
Magister, Educador, Catedrático y Escritor Miembro del PRM y Asesor en temas educativos, con una sólida vocación docente y experiencia en procesos pedagógicos.

Poeta
El techo lentamente iba cediendo
Casi no aguantaba más
Mostró debilidad
Pedacitos de su esencia caían como llovizna de avisos
Delicadamente, en algunas cabezas
Dejando rastros en el suelo
Pues no quería lastimar a nadie
Lo repitió en varias ocasiones
Sí, su quebrantar no era un secreto
Pero ¿a quién le importó?
Días después su cuerpo cansado
Dio luz verde al implacable peso
Y sin fuerzas se dejó caer
Sobre los alegres
El polvo abrazó el aire
Como si quisiera ocultar la tragedia
Las risas se ahogaron en el eco
Y el silencio tomó el control
Los escombros contaban historias
De juegos, de secretos, de tardes eternas
Ahora detenidas bajo el peso
De aquello que todos ignoraron
Pero el techo…
Ese techo que tanto resistió
Que tanto avisó
No cayó por enojo
Cayó por cansancio
Y entre ruinas y suspiros viejos
Se escuchaba un susurro invisible:
“No era mi intención”
Mientras el sol, desde lo alto,
Con tristeza alumbraba
Los restos de un lugar
Que pudo haberse salvado
Si tan solo alguien…
Hubiera mirado hacia arriba.
El tiempo pasó…
El polvo se asentó,
Pero el vacío permanecía intacto.
Los colores, las luces,
La música que alguna vez reinó
Ahora eran solo ecos apagados
En un espacio herido.
Los nombres…
Esos nombres que antes reían,
Que bailaban sin mirar al techo,
Ahora vivían en listas,
En flores marchitas,
En lágrimas de desconocidos.
Nadie volvió a mirar igual
Un techo viejo.
Nadie volvió a confiar del todo
En las paredes que guardan secretos.
Y el lugar…
Ese lugar que fue fiesta,
Quedó solo en la memoria.
Frío.
Silencioso.
Marcado.
Como un recordatorio triste,
Como un susurro eterno
Que repite sin cesar:
“No era mi intención…”
Pero a veces —solo a veces—
El olvido pesa más
Que cualquier techo cansado.
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