La ingobernabilidad del capitalismo 4.0

Nueva Sociedad 315 / Enero – Febrero 2025

¿Vivimos tiempos más caóticos que nuestros antepasados? ¿Qué diferencia el capitalismo actual de sus versiones previas? ¿Se ha vuelto la democracia liberal una de esas instituciones y prácticas «tradicionales» que pueden obstaculizar el flujo del capital y deben ser removidas?

Alejandro Galliano

La ingobernabilidad del capitalismo 4.0

En tiempos recientes, las sociedades occidentales comparten la sensación de estar atravesando dos procesos simultáneos: por un lado, una aceleración tecnológica y económica; y por otro, una crisis de los valores e instituciones políticas de la democracia liberal, dominantes durante los últimos 40 años. Para muchos analistas, resulta irresistible vincular ambos procesos: o bien las nuevas tecnologías horadan la capacidad de gobierno de las instituciones democrático-liberales, o bien este sistema político, que Occidente consagró en la posguerra e intentó globalizar con relativo éxito, quedó obsoleto ante cambios tecnológicos y económicos que ya no puede contener. Convendría, sin embargo, no deslumbrarse por la novedad de la aceleración. En 1886, decía Werner von Siemens: «Esta ley, claramente reconocible, es la de la aceleración constante del actual desarrollo de nuestra civilización»1. Es más, se podría narrar la historia entera del capitalismo como la de las sucesivas crisis de ingobernabilidad que genera la disrupción técnica y económica, y las nuevas formas de gobernabilidad que esas mismas tecnologías hacen posibles. 

En 2001, al calor de la crisis de las puntocom, el colectivo anarquista Tiqqun publicó La hipótesis cibernética. Allí se sostiene:

La relación entre capitalismo y cibernética se ha invertido a lo largo del siglo: mientras que, tras la crisis de 1929, se construyó un sistema de informaciones sobre la actividad económica a fin de servir a la regulación –este fue el objetivo de todas las planificaciones–, la economía, tras la crisis de 1973, hace descansar el proceso de autorregulación social sobre la valorización de la información (…). El problema de la cibernética no es ya el de la previsión del futuro, sino el de la reproducción del presente. Ya no es cuestión de orden estático, sino de dinámica de autoorganización. El individuo ya no está acreditado por ningún poder: su conocimiento del mundo es imperfecto, sus deseos le son desconocidos, es opaco para sí mismo.2

Tiqqun se disolvió poco después del atentado contra las Torres Gemelas. Sus herederos de El Comité Invisible llamaron la atención del Buró Federal de Investigaciones (fbi, por sus siglas en inglés) y más tarde quedaron vinculados a un sabotaje ferroviario en Francia que terminó en arrestos y nueve procesos criminales3. Sus ideas tienen un antecedente, citado explícitamente: el Manual de supervivencia publicado por Giorgio Cesarano en 1974. Allí dice:

El capital quiere convertirse nada más y nada menos que en el gestor cibernético y cuantificador del «Otro», en el caldo de cultivo de las «comunas» autoanalíticas, donde cada uno autogestione su propia reestructuración descentrada (se transforme en una «terminal biológica» de la computadora que lo minimiza estadísticamente…).4

Cercano al operaísmo italiano y heredero tanto del marxismo como del vitalismo irracionalista fascista, Cesarano participó de la reflexión que siguió al reflujo de 1968, y en la crisis del Estado de Bienestar entrevió una nueva forma de gobernanza capitalista.

Medio siglo antes de Cesarano, en los albores del fordismo y en medio de la inquietante paz que se extendió entre las dos guerras mundiales, el periodista y funcionario estadounidense Walter Lippmann observó que el entorno tecnológico e informacional estaba evolucionando a una velocidad mayor que la especie humana y su capacidad para adaptarse: «La sociedad moderna no es visible para nadie ni inteligible de forma continuada como un todo (…). Ya es suficientemente malo hoy (…) estar condenado a vivir bajo un bombardeo de información ecléctica». Propuso usar ese mismo parque infotécnico para «fabricar consenso» mediante la propaganda de un gobierno dirigido por especialistas5. Y un siglo antes que Lippmann, el médico y geólogo escocés Andrew Ure publicó The Philosophy of Manufactures [La filosofia de las manufacturas], donde concebía la fábrica como un autómata, y la mecanización, como una vía de disciplinamiento humano por una fuerza autorregulada:

Por la debilidad de la naturaleza humana, sucede que cuanto más hábil es el trabajador, más obstinado e intratable tiende a volverse y, por supuesto, menos apto como componente de un sistema mecánico. El gran objetivo, por tanto, del fabricante moderno es, mediante la unión del capital y la ciencia, reducir la tarea de sus trabajadores al ejercicio de la vigilancia y la destreza.6

La aparente crisis de gobernabilidad que signa nuestro presente es otro capítulo de la dialéctica entre un flujo tecnoeconómico7 que estremece y eventualmente derriba las instituciones y valores existentes para gobernar a la sociedad, y los nuevos mecanismos de gobierno que ese flujo tecnoeconómico hace eventualmente posibles. Un repaso esquemático por esa dinámica nos permitiría ubicar mejor nuestra época y tratar de vislumbrar las posibles salidas.

Cuatro versiones del software capitalista

A fin de evitar caracterizaciones opacas como «neoliberalismo», «fordismo», «capitalismo manchesteriano» y un largo etcétera, voy a optar por periodizar cada fase y transformación del capitalismo como versiones de un mismo software. La metáfora se inspira en el ya olvidado concepto de «industria 4.0» que propuso Wolfgang Wahlster, director del Centro de Investigaciones de Inteligencia Artificial de Alemania, durante la Feria de Hannover de 2011. Y se fundamenta en que cualquier sistema económico es un conjunto de procedimientos para circular materia, energía e información (lo que comúnmente llamamos «riqueza»), esto es, un software, que debe instalarse en un hardware: un entorno más estable de instituciones, recursos, territorios, etc. De esa manera, el capitalismo es un software que debe desarrollar diferentes versiones para afrontar las sucesivas crisis que genera su propia disrupción. El capitalismo 1.0 corresponde al periodo de la llamada «Revolución Industrial», que se extendió durante la primera mitad del siglo xix, cuando los flujos mercantiles que se venían desarrollando desde el siglo xvii se consolidaron alrededor de un paradigma tecnológico (la máquina de vapor y, por extensión, la termodinámica) y un modelo de negocios (la empresa capitalista conducida por su propietario). La crisis de gobernabilidad del capitalismo 1.0 se vuelve evidente si reparamos en que nació en un entorno conflictivo (las guerras y revoluciones que se sucedieron desde 1756 hasta 1815) y los rasgos de su desarrollo acelerado (la mecanización de la producción, la globalización del comercio y la proletarización del trabajo) alteraron la estructura inveterada de las sociedades que iba incorporando en sus redes. Este es el problema que atacaron tanto Andrew Ure como Charles Babbage, Henri de Saint-Simon, Karl Marx y John Stuart Mill, entre otros, todos interesados en gobernar de una u otra manera a la nueva sociedad emergente con sus propias herramientas, pero gobernarla al fin.

Para mediados de siglo, un conjunto básico de instituciones (el patrón oro, la hegemonía británica y las sucesivas «leyes de pobres») ordenaron la aceleración del capital 1.0. Pero a mediano plazo, esa misma aceleración llevó a una saturación de la oferta, que desembocó en la gran depresión de fines del siglo xix. De esas crisis, y de los diferentes experimentos políticos y empresariales pensados para superarla, emergió el capitalismo 2.0, caracterizado por un nuevo y más complejo paradigma tecnológico (la electricidad, la motorización y la producción en serie) y un tejido institucional más robusto (Estados intervencionistas, grandes sociedades empresariales oligopólicas). Bajo el capitalismo 2.0, las empresas se trasnacionalizaron, y el consumo y el trabajo se masificaron. La nueva escala del capitalismo 2.0 dejó obsoleta la hegemonía británica para garantizar un orden global y produjo tensiones entre las naciones y en el seno de las sociedades que desembocaron en la gran crisis de 1914-1945 (guerras, revoluciones, cracks financieros). Esa crisis de gobernabilidad se resolvió recién durante la Segunda Guerra Mundial con la consolidación de Estados Unidos dentro de un sistema aparentemente bipolar (desde la década de 1960, la Unión Soviética estuvo económica y tecnológicamente a la zaga, y militarmente a la defensiva). Las preocupaciones de Lippmann y de John Maynard Keynes sobre la viabilidad de un sistema de semejante escala encontraron eco en el complejo tejido de instituciones públicas nacionales e internacionales montado en Bretton Woods a los fines de garantizar la gobernanza nacional y global del capitalismo 2.0. Pero semejante peso institucional no pudo evitar que el orden fuera cediendo en los bordes: desde fines de la década de 1960, la periferia del mundo comenzó a resistir la hegemonía estadounidense, la disciplina laboral comenzó a resentirse en las grandes plantas industriales y los nuevos actores de la sociedad de masas (estudiantes, trabajadoras, jubilados) reclamaron mayores beneficios. El peso fiscal de las instituciones que intentaban atender esos conflictos mediante la intervención militar (warfare state) o la compensación económica (welfare state) se hizo intolerable para el capital, que aprovechó sus redes transnacionales para evadirse de cualquier regulación estatal. Fue una crisis de gobernabilidad de la periferia, el trabajo y el capital. 

La salida que encontró el capital para esa crisis dio lugar al capitalismo 3.0, basado en un nuevo modelo de negocios: la empresa conectada a flujos financieros globales y adaptada a ciclos de negocios cortos mediante la tercerización, el offshoring y la mercantilización creciente de áreas enteras de la sensibilidad humana, desde el ocio con el turismo hasta la imaginación con la publicidad. De alguna manera, se consagró la «cibernética» que Cesarano denunció en los años 70 y que Tiqqun vio crecer a fines del siglo xx. Alrededor de este modelo de negocios se desarrollaron nuevas tecnologías (la microelectrónica, la informática, los organismos genéticamente modificados), nuevas instituciones internacionales o viejas instituciones adaptadas al nuevo sistema financiero global (la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional, el Sistema de la Reserva Federal, la Bolsa de Valores de Nueva York). Los sistemas fiscales nacionales también se reconvirtieron: dejaron de distribuir la riqueza hacia abajo para estimular la demanda agregada y comenzaron a hacerlo hacia arriba, recortando gastos sociales para poder reducir impuestos al capital y estimular la inversión. También se mantuvo la vieja hegemonía estadounidense, golpeada por la crisis de los años 70 pero revitalizada por el colapso del bloque comunista a fines de los años 80. Se trataba de un sistema sumamente frágil e inestable que para principios del siglo xxi se sostenía en redes financieras tan aceleradas como volubles y un endeudamiento sistemático de los Estados, los individuos y las empresas. 

La crisis de 2008 vino a dar por tierra con el capitalismo 3.0. El capitalismo 4.0 es el que está naciendo de aquella crisis que ya va por su segunda década. Sería fácil citar la supuesta aseveración del líder chino Zhou Enlai con aquello de que «es demasiado pronto para opinar» (en referencia a la Revolución Francesa), pero la crisis de gobernabilidad global es demasiado evidente como para suspender los juicios hasta que el búho de Minerva despliegue sus alas. Cualquier análisis histórico de un presente que se precipita hacia el futuro corre el riesgo de quedar obsoleto, pero aun así vale la pena intentarlo. 

El paradigma tecnológico de nuestra época parece acomodarse alrededor de la llamada «inteligencia artificial» (ia), en rigor, el aprendizaje automático de redes enfocado a funciones específicas. La ia viene a expandir un sistema ciberfísico ya en curso, de creciente integración de objetos y personas con la web mediante plataformas. La difusión y adopción, muchas veces experimental, de la ia en diferentes modelos de negocios altera tanto las formas de las empresas (que pueden prescindir crecientemente de activos gracias a la digitalización y a un sistema de fondeo en los flujos financieros globales), como de producción, de consumo y, finalmente, de subjetividad. Estas microeconomías y modelos de negocios son posibles por una infraestructura física de escala casi planetaria compuesta por cables submarinos, centros de datos, satélites, antenas, servidores, etc., y una disputa abierta en torno de la hegemonía que va a gobernar a este capital global. Esas son las bases de la actual crisis de gobernabilidad.

De la precarización a la posnormalidad

Para caracterizar someramente la ingobernabilidad del capitalismo 4.0, voy a delimitar dos tendencias que considero nodales, aunque de ninguna manera agotan los rasgos del sistema: la precarización global y la deriva de la web. Son dos denominaciones arbitrarias, empecemos por la primera. Precarización es un concepto normativo porque supone el deterioro de una condición normal (sea el trabajo formal, el mejoramiento de las condiciones materiales, la previsibilidad de ciertos procesos en las vidas de las personas, etc.). Denunciar una «precarización» muy extendida en el tiempo o dentro de la sociedad implica asumir que esa «condición normal» está dejando de serlo. 

En la actualidad, el deterioro de la «normalidad» es impulsado por dos factores estructurales y globales. El primer factor es la crisis climática, un fenómeno difícil de fechar y que dista de ser nuevo, pero cuyos efectos (inundaciones, sequías, variaciones térmicas atípicas, reducción de la biodiversidad) ya forma parte de los cálculos y considerandos de gobiernos y empresas. También hay una extendida conciencia de que no se trata de fenómenos naturales, sino de la irrupción de fuerzas planetarias en las que se entrelazan procesos naturales con factores artificiales o humanos: emisiones de dióxido de carbono, epidemias sintetizadas por el tráfico global, humedales sepultados que inundan ciudades. Es evidente que estos procesos precarizan la existencia humana al resquebrajar el soporte material de nuestra civilización y de nuestras vidas individuales: una nueva inundación o incendio forestal desplaza poblaciones enteras, una nueva variación de virus puede devenir en una epidemia, etc. El segundo factor es la digitalidad como paradigma tecnoeconómico, del cual el aprendizaje automático por redes es solo una parte. La difusión y aplicación de estas tecnologías a diferentes modelos de negocios y su impacto en la economía ya fueron muy estudiados8: la empresa se jibariza en startup, los ciclos de negocios se acortan, las intermediaciones (logística, comercialización) se saltean, se destruyen más empleos de los que se generan y se desalariza a los nuevos trabajadores. Es la famosa «disrupción» que, más allá de sus ecos schumpeterianos y su sesgo ideológico, describe una dinámica de inestabilidad y precarización. 

Ya en la década de 1990, los epistemólogos Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz hablaron de la «era posnormal» o «posnormalidad» para designar una escala de problemas que escapan a los parámetros de la ciencia normal y el enfoque de los especialistas9. En la medida en que la precarización se universaliza montada sobre dos fenómenos estructurales, globales y de tendencia creciente como la crisis climática y la disrupción tecnológica, el problema epistemológico que Funtowicz y Ravetz diagnosticaron hace más de 30 años se transforma en un problema global: la voz de los expertos se deteriora, la incertidumbre deja paso a la lisa y llana ignorancia, los datos se vuelven blandos y los valores sociales se vuelven duros. Pudimos verlo en 2020 en los debates sobre aislamiento social y vacunación obligatoria, lo habíamos visto con anterioridad en los debates sobre la crisis climática, y al parecer lo veremos de manera cada vez más frecuente en cada tema supuestamente consensuado durante los años de hegemonía democrática liberal. Para Ravetz y Funtowicz esta ingobernabilidad responde a la contradicción principal de la modernidad: queremos vivir mejor y tenemos los medios técnicos para hacerlo, pero desconocemos el impacto material de esos medios. Eso nos lleva al segundo factor de ingobernabilidad.

Una rápida y canónica historia de la internet comienza en 1969, cuando dos universidades de la Costa Oeste norteamericana lograron conectar sus computadoras para comunicarse en el marco del programa arpanet, desarrollado por el Departamento de Defensa al calor de la Guerra Fría. Veinte años más tarde, en un contexto de distensión geopolítica y mayor accesibilidad de las tecnologías, Tim Berners-Lee creó una serie de protocolos y lenguajes que conectaban esa información en una telaraña de hipertextos, la web. Si en 1969 arpanet había descubierto un mundo inmaterial, en 1990 la web trazó las calles y señales de tránsito que nos permitirían pasear por él tranquilos y seguros. Berners-Lee era totalmente consciente del sentido político de su innovación: hacer la internet accesible para todos. A partir de 2001, luego de la crisis de las puntocom, con la consiguiente concentración del sector digital en un puñado de big techs, y en medio del giro securitario posterior al atentado contra las Torres Gemelas, se comenzó a cocinar la web 2.0: redes sociales y plataformas que ya no comparten sus datos con la web y retienen al usuario dentro de ellas mediante una multitud de gadgets y funcionalidades internas. Prima aquí el llamado diseño centrado en el usuario10, la retroalimentación constante de la experiencia de los usuarios con las interfaces digitales. Fue la primera deriva de la web: si Berners-Lee hizo de internet una ciudad, las plataformas son barrios privados que explotan recursos públicos sin contribuir a su desarrollo.

Desde entonces, se acumularon análisis de diferente tono y calidad que hablan del deterioro de la web como espacio de intercambio y su efecto sobre los usuarios como nuevo sujeto social. Desde la «enshittification» («mierdificación» o decadencia de las plataformas) (Cory Doctorow), la «silicolonización del mundo» (Éric Sadin) y el «capitalismo de vigilancia» (Shoshana Zuboff), hasta enfoques más complejos y atractivos como el «tecnofeudalismo» (Cédric Durand), el «tecnoceno» (Flavia Costa) o el «nanofundismo» (Agustín Berti)11A priori, todos esos análisis se enfocan en la capacidad de control social de las nuevas tecnologías. Existe un ecosistema digital envolvente que permite capturar datos de cada uno de nosotros, fundirlos en un mazacote estadístico y retornarlos a un individuo redefinido como perfil de targeting, que va desde un potencial cliente hasta un posible terrorista. El volumen de información extraída de los usuarios de internet y procesada permite cruzar y escalar los viejos datos biométricos con los nuevos datos conductuales registrados por la digitalidad. El resultado es un sujeto plano y transparente, del que es más importante predecir la conducta que comprender los motivos.

Sin embargo, sería un error considerar al nuevo sujeto como arcilla dócil en las manos del algoritmo. La web 2.0 es un recipiente de sitios y programas formateado por sus usuarios, que fueron diseñando plataformas y aplicaciones, y transformando una red pensada para el intercambio y el sharing de agradables sujetos neoliberales en un espacio de reafirmación identitaria y farmeo de seguidores12. Lo mismo puede decirse de muchas redes sociales, videojuegos, etc. Se fue reemplazando una lógica de comunicación masiva e industrial (pocos medios masivos produciendo información homogénea para muchos usuarios) por la horizontalización de la red: todos los usuarios produciendo información customizada para pequeños grupos. El feedback dentro de ese ecosistema derivó en una conectividad cada vez menos orientada al intercambio y más hacia la reafirmación de un «yo» tribal y emocional, sobrepasado de información polémica que no puede absorber. Tiene que elegir, más allá de cualquier evidencia. Y en el ejercicio de esa libertad no racional rompe cualquier predictibilidad y ordenamiento colectivo. El mismo ecosistema tecnológico que nos hizo transparentes para un algoritmo nos hizo opacos para nosotros mismos.

Varios analistas incorporan ese entorno tecnológico como un factor de la ingobernabilidad actual. Para William Davies, la sobrecarga informativa no solo desautorizó a las voces expertas con un flujo de datos tan precisos como variables, sino que permitió «personalizar» la verdad. En el siglo xxi, la autoridad de los datos dejó de ser un sol que brilla para todos y pasó a ser un conjunto de estrellas fugaces alrededor de cada uno13. Para Martin Gurri, en algún momento del siglo xxi las nuevas tecnologías le dieron voz a un público masivo, que abandonó el rol pasivo al que lo había reducido durante ese siglo el mainstream de instituciones autorizadas y concentradas que Gurri llama el «Centro». Ahora ese público se organiza en sectas de opinión marginales, que el autor llama «Frontera»: «El resultado es una parálisis por desconfianza. Ya está claro que la Frontera puede neutralizar al Centro, pero no reemplazarlo. Las redes pueden protestar y derrocar, pero no gobernar. La inercia burocrática confronta al nihilismo digital. La suma es cero»14.

Los análisis de Davies y Gurri, si bien relativamente recientes, todavía toman como marco la ya vieja web 2.0. Hoy entramos en una tercera deriva de ese entorno digital. La ia no hace más que extremar las tendencias sociales de la web 2.0. Se trata de una tecnología –el aprendizaje automático por redes– que viene desarrollándose desde 1943, pero que conoció un «invierno» de desinversión durante las décadas de 1970 y 1980, cuando cundió la desconfianza en poder replicar el funcionamiento neuronal con electrodos. El desarrollo de la web en los años 90 proveyó a esas redes de un volumen de datos hasta entonces inasequible, y así volvió la primavera de la ia. En 2012, un equipo encabezado por Geoffrey Hinton y asociado a Google presentó una red neuronal artificial capaz de reconocer objetos con 70% más de precisión que otras redes. Nacía el «aprendizaje profundo»: el procesamiento en paralelo por parte de varias redes neuronales y el entrenamiento de los algoritmos mediante retropropagación hacia un objetivo concreto. El diseño centrado en el usuario sigue siendo fundamental: «No vamos a comprender plenamente el potencial y los riesgos sin que los usuarios individuales jueguen realmente con ella», dice Alison Smith, responsable de ia de la consultora Booz Allen Hamilton15. Esta nueva primavera de la ia se alimenta de los datos y contenidos que brotan del seno de la web. Los sesgos y estereotipos, la desinformación deliberada, la violación de los derechos de autor y la agresividad son parte de los nutrientes que asimila.

Si hasta hace 10 años la ciudadela de internet se preocupaba por la piratería, los discursos de odio y las teorías conspirativas que asolaban a suburbios como 4chan o Megaupload, ahora ese material emana de los edificios del centro: Google, Microsoft, Meta, Amazon, Alibaba, Baidu y Tencent. Todos embarcados en una carrera por desarrollar una tecnología que amplifica un solo insumo: nosotros mismos, la sinrazón humana. Si la web se enlazó desde el principio con el sustrato irracional de la humanidad, la ia digiere esa internet para dar lugar a algo humano, demasiado humano. E ingobernable.

«China o el caos»: en busca de una gobernabilidad 4.0

Gurri considera que esta nueva ingobernabilidad puede derivar tanto «en el caos como en China». La dicotomía es pertinente. Por un lado, están aquellas proyecciones que se enfocan en el nuevo paradigma tecnoeconómico como mecanismo de control y ven a China como un laboratorio replicable en Occidente. Un ecosistema digital semicerrado, con aplicaciones nativas (Baidu, Weibo, TikTok), centros de datos propios, empresarios voraces y una ingente cantidad de datos que quedan dentro del mismo ecosistema, gestionado por un Estado con menos trabas legales para intervenir en ese ecosistema y en la vida de sus usuarios16. Si China pudo desarrollar su propio ecosistema digital, otros también lo van a intentar. Más aún cuando hay nuevas playas por conquistar: la ia y la computación cuántica, entre otras. La desglobalización que caracteriza el capitalismo 4.0, con su reshoring y sus disputas por la hegemonía, puede extenderse también a la web. Este modelo de gobernabilidad cerrado y desglobalizado puede permitir que resurja cierto grado de diversidad tecnológica y cultural, luego de medio siglo de homogenización global de las tecnologías y los consumos17. Pero también puede plantear problemas de gobierno mundial, al fragmentar el capitalismo 4.0 en bloques competitivos entre sí, sin una hegemonía clara que los regule.

Por otro lado, está la opción caótica: hacer de la ingobernabilidad una gobernabilidad en sí misma. Uno de los ensayos mejor vendidos al respecto es Los ingenieros del caos, del consultor ítalo-suizo Giuliano da Empoli. Esencialmente descriptivo y considerablemente superficial en su conceptualizaciones, el libro toma a varios «ingenieros del caos» (Gianroberto Casaleggio18, Dominic Cummings19, Steve Bannon20, Milo Yiannopoulos21), asesores políticos o especialistas en marketing que entendieron que en la opinión pública digital y en la nueva política «el juego ya no consiste en unir a las personas en torno de un denominador común, sino, por el contrario, en inflamar las pasiones de tantos grupos como sea posible y luego sumarlos, incluso a los predeterminados. Para obtener una mayoría, no convergerán hacia el centro, sino que se unirán con los extremos». Una vez más, el entorno digital es determinante para esta ingeniería del caos:

estos ingenieros del caos están en camino de reinventar la propaganda adaptada a la era de las selfies y las redes sociales y, como consecuencia, transformar la naturaleza misma del juego democrático. Su acción es la traducción política de Facebook y Google. Es naturalmente populista, porque, al igual que las redes sociales, no admite ningún tipo de intermediación y sitúa a todos en el mismo plano.22

Aquí también convendría no exagerar la novedad: ya en 1942 Franz Neumann consideraba que la estructura y práctica de poder del régimen nacionalsocialista alemán era esencialmente caótica. Si se trata de gobernar mediante el caos, la inflamación de pasiones y la destrucción de intermediaciones, también contamos con un modelo oriental: la Gran Revolución Cultural Proletaria china que Mao Zedong proclamó y condujo entre 1966 y 1976, una exaltada movilización de juventudes y milicias no solo contra los restos de la cultura burguesa (el Partido Comunista Chino estaba en el poder desde 1949), sino contra cualquier forma de autoridad (la familia, la docencia, los expertos e intelectuales) y, en especial, contra los propios dirigentes del Partido, sospechados de querer burocratizar la revolución como lo había hecho el «revisionismo» soviético posterior a Stalin. En el centro de esa espiral de caos se reforzaban el liderazgo y poder personal del propio Mao. Dentro de los modestos límites materiales de la República Popular China, el maoísmo también explotó su entorno tecnológico: el gobierno instaló un sistema de altoparlantes en el techo de cada edificio de departamentos, en las escuelas rurales y las bases militares que transmitía la radio estatal a todo volumen desde las 6 de la mañana23.

Como modelo para Occidente, la ingeniería del caos maoísta no tiene mucho que aportar: se extinguió en su propio apetito de destrucción, hizo colapsar económicamente a la nación y no pudo evitar la efectiva burocratización de la dirigencia comunista. 

Para el politólogo Roland Lew, sin embargo, el maoísmo involuntariamente sentó las bases para el posterior desarrollo acelerado del capitalismo en China: destruyó gran parte de las instituciones tradicionales que pudieran obstaculizar el flujo del capital y disciplinó tanto a la sociedad como a la dirigencia comunista en la supervivencia y flexibilidad ante la inestabilidad constante24. Mientras Rusia saltó de un comunismo planificado a un capitalismo caótico, China pudo transicionar desde un comunismo caótico a un capitalismo planificado. Quizás la mayor lección maoísta que pueda extraer Occidente sea que la ingeniería del caos allane el camino a un capitalismo 4.0 ordenado. Y es difícil no pensar que la democracia liberal hoy se perciba como una de esas instituciones y prácticas tradicionales que pueden obstaculizar el flujo del capital.

Nota: este artículo resume las ideas presentadas en La máquina ingobernable. Historia de cuatro capitalismos, El Gato y la Caja, Buenos Aires, 2024.

  • 1.Cit. en Reinhart Koselleck: Aceleración, prognosis y secularización, Pre-Textos, Valencia, 2003, p. 39.
  • 2.Tiqqun: La hipótesis cibernética, varias ediciones, 2015, p. 23.
  • 3.Cyril Castelliti y Pierre Gautheron: «L’ombre du Comité invisible plane sur la jeunesse radicale en Street Press», 9/5/2017.
  • 4.G. Cesarano: Manual de supervivencia, La Cebra / Kaxilda, Donostia-Adrogué, 2023, p. 66.
  • 5.Barbara Stiegler: Hay que adaptarse. Tras un nuevo imperativo político, La Cebra, Adrogué, 2023.
  • 6.A. Ure: The Philosophy of Manufactures: Or, An Exposition of the Scientific, Moral, and Commercial Economy of the Factory System of Great Britain [1835], B. Franklin, Nueva York, 1969.
  • 7.El concepto de «flujo tecnoeconómico» refiere «al modelo de ‘producción indirecta’ de Böhm-Bawerk, en el que el ahorro y la tecnicidad eran integrados en un proceso social único (el desvío de recursos desde el consumo inmediato hacia la mejora del aparato productivo). Como consecuencia de esto, la tecnología y la economía, en tanto componentes fundamentales del capital, presentan un carácter distintivo formal y específico bajo las condiciones históricas de la escalada capitalista. Esta dinámica indisolublemente emparejada es tecnoeconómica». Nick Land: Teleoplexia: ensayos sobre aceleracionismo y horror, Holobionte, Madrid, 2021, p. 27 (traducción modificada).
  • 8.Solo por citar un pequeño número de libros y artículos representativos: Daron Acemoglu y David Autor: «Skills, Tasks and Technologies: Implications for Employment and Earnings», nber Working Paper No 16082, 6/2010; Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne: «The Future of Employment: How Susceptible Are Jobs to Computerisation?» en Technological Forecasting and Social Change vol. 114, 2017; Loukas Karabarbounis y Brent Neiman: «The Global Decline of the Labor Share» en The Quarterly Journal of Economics vol. 129 No 1, 2014; Andrew McAfee y Erik Brynjolfsson: Machine, Platform, Crowd: Harnessing Our Digital Future, W.W. Norton & Co, Nueva York, 2017; Nick Srnicek: Capitalismo de plataformas, Caja Negra, Buenos Aires, 2018.
  • 9.S.O. Funtowicz y J.R. Ravetz: «Science for the Post-Normal Age» en Futures vol. 25 No 7, 1993.
  • 10.Donald A. Norman y Stephen Draper (eds.): User Centered System Design: New Perspectives on Human/Computer Interaction, Lawrence Erlbaum Associates, Hillsdale, 1986.
  • 11.C. Doctorow: «‘Enshittification’ Is Coming for Absolutely Everything» en The Financial Times, 8/2/2024; É. Sadin: La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital, Caja Negra, Buenos Aires, 2018; S. Zuboff: La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder, Paidós, Barcelona, 2020; C. Durand: Tecnofeudalismo. Crítica de la economía digital, La Cebra / Kaxilda, Adrogué-Donostia, 2021; F. Costa: Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida, Penguin Random House, Buenos Aires, 2021; A. Berti: Nanofundios. Crítica de la cultura algorítmica, La Cebra, Adrogué, 2022.
  • 12.El término proviene de la palabra inglesa farm, que significa «cultivar» [n. del e.].
  • 13.W. Davies: Estados nerviosos. Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad, Sexto Piso, Madrid, 2019.
  • 14.M. Gurri: La rebelión del público. La crisis de la autoridad en el nuevo milenio, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2023.
  • 15.Will D. Heaven: «These Six Questions Will Dictate the Future of Generative ai» en MIT Technology Review, 19/12/2023.
  • 16.Ver Simone Pieranni: Espejo rojo. Nuestro futuro se escribe en China, Edhasa, Buenos Aires, 2021 y Kai-Fu Lee: Superpotencias de la inteligencia artificial, Deusto, Barcelona, 2020.
  • 17.Ver Yuk Hui: Fragmentar el futuro. Ensayos sobre tecnodiversidad, Caja Negra, Buenos Aires, 2020.
  • 18.Emprendedor y especialista en comunicación italiano, fue cofundador del Movimiento 5 Estrellas. Falleció en 2016.
  • 19.Estratega político británico, consejero jefe del primer ministro del Reino Unido Boris Johnson (2019-2022).
  • 20.Estratega político, ex-asesor de Donald Trump y publicista de las nuevas derechas radicales.
  • 21.Influencer y polemista británico gay de extrema derecha, hoy en declive.
  • 22.G. Da Empoli: Los ingenieros del caos, Oberon, Madrid, 2020.
  • 23.Ying Zhu: Dos mil millones de ojos. La historia de la Televisión Central de China, Eudeba, Buenos Aires, 2015.
  • 24.R. Lew: «¿Cómo alcanzó China su sorprendente solidez?» en Le Monde diplomatique edición Cono Sur, 10/2004.

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