Pensar Gaza a la luz de Frantz Fanon

junio 2025

Frantz Fanon ha sido simbólicamente reclutado como combatiente y guía ideológico de una lucha, la de los palestinos, sobre la que nunca escribió. Pero la concepción de la violencia del psiquiatra y militante anticolonial martiniqués es más compleja de lo que a menudo expresan tanto quienes lo reivindican como quienes lo condenan. En medio de la destrucción de Gaza por las fuerzas militares israelíes, su obra adquiere una nueva dimensión.

Adam Shatz

<p>Pensar Gaza a la luz de Frantz Fanon</p>

Cuando empecé a trabajar en mi biografía de Frantz Fanon, ya conocía sus raíces martiniquesas, su deuda con Aimé Césaire y su influencia en los escritos de autores como Édouard Glissant o Patrick Chamoiseau, todos ellos martiniqueses como él. Pero solo cuando comencé a investigar me di cuenta de la extraordinaria riqueza y creatividad de la tradición intelectual y poética de Martinica, que impregna todos sus escritos, y no solo Piel negra, máscaras blancas (1952)1. Aunque Fanon acabó identificándose públicamente como argelino, siguió profundamente vinculado a Martinica, y solo un antillano podría haber escrito Los condenados de la tierra (1961)2, que describe la sociedad colonial a través del prisma de las sociedades de plantación esclavistas del Nuevo Mundo. 

Me han pedido que hable de «Gaza a la luz de Fanon». Antes de abordar este tema, me gustaría invertir el título propuesto y hablar de «Fanon a la luz de Gaza», ya que la lectura que podemos hacer hoy de este autor está necesariamente sobredeterminada por los acontecimientos del 7 de octubre y sus consecuencias.

Cuando terminé la versión inglesa de mi libro3, durante el invierno boreal de 2022, esperaba que se leyera a través del prisma de la ola de manifestaciones contra el asesinato de George Floyd por parte de la policía de Minneapolis un año y medio antes, así como del debate que este movimiento de protesta había suscitado alrededor de cuestiones como la identidad racial y la experiencia de ser negro bajo la dominación blanca. Pero este contexto hermenéutico sufrió una metamorfosis dramática el 7 de octubre de 2023, cuando combatientes del movimiento islamista Hamás y otras facciones palestinas cruzaron la frontera sur de Israel, mataron a cerca de 400 soldados y más de 700 civiles israelíes, y se llevaron consigo a 250 rehenes. En pocos días, Fanon fue tan celebrado como vilipendiado en las redes sociales como el inspirador intelectual del ataque conocido como «la inundación de Al-Aqsa», una curiosa coincidencia entre la izquierda decolonial y la derecha sionista. En un artículo titulado «Vengeful Pathologies» [Patologías de la venganza], publicado en la London Review of Books a principios de noviembre de 2023 [y en español, en Nueva Sociedad], intenté complejizar esta lectura, que se remonta al famoso prefacio de Jean-Paul Sartre a Los condenados de la tierra. Cuando mi libro se publicó dos meses después, fui atacado simultáneamente en dos frentes: por los conservadores proisraelíes, que me acusaban de normalizar la creencia de Fanon en la violencia, y por ciertos sectores de la izquierda radical, que me reprochaban intentar neutralizarla.

En opinión de mis críticos, yo había cometido el error imperdonable de querer introducir matices en la relación de Fanon con la violencia. Esta percepción del revolucionario martiniqués como encarnación de una visión purificadora y casi extática de la violencia anticolonial me recuerda las observaciones del propio Fanon sobre la imagen del hombre negro en Occidente. En Piel negra, máscaras blancas, escribe que el negro está destinado a representar todo lo relacionado con el instinto biológico y los impulsos eróticos y violentos que los blancos -y otros- prefieren negar en sí mismos. Por lo tanto, no es de extrañar que el psiquiatra antillano siga siendo percibido como un defensor de la violencia ciega y absoluta. Sus escritos y su personalidad no son más que una pantalla en la que tanto los fanáticos de su obra como sus detractores proyectan sus miedos y fantasías. Sin embargo, lo más destacable en lo que respecta al conflicto palestino-israelí es que Fanon ha sido simbólicamente reclutado como combatiente y guía ideológico de una lucha sobre la que nunca escribió una sola palabra.

Es cierto que no faltan pasajes de Fanon que pueden citarse en apoyo de argumentos en favor de la violencia. Es cierto que Fanon era partidario de la lucha armada: en su visión, la descolonización era un proceso intrínsecamente violento, y la violencia era indispensable no solo para derrocar el colonialismo, sino también para superar el letargo, la impotencia y el fatalismo que este había inculcado en los colonizados.

A Fanon le obsesionaba la idea de que, si Martinica y otras islas de las Antillas no habían logrado conquistar una libertad auténtica, era porque nunca habían librado una verdadera lucha contra sus opresores, a diferencia del pueblo haitiano. En realidad, Martinica también había vivido revueltas de esclavos, pero él no estaba familiarizado con esta historia, en parte debido a las lagunas y silencios de la historiografía colonial francesa. Esta obsesión con el fracaso martiniqués marcó profundamente su reflexión sobre la revolución anticolonial. En Los condenados de la tierra, como ha señalado Jean Khalfa, Fanon no solo parece analizar la violencia de la lucha anticolonial, sino que también parece disfrutarla, presentándola como una especie de terapia de choque necesaria4. A medida que la represión francesa de la revuelta argelina se hacía más brutal y se traducía en la erradicación de pueblos enteros, el uso sistemático de la tortura y la desaparición de miles de personas sospechosas de simpatizar con el Frente de Liberación Nacional (FLN), Fanon manifestaba cada vez más su apoyo a los atentados con bombas y a las acciones armadas contra la población civil. Llegó incluso a declarar en un momento dado que todo francés presente en suelo argelino era culpable y, por lo tanto, un potencial objetivo legítimo. Cabe señalar que se trata de un razonamiento que algunos de sus propios compañeros del FLN rechazaban.

Al mismo tiempo, Fanon se mostraba claramente perturbado por la violencia, y no solo por la de los colonizadores. Su consternación al respecto se percibe en su libro L’an V de la révolution algérienne [El año V de la revolución argelina]5, donde lamenta la «brutalidad casi fisiológica» de algunos rebeldes y, sobre todo, en el último capítulo de Los condenados de la tierra, titulado «Guerra colonial y trastornos mentales». Allí evoca el asesinato de un adolescente europeo por dos de sus compañeros argelinos, así como los trastornos postraumáticos que sufren los soldados rebeldes que habían cometido crímenes de guerra. En su conmovedora reconstrucción del encuentro entre Fanon y Sartre en Roma en 1961, Simone de Beauvoir describe a un hombre atormentado por la violencia de la que había sido testigo y aterrado por lo que anticipaba6. Se reprochaba la muerte de su mentor, el líder nacionalista Abane Ramdane, asesinado por sus propios compañeros en Marruecos, y predecía que, tras la independencia, los ajustes de cuentas y las acusaciones de traición podrían provocar un baño de sangre. Por lo tanto, para poder presentar a Fanon como un partidario incondicional de la violencia, es necesario hacer una lectura muy selectiva de su obra.

Sobre lo que podría haber dicho sobre Palestina, sin embargo, solo podemos especular. En Los condenados de la tierra alude a las reparaciones alemanas concedidas al Estado judío después de la guerra, pero nunca menciona la Nakba, ni el sionismo, ni el colonialismo de poblamiento que es la base de la existencia de Israel. Si hubiera vivido lo suficiente para ver la Guerra de los Seis Días en 1967 y asistir al surgimiento de este país como potencia ocupante, probablemente habría abordado la cuestión. En el mundo intelectual francófono, sus contemporáneos reaccionaron de manera bastante diversa a la cuestión palestina. Claude Lanzmann, muy cercano a Sartre y más tarde sionista convencido, no dudó en hacer un uso bastante perverso de los temas fanonianos al celebrar el culto a la violencia redentora predicado por Israel y presentar al Tzahal [Fuerzas de Defensa de Israel, FDI] como el ejército de liberación nacional del pueblo judío7. Sartre, a quien su visita al Estado judío en vísperas de la guerra de 1967 le dejó un sabor bastante amargo, oscilaba entre una defensa incómoda de los israelíes y expresiones esporádicas de apoyo a la lucha armada de los palestinos. Historiadores militantes como el académico judío francés Pierre Vidal-Naquet8 y el intelectual argelino Mohamed Harbi9 se opusieron enérgicamente a la ocupación y al expansionismo brutal de Israel e invocaron una solución que permitiera a los árabes palestinos y a los judíos israelíes afirmar su identidad nacional y compartir la tierra de forma equitativa. Jacques Vergès, abogado del FLN durante la guerra de independencia de Argelia, se alineó con las posiciones del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y otros grupos armados que abogaban por una descolonización total y violenta, sin abordar con claridad el destino y el estatus de los judíos en Israel-Palestina. Por otra parte, a finales de la década de 1960, las organizaciones de la resistencia palestina, desde Fatah hasta el FPLP, pasando por el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), «palestinizaron» de facto a Fanon al adoptar sus tesis y distribuir traducciones de Los condenados de la tierra en los campos de entrenamiento de fedayines en Jordania, Líbano y Siria.

Es casi imposible imaginar a Fanon poniéndose del lado de Lanzmann, pero ¿habría seguido los pasos de Harbi y Vidal-Naquet, o los de Vergès y el FPLP? Se puede defender cualquiera de estas hipótesis, ya que, como hemos visto, las opiniones de Fanon sobre la violencia eran complejas y a veces contradictorias. Además, no sabemos qué habría pensado de la versión específica del colonialismo de poblamiento propio del sionismo, teniendo en cuenta el Holocausto y los vínculos ancestrales de los judíos con Palestina. Al igual que Sartre, apoyaba los movimientos de liberación nacional en el mundo árabe, pero tenía muchos amigos judíos y conocía perfectamente la historia del antisemitismo en Europa. ¿Habría considerado el sionismo como la expresión ideológica de un simple movimiento de conquista colonial y, por lo tanto, un fenómeno que debía combatirse con los mismos medios que en Argelia, o bien a la vez como una forma de colonialismo y un proyecto nacional, que exigía por lo tanto estrategias de resistencia diferentes? Y ¿no había que considerar a los judíos israelíes como diferentes de los pieds noirs10?

Una vez más, es imposible saberlo a ciencia cierta, y la obra de Fanon se presta a diferentes lecturas de estas cuestiones. En El año V de la revolución argelina, imagina un futuro en el que los europeos que se han sumado a la lucha por la independencia serán considerados argelinos y vivirán junto a los musulmanes en pie de igualdad; pero en otros momentos parece tener una visión más pesimista de las posibilidades de coexistencia entre ambos grupos. En otras palabras, invocar el nombre de Fanon en relación con el 7 de octubre y Gaza es abrir el debate, pero ciertamente no resolverlo. No creo que haya que lamentarse por ello. Él no pedía respuestas prefabricadas a sus mayores –ni a los autores que lo precedieron–. ¿Por qué comportarnos de otra manera? Nos corresponde a nosotros decidir cómo podemos aplicar sus ideas a Palestina, dando un verdadero «salto» interpretativo, o más bien, un salto que, en sus palabras, «consiste en introducir la invención en la existencia». No se trata, pues, de seguir servilmente la letra de sus escritos, sino de ser fieles al espíritu de su humanismo radical: cómo poner sus análisis al servicio de los oprimidos, de la libertad y de lo que él llamaba la «desalienación».

Los paralelismos entre el conflicto palestino-israelí actual y la Argelia de mediados de la década de 1950 no habrían pasado desapercibidos para Fanon. Al igual que la Argelia francesa, Israel se fundó sobre las ruinas de otra sociedad; sus incesantes esfuerzos por colonizar la tierra y desposeer a la población palestina se han acelerado en los últimos años y se han caracterizado por una brutalidad creciente. Aunque las colonias israelíes de Gaza fueron desmanteladas hace casi 20 años, el territorio ha permanecido bajo el control y la estrecha vigilancia del Estado judío. Desde 2007, la Franja de Gaza está sometida a un bloqueo punitivo sin visos de terminar. Hasta el 7 de octubre, los israelíes creían haberla neutralizado, llegando incluso a establecer una asociación tácita con Hamás, cuyos líderes en Doha recibían millones de dólares como parte de un acuerdo con Benjamin Netanyahu. Reinaba una calma inquietante, la calma de la «pacificación», que Israel confundía con la paz mientras trataba de negociar acuerdos con los líderes de los Estados del Golfo.

El 7 de octubre, esta ilusión de paz impuesta por los conquistadores se hizo añicos. La «inundación de Al-Aqsa» fue una ofensiva traumática que ha roto el sentimiento de invulnerabilidad de Israel y que recuerda de manera impactante el levantamiento de Philippeville en 1955, «punto de no retorno» de la guerra franco-argelina, según la fórmula de Fanon. En ambos casos, los actos de resistencia legítima contra los soldados se mezclaron con horribles crímenes de guerra, entre ellos masacres sumarias de civiles. No podemos saber si Fanon habría establecido tales distinciones, pero sus escritos nos permiten comprender mejor por qué ocurrió el 7 de octubre y por qué tomó esa forma. El autor de Los condenados de la tierra nunca dejó de subrayarlo: la violencia anticolonial es una contraviolencia; responde a la violencia intrínsica, mucho mayor, que emana del sistema colonial. Y se manifiesta allí donde el sistema colonial ha hecho imposible el diálogo. A finales de 2023, no solo Hamás, sino todo el movimiento palestino se encontraba en un callejón sin salida estratégico, incapaz de obtener concesiones de Israel y enfrentado al riesgo de ser completamente olvidado por la comunidad internacional. El 7 de octubre no surgió de la nada.

La obra de Fanon también nos ayuda a comprender los impulsos más oscuros que motivaron la masacre de cientos de habitantes de kibutz y participantes en una fiesta rave. «El colonizado –escribe– es un perseguido que sueña constantemente con convertirse en perseguidor». El 7 de octubre, ese sueño se hizo realidad para quienes cruzaron la frontera sur de Israel: los israelíes por fin experimentarían la impotencia y el terror que los gazatíes habían padecido toda su vida. Como psiquiatra, Fanon no habría tenido dificultad en comprender por qué los palestinos tomaron las armas contra quienes los habían despojado de las tierras de sus antepasados y más tarde impusieron un bloqueo punitivo a Gaza y bombardearon sus hogares causando decenas de miles de muertos. Era lógico, explicaba, que «aquel a quien nunca se le dejó de decir que solo entiende el lenguaje de la fuerza decida expresarse mediante la fuerza». Tampoco le habría sorprendido el júbilo de los palestinos ante el 7 de octubre, ni las negaciones de Hamás sobre la masacre intencionada de civiles perpetrada por sus milicianos -como ocurrió con el FLN en Argelia-, como tampoco le habría sorprendido una maquinaria propagandística israelí que, insatisfecha con los crímenes reales de Hamás, difundió relatos que mezclaban hechos verificados con falsedades respecto de la decapitación de bebés y la violación sistemática de mujeres. En una guerra colonial, insistía Fanon, «el bien no es más que lo que les hace daño [a los colonizadores]».

Después del 7 de octubre, se invocó sobre todo a Fanon en relación con la cuestión de la lucha armada. Pero su obra también arroja una luz importante sobre la despiadada guerra punitiva llevada a cabo por Israel. Decidido a superar la humillación infligida por Hamás, el ejército israelí ha proseguido su campaña de bombardeos masivos, limpieza étnica y organización planificada de hambrunas. Esta guerra contra la población civil, según expertos en derechos humanos y algunos de los historiadores más eminentes del Holocausto, entre ellos los israelíes Omer Bartov y Amos Goldberg, constituye claramente un genocidio. El ejército israelí ha matado a más de 50.000 palestinos en Gaza, ha desplazado a casi toda la población y ha destruido la mayoría de los edificios residenciales, así como las universidades y hospitales. También ha extendido la guerra al Líbano y ocupado regiones de Siria. La violencia de Israel ha adquirido un carácter grotescamente exhibicionista, al igual que la violencia colonial descrita por Fanon: no busca solo fines políticos, sino imponer lisa y llanamente su dominio. Además, los líderes israelíes utilizan un lenguaje abiertamente racista y genocida. «Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia», explicaba el ex ministro de Defensa israelí Yoav Gallant, confirmando así la observación de Fanon de que «el lenguaje del colonizador, cuando habla del colonizado, es un lenguaje zoológico [y] se refiere constantemente al bestiario». Un miembro de la Knéset, el Parlamento israelí, sugirió recientemente que se separara a los hombres de Gaza de las mujeres y los niños y se matara a todos los adultos. Este tipo de declaraciones se repiten en Israel sin pudor.

Difícilmente Fanon se habría sorprendido de la rapidez con que la ofensiva de Israel se ha convertido prácticamente en una guerra de aniquilación. Al igual que su mentor de juventud, el ya mencionado político e intelectual martiniqués Aimé Césaire, había comprendido que la violencia fascista estaba íntimamente ligada a la historia de la conquista colonial y que las guerras de represión colonial a menudo adquirían el carácter de un auténtico genocidio. Israel no escapa a este patrón. Si los círculos intelectuales y políticos de los países del Norte han apoyado en su mayoría al Estado judío, fueron los países del Sur -en particular, la Sudáfrica posterior al apartheid-, respaldados por su propia experiencia de dominación racial y colonial, quienes han asumido la tarea de pedir cuentas a Israel. Desde la guerra de Gaza, el mundo parece casi tan «dividido en dos» como lo estaba ante los ojos de Fanon en la época de la guerra de Argelia.

Una dimensión crucial de la guerra de Gaza y del conflicto en que se inscribe es el racismo, un tema al que Fanon dedicó aún más atención que a la violencia. Desde el inicio de la ofensiva israelí, se ha producido en Occidente una explosión de racismo contra los palestinos, y el apoyo a sus derechos, equiparado engañosamente con antisemitismo, se criminaliza cada vez con mayor frecuencia. En Estados Unidos, expresarse en nombre de Palestina puede llevar a la cárcel o a la expulsión del país, incluso teniendo residencia permanente. Fanon conocía la capacidad adaptativa del racismo, que no deja de inventar nuevos objetivos, ya sean judíos, negros, árabes u otros. En el imaginario antipalestino, los árabes de Palestina no solo representan la barbarie, no son simplemente los enemigos existenciales de la civilización «judeocristiana», sino que constituyen una peligrosa quinta columna; es la misma acusación que recibieron los judíos en Europa. Apátridas, enfrentados a los descendientes de las víctimas de Europa, aparentemente los palestinos no tienen «derecho a tener derechos», lo que, según Hannah Arendt, es la condición previa para ser considerado un ser humano pleno. La deshumanización de los palestinos ha ido de la mano de la guerra genocida contra Gaza, pero también de la ofensiva más solapada, aunque igualmente importante, llevada a cabo en Occidente contra los inmigrantes, en particular los musulmanes, y contra la propia democracia.

En Los condenados de la tierra, Fanon predijo que «el legado humano de Francia en Argelia» sería «toda una generación de argelinos sumida en el homicidio gratuito y colectivo, con las consecuencias psicoafectivas que ello conlleva». La misma lógica puede aplicarse al legado de Israel en Palestina. Pero con una diferencia esencial: cuando Fanon escribió su manifiesto tercermundista, la descolonización y la independencia de Argelia eran prácticamente inevitables. Los argelinos estaban ganando. Si el ataque del 7 de octubre obligó al resto del mundo a volver a fijar su mirada en Palestina, se trata de una victoria pírrica. Los habitantes de Gaza siguen siendo acosados y bombardeados, y su agonía es ridiculizada con discursos obscenos sobre la transformación de la Franja de Gaza en una nueva Costa Azul despojada de sus habitantes. Por su parte, los habitantes de Cisjordania se enfrentan a una brutal campaña de «gazificación» llevada a cabo por el ejército israelí. Las amenazas existenciales que se ciernen sobre los palestinos no solo afectan su supervivencia como pueblo, sino también su supervivencia física en la tierra que habitan.

¿Cómo resistir? En última instancia, son los palestinos quienes deben responder a esta pregunta. No nos corresponde a nosotros decidirlo y menos aún ponerlos en el banquillo de los acusados aceptando escuchar solo a aquellos que condenan el 7 de octubre. Intentar silenciar a aquellos que consideran que la «inundación de Al-Aqsa» fue un acto de resistencia necesario solo ahogaría el debate que se está desarrollando actualmente dentro del pueblo palestino. Este es el caso, en particular, de Gaza, donde muchos están indignados por la decisión de Hamás de lanzar un ataque que ha proporcionado a Israel el pretexto para cometer un genocidio y convertir su territorio en una gigantesca obra de demolición. Los palestinos no necesitan que los sermoneemos, sería arrogante de nuestra parte. Sin embargo, eso no es motivo para renunciar a la lucidez intelectual y moral, ni para ensalzar a Hamás, una organización cuya concepción de la lucha por la liberación deja mucho que desear, por decirlo con suavidad. En el mismo espíritu, podemos citar un pasaje olvidado de Los condenados de la tierra en el que Fanon explica que «el racismo, el odio, el resentimiento, ‘el deseo legítimo de venganza’ no pueden alimentar una guerra de liberación. (…) Es cierto que las interminables exacciones de las fuerzas colonialistas reintroducen los elementos emocionales en la lucha, dan al militante nuevos motivos de odio, nuevas razones para salir en busca del ‘colono a abatir’. Pero el dirigente se da cuenta día tras día de que el odio no puede constituir un programa».

Para Fanon, la descolonización no solo concernía a los musulmanes, destinados a emanciparse del yugo de la opresión colonial, sino también a los miembros de la minoría europea y a los judíos (ellos mismos procedentes de una comunidad integrante de la Argelia precolonial) que se mostraban dispuestos a unirse a la lucha por la liberación. En El año V de la revolución argelina rendía homenaje a los no musulmanes de Argelia que, junto a sus compañeros musulmanes, imaginaban un futuro en el que la identidad y la ciudadanía argelinas se definirían por ideales comunes, y no por la religión o la pertenencia étnica. Las respectivas identidades del «colono» y del «indígena», al igual que las del «negro» y el «blanco», no eran para él esencias inmutables, sino creaciones de un sistema opresivo que desaparecerían una vez que este fuera desmantelado. Tras la independencia, el colonizado descubriría «al hombre detrás del colonizador» y viceversa.

Fanon era un hombre de ideales, no un hombre de violencia. Imaginaba un mundo reconstruido por la descolonización y la revolución social, un mundo en el que los hombres y mujeres oprimidos, los sujetos racializados del imperio occidental, determinaran su propia existencia en libertad y soberanía. Pero nos recuerda constantemente que la mera afirmación de hermosos ideales y la exaltación de nuestra humanidad común no bastarán para llevarnos a la tierra prometida. La libertad exige lucha, y la lucha rara vez se caracteriza por el recato o la cortesía; a veces es incluso «desorden absoluto», según sus propias palabras. Esto no significa, sin embargo, que la medicina elegida por el doctor Fanon, es decir, la terapia de choque de la violencia, sea siempre el principal remedio contra un orden opresivo, y mucho menos el único. Como ilustran su propia trayectoria y la de la revolución argelina, el recurso excesivo a la violencia puede poner en peligro los ideales por los que se lucha y conducir a nuevas formas de opresión y dominación brutal. Además, hay situaciones en las que otras formas de confrontación y movilización popular son más eficaces, por razones tanto pragmáticas como morales. El propio Fanon defendía esta idea en Piel negra, máscaras blancas, donde describe con admiración las tácticas de la fase inicial del movimiento por los derechos civiles a finales de los años 40 y principios de los 50 en Estados Unidos. Pero no hay circunstancias en las que el poder, un poder injusto, ceda sin luchar, independientemente de las armas elegidas.

En The Rebel’s Clinic [La clínica del rebelde] describo el sentimiento de exaltación que Fanon experimentó ante la actitud combativa del pueblo argelino. Pero lo que el martiniqués admiraba de los argelinos no era tanto el uso de las armas como lo que subyacía a su resistencia: la dignidad, el espíritu de sacrificio, el rechazo al desarraigo, el apego a su cultura y la determinación de constituirse en nación, es decir, lo que los palestinos llevan décadas denominando «sumud», que refiere a la firmeza inquebrantable en la resiliencia. En las recientes manifestaciones organizadas en los campus estadounidenses se escuchó corear el lema «Todos somos palestinos», una expresión de solidaridad e identificación imaginaria probablemente exagerada, pero que Fanon sin duda habría apreciado. Al recorrer el campamento de solidaridad del Bard College, la institución donde enseño, me crucé con más de un estudiante absorto en las páginas de Los condenados de la tierra. ¿Qué habría pensado su autor? ¿Se habría sentido halagado al constatar la actualidad de su libro, o más bien afligido al comprobar que, lamentablemente, sus temas siguen siendo tristemente pertinentes? «No vengo armado de verdades decisivas», afirmaba con fuerza en Piel negra, máscaras blancas. Sin duda, su mayor deseo habría sido ver que su mensaje de lucha e intransigencia se volvía obsoleto gracias a la llegada de un mundo más justo y una nueva humanidad.

En nuestra lucha por que ese mundo se haga realidad, y a la espera del día en que Palestina sea libre, las ideas estimulantes y a menudo incómodas de Fanon seguirán siendo para nosotros una brújula indispensable.

Nota: este artículo surge de una ponencia, levemente modificada, del autor en el coloquio «Fanon, le guerrier silex», Sainte-Luce (Martinica), 31/5/2025, celebrado con motivo de los cien años del nacimiento de Frantz Fanon. Traducción: Pablo Stefanoni. 

  • 1.Akal, Madrid, 2009.
  • 2.Txalaparta, Pamplona, 1999.
  • 3.The Rebel’s Clinic: The Revolutionary Lives of Frantz Fanon, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2024.
  • 4.«Introducción» en Écrits sur l’aliénation et la liberté, La Découverte, París, 2018.
  • 5.Hay edición en español: Sociología de una revolución, Era, Ciudad de México, 1968.
  • 6.La force des choses, Gallimard, París, 1963.
  • 7.Periodista, escritor y director de cine. Es conocido por su documental Shoah (1985). Dirigió la revista Les Temps Modernes desde la muerte de Simone de Beauvoir en 1986. Se volvió un defensor visceral de Israel y realizó documentales panegíricos como Tsahal (1994) sobre las Fuerzas Armadas israelíes [N. del T.].
  • 8.Especialista en historia de la antigua Grecia, fue un enérgico activista contra la tortura en Argelia a manos de las tropas coloniales francesas, contra la dictadura de los coroneles en Grecia y en favor de un Estado palestino [N. del T.].
  • 9.Historiador y militante del FLN. Es autor, entre otros libros de Aux origines du FLN. Le populisme révolutionnaire en Algérie [En los orígenes del FLN. El populismo revolucionario en Argelia], Christian Bourgeois, París, 1975.
  • 10.Literalmente, «pies negros». Forma de denominar a los franceses nacidos o instalados en Argelia durante el periodo colonial [N. del T.].

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *