de sociedades más equitativas y un mundo más justo.
Más allá de ese terreno compartido, los autores difieren en aspectos importantes. El estilo de Steuer es claro, directo, a veces taxativo en el tono. Sostiene que los economistas son consejeros técnicos desinteresados y son necesarios para una elaboración responsable de políticas de gobierno: «Los economistas son facilitadores. Me dices qué deseas y te diré cómo alcanzarlo». Los economistas teorizan, luego desarrollan modelos simplificados y a partir de ellos, crean políticas que dan forma a nuestra vida social en cuestiones tan variadas y vitales como «la desigualdad, el calentamiento global, las pandemias». Necesitamos el conocimiento económico experto para alejarnos de las «conjeturas» populistas sobre la economía, que son amateur, peligrosas y en ocasiones francamente deshonestas –si solo los consejeros políticos de alto nivel escucharan–.
En contraste, Kerr escribe con un estilo elíptico –para ser francos, a veces enrevesado–, desde una perspectiva interdisciplinaria. Para ella, la desigualdad, en especial el problema de la alta concentración de riqueza en medio de la pobreza, es un tema para quienes elaboran políticas sociales, no para economistas. Planteando un deseo de lograr amplio alcance, comienza y finaliza con un Manifiesto, que incluye declaraciones como esta: «Hay que convertir la riqueza en un problema social». Kerr insta a investigadores, elaboradores de políticas y público a dejar de enfocarse en la pobreza, con el fin de entender mejor a los ricos y el modo en que transforman su riqueza en poder. Esto significa problematizar nuestro estado contemporáneo de wealtherty (riquepobreza), un contexto social en el que la extrema concentración de riqueza da forma a nuestra política y nuestra legislación, a nuestro conocimiento y nuestra ignorancia y, en última instancia, a nuestras formas de ser. Hoy, los pobres son vigilados y disciplinados, convocados a hablar y difundir sus experiencias. A los ricos se los deja en su privacidad, se les permite callar o, si eligen hablar, se les da crédito por aportar importantes perspectivas. Para cambiar estas realidades injustas, necesitamos una mejor ciencia social –comenzando por reconocer la riqueza como un problema– y una mejor política social.
Consideradas estas diferencias, ¿cuáles son las fortalezas y límites particulares de los argumentos de Steuer y Kerr? ¿De qué modo plantean las cuestiones económicas, en especial la desigualdad, como importantes para quien se preocupe por una sociedad justa y democrática?
La economía como investigación social
En Dangerous Guesswork, Steuer se apoya en décadas de erudición para explicar la disciplina económica a políticos. El mercado no puede quedar librado a sí mismo; la idea de que los mercados se autorregulan es una afirmación indefendible, tan solo «ideología que se ha vuelto loca». Los asesores que no son economistas suelen ser peligrosos. El éxito de los empresarios se toma como evidencia de su hábil navegación de las relaciones económicas. Pero aun en los mejores y más desinteresados casos, el conocimiento de los empresarios se limita usualmente a un campo particular, a diferencia del economista profesional, que se ocupa con amplitud de la economía como un todo. Como explica Steuer: «Observar, predecir y apreciar tendencias en la moda y en las preferencias de consumo es diferente de predecir desempleo o crecimiento económico», y solo los y las economistas están formados para esto último.
En la descripción de Steuer, el o la economista es un científico que mantiene una «mente abierta» al considerar diversas teorías y modelos, utilizándolos para generar evidencia y así desarrollar políticas informadas. Cuando las políticas económicas no funcionan, perfecciona las teorías y modelos a la luz de la evidencia.
Los y las economistas comparten importantes puntos de vista básicos. Todas las economías son una mezcla de actividad de los mercados, políticas de gobierno e intercambios informales (a veces ilegales). La especialización, como por ejemplo el conocimiento sobre comercio internacional, coexiste necesariamente con un reconocimiento de la «economía más amplia» y de diferentes tipos de mercados, incluidas las economías rurales y urbanas. Las economías nacionales no son autónomas, sino que están vinculadas «a través del comercio, los movimientos de capital y la migración». Para Steuer, los y las economistas científicos profesionales basan sus análisis en estas verdades compartidas, y lo hacen por el mayor bienestar de las economías, y por lo tanto las sociedades en las que viven.
Steuer se enfoca en la economía neoclásica, pero admite que no lo hace «por ningún buen motivo». Se ensayan muchas teorías económicas alternativas –por ejemplo, extrayendo lecciones de experiencias históricas o enfocándose en la complejidad como rasgo fundamental de la economía–, y con razón. Si bien Steuer reconoce un necesario pluralismo en la disciplina, no se reserva sus juicios. John Maynard Keynes está «profundamente equivocado» cuando sostiene que la economía es como la plomería, que solo importa cuando no funciona. En cambio, la economía es parte de la vida cotidiana y merece una atención seria y sostenida. Las decisiones económicas, como por ejemplo financiar una buena educación básica, pueden fomentar las virtudes individuales y sociales de la curiosidad y el coraje.
Por la misma razón, cuando Thomas Piketty sostiene que la disciplina económica suele estar demasiado separada de otras formas de investigación social, Steuer coincide abiertamente, porque «la economía está estrechamente interconectada con el sistema social total». El economista sofisticado, en oposición al político ingenuo, el ideólogo, o peor aún, el charlatán, comparte esta visión.
Steuer explica por qué la desigualdad económica es una cuestión clave, inevitable, con su decisión característica:
«Pero ¿es injusto que 1% de la población posea más de la mitad de la riqueza? No es una pregunta científica, alguien podría decir, equivocadamente. La mayoría de la gente tiene algo que se aproxima a un sentido común de la equidad. Si algo transgrede ese sentido, eso es un hecho de la vida, como la velocidad de la luz».
Las cuestiones económicas atañen a la sociedad justa, y la sociedad justa no puede tolerar los altos niveles de desigualdad que caracterizan hoy nuestros países y nuestro mundo. Para evitar los daños y desincentivos que surgen de la extrema desigualdad, se requieren políticas tributarias paliativas, entre otras; y para eso, es necesario el conocimiento experto de los y las economistas, y no la influencia de los líderes empresarios ricos.
En general, Dangerous Guesswork es una clara, admirablemente sucinta y a menudo vivaz introducción a la economía dominante. Enfoques claves, como la econometría, y conceptos importantes, como las ventajas comparativas, se explican brevemente y se ilustran con ejemplos útiles. La tendencia de Steuer al juicio terminante es menos atractiva y debilita su planteo de que existe una pluralidad de enfoques razonables en las cuestiones económicas. Su decisión de usar el pronombre masculino «casi en todas partes» es desalentadora. En el estilo y en las prácticas de citación, Steuer deja la impresión de que el «club de la economía» está conformado por hombres brillantes, con el añadido de Janet Yellen, ex-presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos. Más oportuno es el alegato apasionado de Steuer en favor del argumento razonado y el recurso a la evidencia contra los populismos, o peor, las conspiraciones, y su defensa de la necesidad de relaciones económicas más igualitarias para la sociedad justa.
Estudiar a los ricos para confrontar la desigualdad
En Enduring Inequality, Kerr considera las largas historias que dan forma al presente, marcado por amplias desigualdades y la concentración de la riqueza en unos pocos. Castigamos a los pobres, viéndolos como irresponsables y sospechosos por su pobreza. Esto era así en el siglo XIX, cuando las mujeres eran vigiladas y castigadas en los asilos para pobres. Kerr recuerda a una mujer, Hannah Joyce, que en 1845 fue acusada de haber matado a su bebé, porque se presume que las mujeres pobres son malas madres; más tarde fue absuelta. En una forma menos extrema, quienes buscan empleo son vigilados y castigados, se asume que son irresponsables y que probablemente hacen trampa. El acceso al Crédito Universal, disponible solo para quienes tienen ahorros por menos de 16.000 libras esterlinas (algo más de 20.000 dólares), depende de una «presión cruel y constante para asumir más tareas», sin importar lo mal remuneradas que estén o cuántos pequeños empleos diferentes se necesiten para completar las 36 horas de trabajo requeridas.
Mientras tanto, a los ricos o bien se los ignora deliberadamente o se los considera actores y asesores honorables y conocedores. La información incorrecta suministrada en un formulario de impuestos no se considera un fraude, como lo sería para una persona pobre, sino un «error»; un complaciente sistema de «codazos y avisos» fomenta una divulgación más completa y precisa. A los propietarios ricos se los deja en paz, aun si sus prácticas de arrendamiento dañan a inquilinos menos acomodados al crear «condiciones inseguras de vivienda». Tienen acceso al Estado, donde son bienvenidos como interlocutores creíbles, y así influyen directamente en las políticas estatales.
Si invertimos este estado de cosas vigilando más de cerca a los ricos, sostiene Kerr, podemos comprender mejor la desigualdad. Los ricos deben ser obligados a compartir lo que saben, en especial cuando causan daños sociales; por ejemplo, por contribuir de manera desproporcionada al calentamiento global.
Desafortunadamente, el libro de Kerr –escrito a partir de su tesis de doctorado– se lee todavía como la exploración desordenada de ideas sobre la desigualdad económica de una doctoranda entusiasta, más que como un argumento claro y fundamentado. Hay inconsistencias importantes. Se insta a los lectores sin ambigüedades «a dejar de hablar de la pobreza», y que «hablar de la pobreza dirige la atención hacia los síntomas del problema», solo para presentar luego varios capítulos enfocados en los pobres, desde los asilos de pobres del siglo XIX hasta las experiencias de mujeres que hoy se ven forzadas al trabajo sexual para sobrevivir. De hecho, lo que Kerr quiere decir, y en otras partes dice, es que se debe estudiar a los ricos en relación con los pobres. Evitar eslóganes equívocos y argumentos inconsistentes es importante en un libro que busca intervenir en debates políticos y persuadir al público.
Lamentablemente, Kerr tropieza en el uso de conceptos claves a través del texto. Tomando en préstamo de otros académicos, por ejemplo, distingue «riqueza ordinaria», o lo que se requiere mínimamente para una buena vida, como «seguridad», de «exceso» o «excedente» de riqueza, es decir, la concentración de activos muy por encima de lo necesario para satisfacer las necesidades. Una vez establecida, esta distinción no se sostiene ni en ese capítulo ni en el resto del libro. A menudo Kerr se refiere simplemente a «los ricos» y «los pobres», pero en otros pasajes describe a los ricos como «capitalistas», recurriendo a un lenguaje marxista de economía política del que, por lo demás, (en general) se aparta. No se trata de un rasgo inevitable de la interdisciplinariedad, sino de una confusión significativa en torno de un concepto clave.
La mayor parte de la discusión de Kerr sobre la «wealtherty» podría tener más impacto si se presentara de manera más directa. Considérese esta afirmación:
«La wealtherty es un nuevo marco para el estado en que nos encontramos, en tanto coloca el análisis crítico de la riqueza en el corazón de los debates de política social. Crea un nuevo espacio en el que pensar. Dejemos de hablar de pobreza y hablemos de wealtherty si queremos confrontar la desigualdad».
¿Por qué no escribir sencillamente: «En lugar de enfocarse en la pobreza, los debates de política social deben considerar la relación entre riqueza y pobreza, si queremos confrontar la desigualdad»? O incluso: «En lugar de enfocarnos únicamente en la pobreza, hablemos sobre la desigualdad».
Por último, el neologismo «wealtherty» es innecesario, y lo que es peor, distrae activamente de lo que (según interpreto) es el argumento principal de Kerr: vivimos en una sociedad injusta, caracterizada por una alta concentración de riqueza y poder político en medio de una terrible pobreza e impotencia asociada. Estudiamos y disciplinamos a los pobres, invocando sus voces pero sin escuchar sus perspectivas, al tiempo que damos crédito a los ricos como actores conocedores, cuando no los dejamos sencillamente en paz para que disfruten de su privacidad. Esto debe terminar. Es necesario entender mejor la desigualdad y, en particular, a los muy ricos y el modo en que producen y mantienen relaciones de desigualdad. El libro de Kerr aporta ideas importantes; el original merecía una revisión de pares más rigurosa y un proceso de edición al servicio de su argumento.
Conversaciones críticas en un mundo desigual
Estas intervenciones son oportunas y necesarias. En Gran Bretaña, Rishi Sunak (primer ministro entre 2022 y 2024) posee una fortuna estimada en 730 millones de libras esterlinas (unos 950 millones de dólares). Jeff Bezos, Tim Cook, Elon Musk, Sundar Pichai y Mark Zuckerberg, cinco multimillonarios, se sentaron juntos en la segunda asunción a la Presidencia de Estados Unidos de Donald Trump el 20 de enero de 2025, frente al gabinete de Trump. La relación entre los muy ricos y el poder político formal nunca fue tan evidente. En este contexto, los libros de Steuer y Kerr insisten provechosamente en que la desigualdad económica es un problema importante y en que las cuestiones económicas nos conciernen a todos. Acertadamente, nos invitan a confrontar las desigualdades y la concentración de riqueza. Si nos importa vivir en sociedades justas y democráticas, es lo menos que podemos hacer.
Nota: la versión original de este artículo, en inglés, se publicó en LSE Review of Books, el 26/01/2025 y está disponible aquí. Traducción: María Alejandra Cucchi.
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