Francisco, el primer papa del Sur global

abril 2025

Cuando Francisco asumió como papa, la Iglesia católica enfrentaba una severa crisis, producto de los escándalos de abuso sexual que involucraban a diversos sacerdotes y a irregularidades económicas cometidas por el Banco Vaticano. En su papado se mostró cercano a la cuestión social y concitó el rechazo de los tradicionalistas. El Colegio Cardenalicio, encargado de elegir a su sucesor, tiene el toque de Francisco, pero el resultado es incierto.

Dean Dettloff

<p>Francisco, el primer papa del Sur global</p>

El papa Francisco, pontífice de la paz y los pobres, falleció el Lunes de Pascua tras una lucha heroica por su vida desde que sufrió una crisis médica en febrero.

El día anterior, el Domingo de Resurrección, el papa se había reunido con el vicepresidente estadounidense J.D. Vance, un católico converso con quien se había enfrentado en los últimos meses, en especial por los derechos y el trato dado a los inmigrantes por el gobierno de Donald Trump. Elegido el 13 de marzo de 2013, Francisco deja un estilo papal definido por su cercanía a las personas que sufren. En su último mensaje de Pascua, pidió la paz en varios conflictos en todo el mundo y reiteró su constante demanda de un alto el fuego en Gaza. Casi todas las noches, el papa hablaba por teléfono con los feligreses de la única parroquia católica de Gaza, la Sagrada Familia, donde los palestinos se refugian de las bombas israelíes desde 2023. Su última llamada a la parroquia fue el Sábado Santo, día en que los cristianos recuerdan el descenso de Jesucristo a los infiernos.

Ya en 2014, el papa Francisco sugirió que solo le quedaban dos o tres años antes de «partir a la casa del Padre». Sin embargo, las cosas fueron diferentes y Francisco se encontró conduciendo a la Iglesia en varias conferencias internacionales (fallidas) sobre el cambio climático. Además, guio los destinos de la Iglesia mientras atravesaba una pandemia y sobrellevaba la guerra en Ucrania, el auge del populismo de derecha y el genocidio en Gaza. Pontífice de alto impacto mediático global, Francisco ganó reputación por ser un particular crítico de una economía global que «mata», como él mismo lo expresó con crudeza en Evangelii gaudium, una de sus primeras exhortaciones evangélicas.

La pérdida que representa su muerte es palpable en un momento en que el mundo sigue fragmentándose a un ritmo vertiginoso, con Estados Unidos tratando de forma desesperada de revivir sus apetitos imperiales y desmantelando erráticamente su propio gobierno federal, mientras otras potencias compiten por una nueva posición en un orden mundial cambiante. Al tiempo que crecen las especulaciones sobre su posible sucesor, el mundo se pregunta quién emergerá en un momento como este como el líder de la comunidad cristiana más grande del planeta.

Francisco será recordado como un papa pionero. Después de casi 500 años, fue el primer jesuita en convertirse en pontífice. Asociada desde hace mucho tiempo con la educación, la orden de los jesuitas se comprometió con la justicia social en la segunda mitad del siglo XX, el mismo periodo en que Francisco, entonces conocido como Jorge Bergoglio, ascendió al sacerdocio. Con la publicación de Laudato si' hace diez años, Francisco presentó la primera encíclica papal dedicada centralmente a la crisis climática. Que Bergoglio haya adoptado el nombre de San Francisco de Asís fue un hecho apropiado: se trataba de otro reformador con un gran corazón para los pobres y para los bienes de la creación.

Sin embargo, quizá lo más importante es que, al ser originario de Argentina, fue el primer papa moderno de un país no europeo y el primero de América Latina. Se trasladó a Roma desde una región que a menudo se vio envuelta en conflictos con sus dos predecesores debido a su papel como cuna de la Teología de la Liberación, hacia la que el Vaticano adoptó una actitud disciplinatoria. Y es muy probable que no sea el último papa del Sur global. Durante su mandato, Francisco llevó a cabo una silenciosa transformación geográfica del órgano decisorio más importante de la Iglesia católica: el Colegio Cardenalicio, el grupo de hombres responsables de deliberar y elegir al próximo papa.

Durante su pontificado, Francisco completó el Colegio Cardenalicio, compuesto por 252 hombres (y sí, todos son hombres), y ahora 135 de sus miembros tienen menos de 80 años, lo que les permite votar al próximo papa. El resto puede participar en las deliberaciones, pero no votar. La última promoción de cardenales fue nombrada el 8 de diciembre, y la mayoría de los elegidos por el papa Francisco fueron no europeos. 80% de los que elegirán al próximo pontífice fueron nombrados por él.

La Iglesia católica es famosa por su lentitud a la hora de cambiar, y también lo es por los debates sobre la modificación de sus intrincados mecanismos burocráticos. El cónclave no es una excepción. Los pontífices Juan Pablo II y Benedicto XVI cambiaron la forma de elegir al papa. Actualmente, en un proceso que no fue modificado por Francisco, un candidato necesita dos tercios de los votos para ser elegido, a menos que se produzcan 33 votaciones consecutivas sin alcanzar ese resultado, en cuyo caso la elección pasa a una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados. El proceso ha sido criticado por comentaristas como el sacerdote jesuita Thomas Reese por abrir la puerta a una elección polarizada, en lugar de dar lugar a un proceso de discernimiento cuidadoso y colectivo.

Muchos de los cardenales nombrados por el papa Francisco son los primeros de sus países, diócesis y comunidades. Por nombrar solo algunos, el obispo Toribio Ticona Porco, de Bolivia, se convirtió en el primer cardenal de un pueblo indígena de América Latina; el arzobispo Wilton Gregory se convirtió en el primer cardenal afroestadounidense; el arzobispo Anthony Poola se convirtió en el primer cardenal procedente de la casta dalit de la India, y el arzobispo chileno Natalio Shomali Gharib es el primer cardenal de origen palestino.

Aunque la proporción no es perfecta y Europa sigue estando sobrerrepresentada, los cambios demográficos del Colegio Cardenalicio reflejan los de la Iglesia católica en general. En Europa, el número de católicos está disminuyendo, mientras que la fe está creciendo en el resto del mundo. En Canadá, el catolicismo evidencia un ascenso, no por los conversos nacidos en el país, sino por la inmigración procedente del Sur global, que llena los bancos de las iglesias, que de otro modo estarían vacíos. Una mayoría cada vez más abultada de católicos vive fuera del hemisferio occidental, aunque la distribución de los recursos humanos de la Iglesia (es decir, los sacerdotes) sigue estando sesgada hacia el Norte global. Al cambiar la demografía de los responsables de elegir al próximo pontífice, el papa Francisco ha iniciado lo que sin duda será un largo y arduo proceso para que la Iglesia católica se alinee institucionalmente con la realidad geográfica de sus fieles. El papa Francisco fue el primer papa del Sur global; su sucesor será el primero elegido por un cónclave sin mayoría de europeos.

El papa Francisco también ha ascendido a algunos de sus principales simpatizantes y colaboradores, como su compañero jesuita Michael Czerny y, más recientemente, al teólogo y sacerdote dominico Timothy Radcliffe. Sin embargo, sería un error suponer que todos los cardenales que elegirán al próximo papa están alineados y unidos ideológicamente. El enfoque reformista de Francisco se ha caracterizado por su compromiso con el diálogo y la diferencia, lo que ha frustrado tanto a las facciones conservadoras como a las progresistas dentro de la Iglesia. Además de disciplinar a ciertos críticos conservadores –el caso más famoso es la excomunión del desacreditado teórico de la conspiración, el arzobispo Carlo Maria Viganò–, también ha frenado las reformas más profundas de obispos más progresistas, como los de Alemania, que han intentado impulsar cambios relacionados con las mujeres y las uniones entre personas del mismo sexo. Independientemente de si los cardenales de Francisco comparten sus posiciones, las tendencias ideológicas de un cónclave son complejas. Al fin y al cabo, fue un cónclave con cardenales elevados por los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, a menudo considerados representativos de un ala más conservadora de la Iglesia católica, el que eligió a Bergoglio.

A la hora de formar el próximo cónclave papal, que tendrá la tarea de encontrar un líder capaz de seguir gestionando eficazmente estos desacuerdos, Francisco se decantó claramente por un colegio más diverso geográficamente y se esforzó por encontrar cardenales en los márgenes, pero su agenda ha tenido una recepción variada entre los obispos del Sur global.

Tomemos África, por ejemplo. El papa Francisco encontró fuertes aliados en cuestiones económicas, como el destacado prelado cardenal Fridolin Ambongo, de la República Democrática del Congo, quien ha argumentado que la extracción descontrolada de minerales críticos en África está creando «mártires modernos». Sin embargo, también se encontró con una fuerte oposición al plantear la posibilidad de que los sacerdotes bendigan las uniones entre personas del mismo sexo, una medida que ha sido rechazada enérgicamente por los obispos africanos, que han publicado una declaración colectiva en la que afirman sin ambigüedades que «no habrá bendición para las parejas homosexuales en ninguna iglesia de África».

Sin duda, los cardenales con capacidad de elegir al próximo pontífice debatirán las divisiones dentro de la Iglesia y en el mundo en general cuando se reúnan para determinar quién debe ser el próximo obispo de Roma. A pesar de sus numerosos esfuerzos, Francisco le deja a su sucesor una larga lista de desafíos.

Al igual que su homónimo, el papa Francisco emprendió un ambicioso programa de reformas y, como el propio San Francisco, tuvo que aprender las difíciles lecciones de institucionalizar el fervor que impulsó esas reformas. Tras la sorprendente renuncia al papado de Benedicto XVI, Francisco heredó una Iglesia que se enfrentaba a múltiples crisis. En 2013, el escándalo de los abusos sexuales sistémicos seguía pesando mucho sobre la reputación de la Iglesia, y sigue haciéndolo ahora.

Pero también había problemas menos mediáticos que la afectaban. El Banco Vaticano, una institución propensa a los escándalos, siguió siendo motivo de vergüenza, como lo demostró el prolongado juicio del Vaticano contra diez acusados de diversos delitos relacionados con una inversión inmobiliaria en Londres, entre ellos un cardenal de alto rango. Aunque Francisco intentó, con resultados dispares, sacar a la Iglesia de las narrativas polarizadoras del siglo XX, las diferencias ideológicas en la Iglesia se han acentuado, con puntos conflictivos relacionados con el papel de la mujer, la autorización para celebrar misas en latín y otras cuestiones. En el peor de los casos, algunos de los críticos más acérrimos de Francisco, entre los que se encuentran varios obispos católicos, han argumentado que el papa estaba socavando la fe, una acusación que le valió a Joseph Strickland la destitución de su cargo como obispo de Tyler, Texas, en 2023. Pero, contrariamente a las fantasías de la derecha católica, el papa también fue criticado por su enfoque de ofrecer interpretaciones más bien caritativas de las enseñanzas de la Iglesia sobre cuestiones vinculadas al rol de las mujeres, la sexualidad o la identidad de género –lo que la escritora católica Kaya Oakes denomina popesplaining–, en lugar de abrir la posibilidad de cambiarlas.

Francisco también trató de hacer frente a algunos de los legados más difíciles y preocupantes de la Iglesia católica, incluido su papel en el colonialismo. En un discurso pronunciado en 2015 durante una visita a Bolivia, el papa latinoamericano pidió perdón por la complicidad de la Iglesia en la colonización de América, y especialmente por los abusos cometidos contra los pueblos indígenas. En el avión de regreso a casa tras una delicada visita a Canadá, un país conmocionado por la conciencia pública de las brutales condiciones en los internados –la mayoría de los cuales estaban dirigidos por órdenes religiosas católicas–, Francisco utilizó la palabra «genocidio» para describir los intentos de alienar a los pueblos indígenas de sus lenguas, cultura y costumbres. A lo largo de sus numerosos viajes –fue uno de los papas más viajeros de la historia—, habló habitualmente de los efectos persistentes del neocolonialismo y se opuso a la explotación de las personas y de la tierra en el Sur global, reprendiendo al Norte.

Sin embargo, aquí tampoco las reformas resultaron fáciles, y Francisco tuvo que lidiar con un catolicismo reaccionario y recalcitrante, que se expresó plenamente cuando, en medio del desarrollo de una reunión en el Vaticano sobre el catolicismo y la religión amazónica, un católico italiano de extrema derecha robó una estatua indígena y la arrojó al río Tíber en Roma. Conseguir una Iglesia institucional que se parezca más a las personas que la integran no será fácil, dados los siglos de estructuras coloniales creadas y utilizadas por la Iglesia católica para impregnar el mundo y mantener un modelo de poder eurocéntrico. Se necesita algo más que el papado de Francisco para deshacer o desmantelar esas estructuras.

Una de las contribuciones más duraderas de Francisco, diseñada en parte para abordar estos conflictos, está dada por su último gran proyecto: el Sínodo sobre la Sinodalidad. Aunque «sínodo» es normalmente un término burocrático reservado a las reuniones de obispos para debatir cuestiones de doctrina, procedimiento o enfoque, Francisco recuperó su significado original del griego syn (juntos) y hodos (viaje o camino), componiendo una palabra que expresa la tarea de «caminar juntos». El Sínodo sobre la Sinodalidad ha dado prioridad a la inclusión de una multitud de voces ajenas a la jerarquía católica, incluida la participación sin precedentes de laicos y mujeres.

Descrito por su biógrafo, Austen Ivereigh, como «el ejercicio deliberativo más grande de la historia», el proceso de tres años consistió en recabar opiniones y reflexiones sobre el estado de la Iglesia católica en todos los rincones del mundo, un proceso acogido con entusiasmo por algunos y con ferviente oposición por otros, incluso dentro de la jerarquía católica. Tras su conclusión en Roma a finales de 2024, Francisco renunció al privilegio papal habitual de preparar un documento que resumiera los planteos del sínodo e interpretara sus resultados finales, permitiendo en su lugar que el documento colectivo que surgió de los debates se mantuviera por sí mismo como autoridad, una posición francamente radical en favor de una Iglesia más deliberativa. Aun así, el proceso no estuvo exento de críticas, que señalaron que dejar de lado cuestiones excepcionalmente controvertidas como la ordenación de las mujeres y las enseñanzas de la Iglesia sobre las personas LGBTI+ y aplazarlas a una cumbre futura no permitía un debate verdaderamente abierto y honesto.

Hay un dicho popular en la Iglesia católica que dice que cada papa corrige los errores del anterior. Se trata de una intuición tentadora, dada la situación actual de la democracia mundial, en la que la política de extrema derecha está ganando terreno frente a los progresistas, que han perdido popularidad o no han sabido ofrecer perspectivas políticas convincentes.

Pero quien ocupe la silla de San Pedro será elegido por aquellos en quienes Francisco ha depositado su confianza. El cónclave será una prueba del discernimiento de Francisco más que un referéndum sobre su enfoque, y aunque los resultados son difíciles de predecir, dada la gran cantidad de electores, es difícil imaginar un cónclave que dé lugar a una simple venganza de la derecha, por mucho que lo deseen los tradicionalistas o lo teman los escépticos.

Al igual que Francisco, el próximo papa heredará una Iglesia plagada de escándalos, esfuerzos a medio terminar y divisiones. Sin embargo, será elegido por un cónclave que reflejará mejor la población católica de todo el mundo, un resultado que es el núcleo de lo que el papa Francisco –el primer papa del Sur global, comprometido con caminar juntos– buscaba lograr.

Nota: la versión original de este artículo, en inglés, se publicó en The Nation, el 22/4/2025 y está disponible aquí. Traducción: Mariano Schuster.


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