julio 2025
El Kremlin no es solo una sede de gobierno: es la escenografía central del poder ruso. De fortaleza medieval a ícono estatal, fue transformado por zares, dirigentes soviéticos y líderes contemporáneos para encarnar una visión de continuidad nacional. Su imagen impone autoridad. Una autoridad que perdura en el tiempo pese a los cambios ideológicos en la cima del poder.
Nadezhda Rozalskaya

En la primera página del pasaporte interno ruso se ve una imagen del Kremlin. Juntos, los gigantescos muros rojos de esta antigua fortaleza, el imponente chapitel de la Torre Vodovzvódnaya y el tamaño monumental del Gran Palacio del Kremlin forman una silueta reconocible. Para muchos rusos, este lugar es casi sagrado y encarna la imagen icónica de Rusia.
Al mismo tiempo, el Kremlin sigue siendo un símbolo del poder estatal, a menudo asociado con los cambios políticos del país, ya sea mediante la captura física o simbólica de la fortaleza. Los principales medios de comunicación y usuarios de redes sociales se refieren a las llamadas «decisiones del Kremlin» o instan a «tomar» el Kremlin, reduciendo así todo lo que ocurre en este vasto país a un único complejo arquitectónico.
La función de la imagen del Kremlin es fusionar el concepto de poder ruso con la identidad cultural de la nación. Sin embargo, al examinarla con mayor detenimiento, la aparente inmutabilidad de su poder resulta más ilusoria de lo que parece. Esta imagen, que ha llegado a simbolizar la «singularidad de la cultura rusa», se originó en el siglo XIX. Desde entonces, las autoridades estatales la han adaptado hábilmente para servir a sus intereses, transformándola en un importante símbolo de su poder. Para disminuir la influencia del Kremlin es necesario desmantelar su imagen, que ha afectado tan negativamente la vida de muchas naciones.
1847: la creación del mito
Amar a Moscú significa amar a toda la tierra rusa, porque Moscú va más allá de su significado meramente local y adquiere un sentido más general y unificador para todo el país (Konstantin Aksakov, «700 años de Moscú»).
La aparente indestructibilidad del Kremlin proviene del mito sobre Moscú, cuya importancia a menudo se equipara a la de todo el país, como lo demuestra la afirmación de Aksakov. Según los libros de historia utilizados en las escuelas rusas, Moscú fue fundada por Yuri Dolgoruki el 4 de abril de 1147. Cabe señalar, sin embargo, que tanto la fecha como el nombre de su fundador son más bien una convención. La mayoría de estos «hechos» y sus interpretaciones se remontan al siglo XIX, un periodo marcado por el auge del Romanticismo en Europa y acompañado por la activa creación de mitos nacionales. En Rusia, este movimiento, inspirado por la victoria sobre Napoleón, combinó aspiraciones nacionalistas e imperialistas. En muchos países, el crecimiento de los movimientos nacionales jugó un papel clave en el desmantelamiento de las estructuras monárquicas. Sin embargo, en Rusia, las autoridades emplearon la historiografía de manera estratégica para afirmar tanto su continuidad con las generaciones anteriores de gobernantes como la grandeza del Estado, y crearon así mitos sobre la indestructibilidad y la unidad del Imperio Ruso.
A comienzos del siglo XIX, Nikolái Karamzín, historiador de la corte de Alejandro I, publicó Historia del Estado ruso, donde expuso la versión oficial de los orígenes del país, desde la invitación de los varegos [provenientes de Escandinavia] hasta la unificación de las tierras en torno de Moscú, que culminó con su liberación del yugo mongol. La obra de Karamzín atribuía a Moscú un estatus único y le otorgaba el título de «unificadora de las tierras rusas». En los tiempos en que se publicó el libro, la ciudad aún se recuperaba de la devastación causada por la ocupación francesa de 1812, lo que probablemente contribuyó a su popularidad. Historia del Estado ruso desempeñó un papel clave de dos maneras: por un lado, fomentó el desarrollo de la autoconciencia nacional y, por otro, consolidó la posición de Moscú como símbolo fundamental del Estado.
Más tarde, en 1846, Iván Zabelin, arqueólogo e historiador moscovita, estableció la «fecha de fundación de la ciudad» basándose en una de las crónicas antiguas. Según esta, el príncipe Yuri Dolgoruki había invitado al príncipe Sviatoslav Ólgovich de Nóvgorod a una cierta «Moskv».
La idea misma de una fecha precisa para la fundación de la ciudad parece artificial: ¿qué acontecimiento podríamos considerar como el punto de partida? Las excavaciones arqueológicas han revelado evidencias de asentamientos en el territorio del Kremlin que existían incluso antes del periodo mencionado. Cuando los historiadores intentaron averiguar la «fecha», estos asentamientos ya eran bien conocidos. Sin embargo, la fortaleza llegó a asociarse al nombre de Yuri Dolgoruki (aunque fue construida básicamente por Andréi Bogolyubski). La historiografía oficial vincula la fundación de la ciudad de Moscú con el establecimiento del Kremlin como fuente de la estatalidad. La fortificación se convirtió en un símbolo de Moscú como «corazón de Rusia» y un pilar del poder. El nombre del «fundador de Moscú», Yuri Dolgoruki (Yuri el del Brazo Largo), apodado así por su ambición de poseer nuevas tierras, quedó inscrito en la historia como símbolo del nacimiento de la estatalidad rusa.
Poco después de que se estableciera la «fecha», el mencionado publicista eslavófilo Konstantin Aksakov publicó un destacado artículo dedicado al inminente 700º aniversario de Moscú. En ese artículo, sostiene que Moscú, tras haber resistido con éxito la embestida de los polacos y, posteriormente, la ocupación francesa, se convirtió en «madre de las ciudades rusas» porque encarnaba el principio unificador de la nación: podía fomentar la unidad nacional de todo el pueblo ruso. Poco después, los eslavófilos iniciaron una celebración oficial del aniversario de la capital. A pesar de la oposición de Nicolás I al movimiento eslavófilo, que abogaba por la liberalización de Rusia, hubo celebraciones el 1º de enero de 1847. Esto consolidó la importancia del evento y subrayó la conexión entre la ciudad, el Kremlin y el poder estatal.
Aunque el aniversario de Moscú no volvió a celebrarse oficialmente hasta 100 años después, cuando recuperó su estatus de capital, la historia de la ciudad y del Kremlin ya se había vuelto parte de la agenda ideológica. La arquitectura del Kremlin se había diseñado originalmente para que fuera semejante a una ciudad rusa medieval. Sin embargo, desde entonces se la ha adaptado para alinearla con las necesidades políticas e ideológicas de la época.

En la imagen encontramos vista del Kremlin desde el Puente de Piedra. Solo el Campanario de Iván el Grande, representado en la pintura, es fácilmente reconocible. El perfil de la ciudad se ve acentuado por la elevada cúpula, que simboliza el centro espiritual de Moscú. La imagen data de principios del siglo XIX, antes de la ocupación francesa y el incendio de 1812. El Gran Palacio del Kremlin aún no está terminado, y sus muros armonizan arquitectónicamente con los edificios circundantes. La Torre Vodovozvódnaya, situada en el centro de la composición, parece inusualmente achaparrada, como si cediera su protagonismo a Iván el Grande.

Este daguerrotipo del taller del francés Noel Marie Paymal Lerebours muestra una significativa redistribución del énfasis en la composición. Si bien el Campanario de Iván el Grande se mantiene más alto según los criterios formales, la aguja de la Torre Vodovzvódnaya atrae la atención, acentuando la esquina de la fortaleza con su forma alargada. Su forma actual se debe a la restauración de la torre según el diseño de Osip Bove, arquitecto que trabajó principalmente en el estilo clasicista. Ya no es una lanceta medieval, perdida entre muchas torres de diferentes alturas, sino un elemento brillante que domina el paisaje.
Cabe destacar también que algunos edificios del Kremlin fueron demolidos con el fin de hacerle espacio al Gran Palacio del Kremlin, cuyo proceso de construcción se muestra en esta imagen. Los muros de la fortaleza sufrieron una transformación y recibieron una capa de cal que ayudó a crear una estructura monumental cohesiva. En combinación con los templos del interior del Kremlin, esto creó una representación integral de la «ciudad blanca» con sus majestuosas cúpulas doradas que simbolizaban la armoniosa unidad de la Iglesia y la nación. El Kremlin llegó a encarnar el simbolismo nacional, y todos sus elementos portaban un significado simbólico.
La construcción del Gran Palacio del Kremlin comenzó en 1837. El emperador Nicolás I, impulsado por un ansia modernizadora, le encargó al arquitecto Konstantin Ton, quien previamente había trabajado en el diseño de la Catedral de Cristo Salvador, dedicada a la victoria de Alejandro I sobre Napoleón, el diseño de la nueva residencia en el Kremlin. El proyecto de Ton le dio al Kremlin una nueva perspectiva. La majestuosidad del palacio, claramente visible desde el agua, resultó ser el escenario perfecto para el retrato ceremonial del emperador. Ambos edificios —el Gran Palacio del Kremlin y la Catedral de Cristo Salvador— cambiaron radicalmente la apariencia del malecón, que ahora simbolizaba «el poder y la grandeza del Imperio Ruso», que en aquel entonces expandía activamente sus fronteras y reprimía el disenso.
El diseño interior de la residencia también apeló a la estética de la gloria militar de la «nación victoriosa»: los salones del palacio recibieron nombres de las principales órdenes rusas (San Jorge, San Andrés, Santa Catalina y San Vladimir). Los arquitectos incorporaron el estilo ruso-bizantino tanto en el interior como en el exterior de la estructura, fusionando el clasicismo con motivos inspirados en la arquitectura rusa antigua. Esto contribuyó a satisfacer simultáneamente dos exigencias aparentemente opuestas, la imperial y la nacionalista, uniéndolas en un solo símbolo.
Esta síntesis correspondía de forma inusualmente precisa a las aspiraciones de la ideología oficial, que buscaba combinar las ideas de grandeza estatal con la emergente conciencia nacional. En consecuencia, el Kremlin y Moscú recibieron nuevas interpretaciones mitológicas y simbólicas que se convirtieron en la base del relato oficial del pasado.
1947: reinterpretación soviética
Tras la Revolución y el traslado de la capital de Rusia a Moscú, el Kremlin asumió una doble función: se convirtió en el centro administrativo del nuevo Estado y en su principal símbolo. La Plaza Roja pasó a ser escenario de desfiles militares y manifestaciones multitudinarias, y el Kremlin sirvió como sede del poder soviético. Nuevos símbolos del poder soviético comenzaron a aparecer alrededor de sus muros.
La construcción del mausoleo de Lenin y el entierro de relevantes figuras bolcheviques junto a él reforzaron el estatus sagrado del Kremlin. A diferencia de las criptas zaristas dentro de la fortaleza, la necrópolis soviética se situó en el exterior, lo que significaba un cambio de perspectiva con respecto al patrimonio histórico. De esta manera, las autoridades afirmaron la continuidad con el pasado, a la vez que se distanciaban simbólicamente de él mediante un muro.
Al mismo tiempo, el posicionamiento urbano de Moscú y el Kremlin como centro del nuevo imperio estaba experimentando un cambio importante. Las transformaciones comenzaron con el Plan General para la Reconstrucción de Moscú, de 1935, que enfatizaba el papel central del Kremlin en el entramado urbano de la capital. Los cambios consolidaron al Kremlin no solo como símbolo de poder, sino también como centro urbano e ideológico del Estado. Durante este periodo, Moscú comenzó a consolidar su posición como polo cultural, económico y administrativo, concentrando gradualmente sus recursos y su poder.
Como parte de estos cambios, se demolieron muchas estructuras históricas dentro y fuera del Kremlin, incluidos los edificios adyacentes de Kitai-gorod; esto separó efectivamente la fortaleza del resto de la ciudad. Rodeado de amplias plazas y parques, el Kremlin se convirtió en un espacio aislado, lo que acentuó aún más su estatus simbólico y dominante.
Se hizo una revisión de los símbolos: las águilas bicéfalas que adornaban las torres del Kremlin fueron reemplazadas por estrellas color rubí, que se convirtieron en el nuevo símbolo ideológico de la era soviética. A pesar de la destrucción de muchas iglesias de la ciudad, incluida la Catedral de Cristo Salvador, se conservaron las cúpulas doradas de varias iglesias dentro del Kremlin. El desprecio inicial por la Iglesia –un sello distintivo de los primeros años del régimen soviético– fue reemplazado gradualmente por la indiferencia bajo el régimen de Iósif Stalin. El líder comenzó a adoptar los «valores tradicionales», y el propio Kremlin se convirtió en parte integral de este cambio.
Durante la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores, Stalin y el resto del Estado utilizaron activamente el Kremlin como símbolo de sus propios méritos y para reivindicar su papel en la victoria sobre el nazismo. El 7 de noviembre de 1941 se celebró un desfile en la Plaza Roja del Kremlin, desde donde las tropas se desplegaron directamente al frente. En 1945 se celebró el Desfile de la Victoria con una procesión triunfal del ejército victorioso. Se llevaron a cabo multitudinarias celebraciones en el Puente de Piedra, donde miles de personas celebraron la victoria con el Kremlin de fondo. Para quienes concurrieron allí, el Kremlin se convirtió en un símbolo de victoria, y durante años se lo asoció al 9 de mayo. Con la ayuda de la propaganda, las autoridades construyeron un nuevo mito estatal, presentando el Kremlin como el «protector del pueblo» y atribuyéndose el mérito de la victoria sobre el fascismo.
Poco después de la victoria, en 1947, fue revivida la casi olvidada festividad eslavófila, el Día de la Ciudad de Moscú. La celebración, iniciada por el presidente del Comité Ejecutivo de la Ciudad de Moscú, Georgi Popov, y con la aprobación personal de Stalin, tuvo lugar con motivo del 800º aniversario de la ciudad. Este aniversario tenía por finalidad fortalecer aún más la importancia ideológica del Kremlin y enfatizar la continuidad del poder de Stalin con los «méritos del Estado» de siglos pasados. La fecha de la celebración, el 7 de septiembre, coincidió con el 135º aniversario de la Batalla de Borodinó, un acontecimiento estratégico en la historia militar rusa. Esta elección combina dos momentos significativos: la fundación de la ciudad y el fallido intento de Mijaíl Kutúzov de defender Moscú. Esta combinación de acontecimientos sirvió para reforzar el mito de Moscú como símbolo de supervivencia y renacimiento, con lo que se apuntalaba la propaganda estatal.
El aniversario se conmemoró con gran entusiasmo. En los edificios se exhibieron grandes carteles y retratos de héroes nacionales. A lo largo de puentes y fachadas se colocaron guirnaldas de luminarias, como lo evidencian las fotos de los fuegos artificiales festivos. Las murallas, las torres y el Gran Palacio del Kremlin fueron adornados con faroles. Los templos quedaron deliberadamente en sombras, con lo que se subrayaba la preeminencia de los símbolos del poder estatal. La multitud, iluminada por reflectores, se congregó en el puente para disfrutar mejor del espectáculo.
Moscú, una vez más, «comenzó a lucir mejor». La ciudad fue objeto de una importante reconstrucción, con grandes mejoras en su infraestructura y su atractivo estético. Se repavimentaron autopistas claves, se pintaron letreros y faroles, se iluminaron las entradas y se instalaron bancos de jardín y canteros. Estos esfuerzos demostraron colectivamente el compromiso de la ciudad por mejorar su aspecto y buen estado general. El 6 de septiembre tuvo lugar una ceremonia para colocar la piedra fundamental del monumento al «fundador de la ciudad», Yuri Dolgoruki. Con motivo del Día de la Ciudad de Moscú, se inició la construcción de los rascacielos estalinistas, símbolos de la arquitectura estalinista. El diseño de estos edificios se inspiraba en los rascacielos estadounidenses, y su perfil evocaba las torres del Kremlin, aunque con una nueva forma.
Fue en este punto cuando el Kremlin adoptó oficialmente la paleta de tonos rojos. Los muros blancos, tradicionalmente asociados con la arquitectura de la antigua Rusia, fueron reemplazados por ladrillo rojo. Esta transición pasó casi inadvertida, ya que el antiguo encalado de los muros se había descascarado y estaba gravemente dañado por las estructuras de camuflaje instaladas durante la guerra. Sin embargo, la nueva solución de colores introdujo un cambio significativo en la jerarquía compositiva del conjunto. Los muros, que en el pasado se fusionaban con los complejos de templos y la Moscú ortodoxa, ahora se alzaban como un marco contrastante que enfatizaba visualmente el aislamiento del Kremlin: una característica ya establecida en la planificación urbana.
El rojo se ha convertido en un color permanente, y hoy es difícil imaginar el Kremlin de otra manera. Las paredes lisas, adornadas con ladrillos pintados, transmiten una imagen de sofisticación y autoridad que parece trascender las complejidades e inconsistencias de la historia y el contexto circundantes.
Fue esta imagen del Kremlin la que comenzó a replicarse activamente en la posguerra. En 1947 se editaron sellos postales con vistas claves de Moscú, incluido el Kremlin. Posteriormente, en 1961, los billetes de tres rublos se rediseñaron con la imagen canónica habitual. El billete presenta una disposición específica de edificios, que comienza con la Torre Vodovzvódnaya, sigue por el Gran Palacio del Kremlin y concluye con el Campanario de Iván el Grande. A esta composición se suma la presencia de estrellas, una bandera roja y una cruz apenas visible, lo que contribuye a un tema visual cohesivo. Tal combinación de símbolos religiosos, imperiales y soviéticos se fusionó en una imagen unificada que encarnaba la inédita ideología del país, meticulosamente elaborada por Stalin. A pesar de las aparentes contradicciones entre estos elementos, consolidaron la imagen del Kremlin como parte integral de la representación oficial del país, al tiempo que simbolizan su continuidad histórica y su poder centralizado.
La representación del poder estatal en la Unión Soviética se basaba en símbolos imperiales y nacionalistas del siglo XIX que habían sido adaptados a nuevas formas ideológicas. La imagen del Kremlin se distanció cada vez más de la ciudad y del país, y se convirtió en un símbolo de poder. Se autoafirmó como un sistema autónomo, autorreproductivo e independiente de la sociedad. En consecuencia, el Kremlin mantuvo su posición central en la ideología, la cultura y la representación visual de la autoridad soviéticas y postsoviéticas.
1997: legitimizaciones postsoviéticas
En la Rusia postsoviética, la imagen del Kremlin experimentó una reinterpretación para alinearse con las nuevas necesidades, reflejando cambios tanto ideológicos como políticos. La restauración de los símbolos imperiales, entrelazados con el legado estalinista, sentó las bases para la consolidación del nuevo poder. Se han reconstruido nuevos rituales a partir de los rituales antiguos, pero a menudo sin una comprensión y un análisis completos de su contradictorio legado.
El desfile del Día de la Victoria, que se celebró solo en los años de aniversario en la extinta Unión Soviética, se convirtió en un acontecimiento anual tras una gran celebración ocurrida en 1995. Se incorporaron a los símbolos soviéticos tradicionalmente asociados con esta festividad algunos símbolos de la Rusia prerrevolucionaria, incluida la Cinta de San Jorge. El desfile que recorría la calle Tverskaya y la Plaza Roja prácticamente suplantó el recuerdo familiar de la guerra, y lo reemplazó por el pathos del poder estatal. En lugar de centrarse en relatos y recuerdos personales, la guerra comenzó a verse como un medio para retórica política, encapsulada por el simbolismo del desfile.
Un proceso similar se dio con el Día de la Ciudad de Moscú. La festividad se restableció en 1987 por iniciativa de Boris Yeltsin, entonces presidente del Comité Municipal de Moscú del Partido Comunista de la Unión Soviética. En 1994, durante su mandato como presidente de la Federación Rusa, Yeltsin emitió un decreto que declaraba evento conmemorativo el 850º aniversario de la fundación de Moscú. Esa celebración representó un paso significativo en la revitalización de los símbolos de la ciudad y la consolidación de su papel histórico como centro de poder y cultura.
Al igual que en celebraciones anteriores, se reconstruyeron más de 430 sitios culturales para el aniversario de la capital, incluida la Catedral de Cristo Salvador, que restauró el espíritu imperial y nacionalista del dique del río Moscova. La restauración de edificios y templos prerrevolucionarios, junto con la preservación de los símbolos de la era soviética, ha contribuido a la formación de una nueva identidad rusa.
Las festividades folclóricas duraron tres días e incorporaron una variedad de actividades, a la vez que se sumaron tanto eventos oficiales convencionales como festivales folclóricos organizados en varios lugares de la ciudad.
El día inaugural, 5 de septiembre, comenzó con un concierto de gala en la Plaza de las Catedrales del Kremlin, con la participación de bailarines de ópera y ballet del Teatro Bolshói. El ambiente patriótico fue animado exclusivamente con fragmentos de obras de compositores rusos. Se interpretaron las óperas Una vida por el zar y Ruslán y Ludmila de Mijaíl Glinka, Borís Godunov y Jovanschina de Modest Músorgski, además de El príncipe Ígor de Aleksandr Borodín. El evento contó con la presencia de varios invitados distinguidos, entre ellos el presidente Boris Yeltsin, el ministro de Asuntos Exteriores, Yevgeni Primakov, y el patriarca Alexis II. Esta tarde, el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, inauguró oficialmente los actos del aniversario izando la bandera de la ciudad en la plaza Tverskaya.
El programa festivo continuó con una representación fantástica titulada «Nuestra antigua capital» a cargo de Andréi Konchalovski, que se celebró en la Plaza Roja. La importancia del legado cultural e histórico de Moscú, que abarca siglos y se remonta a las narrativas eslavófilas del siglo XIX, se vio acentuada por las circunstancias imperantes.
El segundo día, 6 de septiembre, se celebró en la Plaza Roja con un concierto televisado de 14 horas titulado El mundo eslavo da la bienvenida a Moscú. Simultáneamente, se realizó una procesión desde la Plaza Tverskaya hasta Novy Arbat. En la Colina Poklonnaya, se presentó un programa artístico y patriótico. El programa tuvo por título ¡Viva Rusia! ¡Viva Moscú! La reconstrucción de los conciertos en el frente, las cocinas de campaña y los hospitales, así como un desfile teatralizado de distintos regimientos del ejército desde Pedro el Grande hasta la actualidad, marcaron el momento central del evento. Se ofrecieron conciertos en varios lugares de la ciudad, como las plazas Manezhnaya, Tverskaya y Pushkinskaya, en la Catedral de Cristo Salvador y en el Palacio del Kremlin. El punto culminante del evento fue el concierto de Jean-Michel Jarre cerca de la Universidad Estatal de Moscú, que atrajo a unos 3,5 millones de espectadores. El espectáculo militar-patriótico, que resaltaba el «poder del Estado», se integró perfectamente con las tecnologías de vanguardia y la cultura pop global.
El último día no fue menos pomposo. Se celebró un festival infantil en la avenida Vernadsky, y en la Plaza Roja tuvo lugar un desfile internacional de grupos étnicos con elefantes amaestrados, gaiteros y rituales nupciales de «naciones amigas». La plaza Manezhnaya tuvo una atmósfera vibrante, con actuaciones de reconocidas estrellas del género retro, mientras que la calle Tverskaya resonó con los éxitos populares de la década de 1990. Las festividades concluyeron con un gran espectáculo de rayos láser, con la imagen del icono de la Virgen de Vladímir flotando en el cielo, acompañado de la actuación final de Alla Pugacheva y el coro: «¡Somos tus hijos! ¡Somos tus hijos, Moscú!».
Los símbolos religiosos, imperiales y soviéticos reconstruidos se fusionaron en una corriente común de júbilo, dando forma a la «nacionalidad» escenificada de la nueva Rusia. La ideología y la propaganda del nacionalismo se incorporaron sutilmente a las festividades públicas, transformando estos eventos en un medio para consolidar simbólicamente el poder.
En 1997, poco antes de la celebración nacional, se aprobó el diseño del pasaporte ruso con la imagen del Kremlin. Como resultado, este símbolo quedó plasmado en el principal documento nacional. Fue así como se reconstruyó la identidad rusa y el Kremlin fue establecido como un símbolo visual de la nueva Rusia, conectando diferentes periodos de su historia.
Conclusión
Los regímenes pueden cambiar, pero el poder centralizado del Kremlin permanece inalterable. Este símbolo, que se ha convertido en parte del culto personal de Vladímir Putin, continúa reforzando el estatus de Moscú como centro del poder estatal mediante eventos regulares y pomposos como el Día de la Ciudad de Moscú, los Desfiles de la Victoria y el Día de la Unidad Nacional. Cambios arquitectónicos y acciones simbólicas, como la construcción de palacios, la reconstrucción de la Catedral de Cristo Salvador y la instalación de estrellas color rubí, sirven como representaciones visuales de las nuevas ideologías. El Kremlin es escenario de numerosos eventos significativos, como inauguraciones, reuniones con líderes mundiales y declaraciones sobre la «grandeza de Rusia». Estos eventos refuerzan la conexión del Kremlin con el poder estatal.
El Kremlin se ha convertido en símbolo de la permanencia del poder, y su influencia se mantiene constante a pesar de los cambios en su aspecto externo. Ya sea adornado con cruces, estrellas, la bandera tricolor o la bandera roja, el Kremlin sigue siendo un testimonio de la perdurable fuerza de la autoridad. Esta construcción arquitectónica y simbólica se ha convertido en el núcleo de la ideología rusa, combinando la identidad nacional con la noción de poder centralizado. Liberarse de la imagen impuesta del Kremlin como base para legitimar el poder es un paso importante para romper este vínculo. Si bien las propuestas de transformar el Kremlin en un museo y reubicar la sede del gobierno son solo planes actualmente, implementar cambios fundamentales en el país requiere una reevaluación de este símbolo icónico.
Es importante reconocer que la representación del Kremlin como una referencia histórica está más influenciada por percepciones que por información objetiva. Si bien la manipulación de la conciencia pública vincula al Kremlin con el poder estatal, romper este vínculo es esencial para repensar y liberar las identidades nacionales.
Nota: la versión original de este artículo, en inglés, se publicó en Posle Media, el 23/04/2025 y está disponible aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca.
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