Cómo las elites y las celebridades capturaron el panafricanismo

mayo 2025

Nacido a inicios del siglo XX con figuras como W.E.B. Du Bois y Marcus Garvey, el panafricanismo buscó unir a África contra el colonialismo. Hoy, las élites políticas y económicas, pero también las celebridades de la diáspora, usan su simbología para promover el turismo y para favorecer un modelo de concentración de la riqueza. ¿Dónde quedó el proyecto igualitario y de solidaridad radical de Patrice Lumumba y Frantz Fanon?

Naila Aroni

<p>Cómo las elites y las celebridades capturaron el panafricanismo </p>

La artista musical Kelis en Kenia. Foto de Instagram

En Los condenados de la tierra, el teórico anticolonialista Frantz Fanon advirtió que la burguesía poscolonial africana se apropiaría de los símbolos de la liberación negra para imponer su limitada agenda propia, sin lograr en definitiva romper las cadenas psicológicas y materiales del colonialismo. La profecía de Fanon se ha hecho realidad: los dirigentes políticos africanos no solo han tomado el poder para replicar las estructuras coloniales de opresión mediante el capitalismo extractivista y la corrupción, sino que además han encontrado colaboradores bien predispuestos en la elite de la diáspora africana y han distorsionado los ideales panafricanistas en su propio beneficio.

Hace ya un largo tiempo que se utiliza a las celebridades como «poder blando» en la guerra cultural para edulcorar y explotar África, manipulando en última instancia la brecha poscolonial. Como señaló la autora Frances Stonor Saunders, el gobierno estadounidense reconoció el papel de la música y las artes como una estrategia encubierta para ganar corazones y mentes, en lo que resultó ser una «Guerra Fría cultural». Esto sucedió en 1960, conocido como el «Año de África», en el contexto de la independencia de 16 naciones africanas, cuando líderes africanos como Patrice Lumumba y Kwame Nkrumah se convirtieron en íconos globales de la libertad poscolonial. Por temor a la formación de un frente africano unido, así como a lo que se percibía como una creciente amenaza del comunismo, la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) utilizó a músicos como Louis Armstrong y Nina Simone como «embajadores del jazz» de buena voluntad y libertad para contrarrestar el mensaje soviético que destacaba el racismo en Estados Unidos.

Esto planteó un dilema ético para los artistas afroestadounidenses, a los que se les dio la tarea de presentar una imagen falsa de armonía racial en Estados Unidos que no reflejaba su experiencia vivida ni sus posturas morales bajo el racismo de las leyes Jim Crow. Inicialmente Armstrong se negó a participar en las giras musicales por África patrocinadas por el Estado hasta que se lograran avances legales en materia de derechos civiles. Las contradicciones experimentadas por los embajadores del jazz por ser activistas por los derechos civiles y, al mismo tiempo, desempeñar un papel en la difícil situación de los africanos continentales quedaron magníficamente expuestas en el aclamado documental Soundtrack to a Coup d’Etat [Banda sonora para un golpe de Estado]. Si bien estos acontecimientos no se produjeron de manera sucesiva, la cronología de la película establece con maestría un vínculo entre hechos tales como la visita de Armstrong al Congo, el arresto domiciliario de Lumumba y los complots de la CIA en ese país, que se dieron de forma simultánea. Así ofrece un análisis impactante y provechoso del modo en que estos músicos posiblemente brindaron una cortina de humo para la intromisión extranjera de la CIA, que condujo al asesinato de Lumumba.

Estas colaboraciones público-privadas con el respaldo de celebridades se han revitalizado recientemente con el Año del Retorno de Ghana en 2019, una iniciativa gubernamental que posiciona a Ghana como un destino privilegiado para que los afroestadounidenses y la diáspora africana se reconecten con sus raíces ancestrales tras cuatro siglos de separación debido a la esclavitud. En 2019, el turismo receptivo representó 10,3% del PIB de Ghana, un aumento significativo si se lo compara con el 3% correspondiente a 2016. El gobierno ghanés no tardó en dar la bienvenida a celebridades de alto perfil como Chance the Rapper y Meek Mill en calidad de embajadores no oficiales, promoviendo el turismo experiencial mediante festivales y sitios históricos restaurados.

Kenia no cuenta con una estrategia turística formalizada y específica dirigida a la diáspora, de la misma manera que Ghana, que lanzó una Unidad de Asuntos de la Diáspora bajo la supervisión del ex-presidente Nana Akufo-Addo. Sin embargo, en 2021, Naomi Campbell –a quien se vinculó frecuentemente con miembros célebremente corruptos de la elite global como Jeffrey Epstein y el ex-presidente de Liberia Charles Taylor– fue nombrada, no sin polémica, embajadora de turismo de Kenia, en un momento en que el sector estaba en dificultades debido a las restricciones del covid-19.

Campbell está lejos de ser la excepción en las recientes y controvertidas inversiones de celebridades de todo el sur y este de África: el actor británico Idris Elba, que ha abogado por crear una industria cinematográfica en África, está bajo sospecha de haber recibido del gobierno de Tanzania más de 32 hectáreas de terrenos en Zanzíbar para construir modernos estudios cinematográficos, en un contexto en el cual las libertades políticas brillan por su ausencia, en especial para quienes han sido arrestados con pretextos ridículos como usar «palabras fuertes» cuando simplemente criticaban a la presidenta Samia Suluhu Hassan. Por su parte, John Legend también decidió actuar en el festival Global Citizen en Kigali, pese a la participación del gobierno ruandés en la toma del poder por parte de los rebeldes del M23 en el Congo. En cambio, la cantante nigeriana Tems canceló su concierto en Kigali para la misma fecha, pues reconoció que sería una falta de sensibilidad hacia el pueblo congoleño.

En defensa de su decisión, Legend afirmó: «No creo que debamos castigar al pueblo de Ruanda ni a los de otros países cuando discrepamos con sus dirigentes». Si bien es cierto que no todos los ruandeses apoyan las decisiones políticas de su gobierno, los boicots culturales han demostrado ser muy importantes para exigir responsabilidades a regímenes opresores, como en el caso del boicot que terminó en la exclusión de de Sudáfrica de los Juegos Olímpicos por la política de apartheid de su gobierno. La solidaridad con el pueblo congoleño, en un momento en que el papel de Ruanda en el conflicto aún permanece invisibilizado, es mucho más urgente que el deseo del pueblo ruandés de disfrutar de un glamoroso y multimillonario concierto. Dado el contexto, estas acciones de alto perfil refuerzan la percepción de que sus gobiernos priorizan a los extranjeros adinerados por sobre sus propios ciudadanos, un patrón demasiado familiar que remite a la marginación de las comunidades locales.

La cantante y granjera estadounidense Kelis es la última celebridad en aventurarse en África Oriental, supuestamente con el pretexto de la sostenibilidad. A menudo promociona sus vídeos en su cuenta de Instagram mediante reels breves en los que aparece sin maquillaje y con ropa informal, acompañados de hashtags como #ApoyeALosCampesinosNegros y #VidaCampestre, presentándose como una influencer con aspecto de chica normal y corriente con la que es fácil identificarse. La artista y empresaria amplió recientemente sus actividades empresariales tras una compra de tierras en Kenia con la intención declarada de crear una finca comercial a gran escala, rodeada de vida silvestre. Para celebrar este anuncio, recurrió una vez más a las redes sociales, presentándose como una «pionera» y vistiendo una camiseta con la leyenda «Original Farm Owner» [dueña de finca pionera] para enfatizar esta imagen pública. Esto provocó de inmediato reacciones encontradas, en especial entre los kenianos preocupados por la agricultura que se practica cerca de fauna silvestre en peligro de extinción y por la alteración de los ecosistemas naturales. Si bien una minoría de personas vio con agrado que Kelis usara su plataforma para mostrar a Kenia de forma positiva –y sostuvo que debería ser coronada como la nueva embajadora de turismo para el país–, entre los detractores, Kelis fue rápidamente etiquetada como una neocolonialistaComenzó a difundirse la versión de que el terreno que había adquirido pertenecía a una reserva natural, dada su proximidad a áreas de vida silvestre, y que probablemente había aprovechado vínculos con el gobierno para asegurarse la compra.

Aunque se desconoce la ubicación exacta de la finca de Kelis, lo más probable es que esté situada cerca de Naivasha, un pueblo que lleva el nombre de un lago de agua dulce, originalmente habitado por la tribu masai hasta que se convirtió en un área importante para el desarrollo colonial a finales del siglo XIX. En la actualidad, persisten reminiscencias del colonialismo, ya que la zona se caracteriza por vastas fincas dedicadas a la floricultura y que son propiedad de colonos blancos. En respuesta a estas críticas, Kelis aclaró que el terreno era de propiedad privada, que fue comprado a un dueño anterior y que no pertenecía a una reserva natural.

Pero esta defensa pasa por alto la cuestión fundamental. Independientemente de si la tierra estaba legalmente disponible, persiste la preocupación de que estas adquisiciones por parte de celebridades refuercen los patrones existentes de acumulación de riqueza y concentración de tierras. Lo hecho por Kelis se percibe como emblemático de una falta general de solidaridad por parte de los africanos de la diáspora y la mayor parte de la diáspora negra, quienes, en su búsqueda de oportunidades económicas y conexión con el continente africano, corren el riesgo de convertirse en la «nueva oleada de gentrificadores». Mientras Kelis continúa publicitando su empresa agrícola, la agricultura a gran escala en Kenia sigue estando en gran medida reservada a los colonos blancos y la elite keniana, al tiempo que los agricultores indígenas son los principales damnificados por sequías e inundaciones, lo que ha redundado en la pérdida de tierras cultivables para el ganado y las familias. Por añadidura, los niveles de agua del lago Naivasha han disminuido, y la floricultura es el principal responsable. ¿Qué tan sostenible es el nuevo negocio de Kelis cuando esta tierra y estos recursos podrían maximizarse para lograr la seguridad alimentaria en una nación donde más de 13 millones de personas no tienen acceso seguro a los alimentos?

Más allá de las consecuencias materiales, estas celebridades también ayudan a los gobiernos africanos a crear una imagen progresista y aspiracional que oculta desigualdades de clase profundamente arraigadas y las pésimas condiciones materiales de la gente común de África. En este imaginario característico de la diáspora africana, Kenia y otras naciones del continente se convierten en patrias idílicas, fértiles tierras de posibilidades, refugios contra las injusticias raciales de Occidente y lugares donde los perdidos vínculos ancestrales pueden restaurarse milagrosamente. «¡Ruanda! ¡Parece una utopía como #wakanda, realmente impresionante! ¡Tan exuberante y hermosa! ¡La gente de aquí <3 [adorable]!», escribió Kelis en el texto que acompaña otro de sus reels de Instagram, tomado en una colina con vistas a grandes extensiones de tierra cultivada. Expresa su fascinación por los niños pequeños que «ayudan y cargan cosas», sin considerar las implicaciones de mostrar a menores transportando leña que aparecieron en el video sin saberlo, como simples elementos decorativos.

El reel parece una escena de una remake moderna de África mía y trae a la mente el neologismo acuñado por la historiadora feminista negra Jade Bentil, wakandificación, para referirse a este «proceso por el cual África ‘como producto’ se reimagina para servir a los intereses de la representación, la nación y el capital»1. Esta visión romántica de África es descripta como pura e intacta, poblada por vida silvestre más que por personas, lo que perpetúa un discurso propio de la era colonial que borra las realidades que viven los ciudadanos africanos. Es el África de las portadas de libros: el África de los colores vibrantes y los baobabs, desprovista de la humanidad que convive con la vegetación.

Por un lado, es comprensible que los africanos de la diáspora, tras siglos de despojo y racismo, se sientan atraídos por las aspiraciones de regresar al continente africano. Mucho antes de 2019, algunos afroestadounidenses habían retornado a África, atraídos e inspirados por los movimientos de liberación de estas naciones, incluidos importantes académicos como Maya Angelou y W.E.B. Du Bois, quienes se establecieron en Ghana por invitación del entonces presidente Kwame Nkrumah, mientras que miembros del Partido Pantera Negra buscaron refugio en Tanzania, influenciados por la adopción del panafricanismo por parte de Julius Nyerere en el marco de su Ujamaa o «socialismo africano». Sin embargo, incluso durante el auge del movimiento panafricanista, hubo notorias tensiones entre estos expatriados y los africanos de África, tal como se señala en Lose Your Mother [Pierde a tu madre], de Saidiya Hartman, quien señala que los ghaneses estaban molestos con los expatriados porque estos ocupaban tierras y «presumían de saber qué era lo mejor para África».

Estas fricciones diaspóricas persisten en la actualidad, mientras algunos afroestadounidenses intentan directamente reclamar la ciudadanía africana. Si bien la mayor parte de los intentos tuvieron lugar en Ghana, un ciudadano estadounidense que vive en Kenia desde 2008 solicitó el reconocimiento como ciudadano keniano, invocando derechos ancestrales. Si bien la mayoría de los afroestadounidenses que descienden de personas esclavizadas rastrean su linaje hasta África occidental, la elección de Kenia como hogar originario se basó para este ciudadano en la Proclama de Abuja, una declaración panafricana patrocinada por la Unión Africana en 1993. Esta insta a todos los países africanos a garantizar el derecho al ingreso y a la residencia de todas las personas de ascendencia africana, siempre que no existan elementos descalificatorios, a quienes reclamen el derecho a retornar a su hogar ancestral, un objetivo idílico que aún no se ha implementado de forma sostenible en los hechos, más allá de beneficiar a la elite de la diáspora negra.

Mientras continúe el impulso del crecimiento económico, es probable que países africanos como Kenia, Tanzania y Ruanda, donde el turismo es fundamental para su PIB, comiencen a promocionarse como destinos de reubicación para la diáspora negra. Si bien los afroestadounidenses pueden no tener vínculos ancestrales explícitos con África oriental, la infraestructura y la estabilidad que se percibe en la región podrían atraer a más «retornados». No sería sorprendente que estos países adoptaran políticas similares a las visas para nómadas digitales de Sudáfrica con el fin de facilitar la migración a largo plazo de la diáspora.

Dadas las circunstancias, es fácil dirigir la ira hacia las comunidades de expatriados negros que llegan, que parecen estar cosechando los beneficios de de este sistema jerárquico promovido por los gobiernos. Sin embargo, la mayoría de estos recién llegados son también víctimas de las estructuras neoliberales de explotación de clase que privan de sus derechos a las comunidades negras en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos. Los verdaderos culpables siguen siendo la elite política y económica africana y las potencias occidentales, los antiguos colonizadores y las instituciones financieras que cuidan sus propios intereses y continúan amasando capital a expensas de la genuina solidaridad racial, distorsionando los principios unificadores radicales mediante el maquillaje institucional de captura elitista.

En el caso de Kenia, el costo de vida se mantiene en su nivel más alto tras las protestas contra la reforma impositiva de 2024, el neoliberalismo y la mala gobernanza, y se proyecta que la relación deuda/PIB del país llegará a 70%. Mientras tanto, el gobierno keniano sigue envuelto en escándalos, desde la venta de fertilizantes adulterados a los agricultores hasta un sistema de sanitario obsoleto que ha provocado una crisis de salud pública. Aún más preocupante es que el actual gobierno de Kenia parece estar profundizando sus vínculos económicos con regímenes opresivos; así, recientemente autorizó la entrada de las Fuerzas de Apoyo Rápido de Sudán, el mismo grupo militar responsable de crímenes de guerra en una de las guerras civiles más devastadoras de la historia reciente, lo que le permitió a este grupo organizar reuniones para formar un gobierno paralelo en ese país. En represalia, Sudán prohibió todas las importaciones de productos kenianos, lo que dificulta el comercio del té keniano y desestabiliza aún más su economía. Describir a Kenia como un «paraíso», ya sea agrícola o de otro tipo, implica ignorar deliberadamente las circunstancias en que los kenianos luchan por sobrevivir.

Lo que la historia nos advierte es que el problema fundamental reside en la mala gestión económica y la falta de reformas económicas estructurales para promover a las sociedades africanas locales. Por ejemplo, el Segundo Festival Mundial de Arte y Cultura Negra y Africana de Nigeria (FESTAC ‘77) fue una celebración multimillonaria del orgullo negro, pero no logró generar beneficios económicos duraderos para los nigerianos; enormes barrios marginales rodeaban la exhibición, y el famoso artista nigeriano Fela Kuti se negó a participar y calificó el evento de propaganda. Como señaló la escritora ghanesa Ayi Kwei Armah en su artículo de 1985 «The Festival Syndrome» [El síndrome del festival], estos festivales corren el riesgo de convertirse en «vanidosas demostraciones de bancarrota intelectual» en lugar de ser vehículos para un cambio significativo. A medida que los países africanos continúan encontrando maneras de participar en la comunidad global y la diáspora, los recursos de África deben destinarse a afrontar problemas apremiantes como el hambre, la pobreza y la desigualdad económica que persisten dentro de sus fronteras.

Kwame Nkrumah comprendió la importancia del intercambio cultural y sus beneficios prácticos. «Ustedes no deben conformarse con acumular conocimientos sobre las artes», declaró en la inauguración del Instituto de Estudios Africanos de la Universidad de Ghana en 1963. «Su investigación debe estimular la actividad creativa; debe contribuir al desarrollo de las artes en Ghana y en otras partes de África». El turismo y la migración diásporica a largo plazo no tienen por qué ser inherentemente explotadores; podrían ser un diálogo al servicio de las necesidades nacionales y un verdadero desarrollo local. Esto podría significar la capacitación de la población local, el fomento de la creación de empleo y la sostenibilidad económica.

Además, las figuras públicas de la diáspora genuinamente interesadas en interactuar con el continente no solo deberían buscar oportunidades de lucro que fortalezcan su propia reputación, sino también apoyar las iniciativas locales de base en lugar de permitir prácticas de «lavado de imagen» de gobiernos corruptos. Iniciativas como El club de lectura de Noname, que construye comunidad a través de la educación política, proporciona un modelo de compromiso ético: la rapera oriunda de Chicago y anticapitalista declarada no se centra en sí misma en su plataforma, sino que actualmente está asociada a librerías africanas en lugares como Nairobi, Accra y Lagos para organizar una gira de clubes de lectura.

La pregunta no es si la diáspora africana tiene un lugar en el continente; siempre lo ha tenido. Como lo expresa de manera sucinta la ensayista Shamira Ibrahim, la diáspora negra no merece ser convertida en «escudo para la negligencia administrativa». Más bien, se trata de evitar que su retorno reproduzca las mismas dinámicas de explotación que el colonialismo y el neoliberalismo han mantenido durante tanto tiempo. El verdadero panafricanismo debe construirse sobre la solidaridad mutua, la equidad territorial y la justicia económica, no sobre espectáculos impulsados por las elites que sirven a unos pocos privilegiados.

Nota: La versión original de este artículo, en inglés, se publicó en Africa is a country el 02/5/2025 y está disponible aquíTraducción: Carlos Díaz Rocca.

  • 1.La representación de África (o sus diásporas) asume una estética futurista, idealizada y despolitizada, similar al ficticio reino de Wakanda en Black Panther.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *