mayo 2025
A los 83 años, el senador por Vermont ha ocupado el vacío que dejó la dirección del Partido Demócrata tras la derrota a manos de Donald Trump. Si bien la gira «Fighting Oligarchy» busca articular el rechazo al mandatario estadounidense y a las políticas de Elon Musk, se propone también pasarle el testigo a Alexandria Ocasio-Cortez, representante joven de las nuevas sensibilidades demócratas progresistas.
Patrick Iber

Tras la victoria de Donald Trump en las elecciones de noviembre de 2024, el Partido Demócrata se enfrentó a un enorme vacío de liderazgo. Joe Biden se había deteriorado demasiado, física y mentalmente, como para seguir siendo un comunicador público eficaz. Kamala Harris desapareció tras su dolorosa derrota. Barack Obama mantenía un relativo silencio. ¿Quién podía hablar en nombre del partido, herido tras otra derrota a manos de Trump? Muchos demócratas parecían comportarse como si la política siguiera su curso normal, a pesar de que habían denunciado constantemente que el nuevo presidente representaba una amenaza para la democracia. ¿No creían, entonces, realmente lo que decían?
Cuando Trump asumió el cargo, le dio amplios poderes a Elon Musk, quien había gastado más de 250 millones de dólares en su campaña, para dirigir una agencia inventada. El Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) desmanteló agencias gubernamentales consideradas parte del «Estado profundo» políticamente progresista: cooperación internacional, protección del consumidor y educación. Aunque el gasto en salarios es una pequeña fracción del presupuesto federal -entre 4% y 5%-, los empleados fueron despedidos en oleadas masivas y arbitrarias. Dado que los empleados federales están repartidos por todo el país, los representantes republicanos que celebraban reuniones públicas para sus electores pronto se enfrentaron a multitudes enfurecidas, preocupadas por la pérdida de puestos de trabajo, los servicios básicos y la propia ilegalidad del DOGE. Los líderes republicanos aconsejaron a los legisladores que evitaran celebrar reuniones públicas. A mediados de abril, tres manifestantes fueron retirados por la fuerza, con pistolas Taser, de un acto organizado por la congresista de extrema derecha Marjorie Taylor Greene, mientras que en otros lugares los votantes celebraron reuniones con sillas vacías como forma de protesta simbólica.
En este contexto, el primer político de la oposición en dar un paso al frente fue el senador Bernie Sanders. Aunque Sanders es técnicamente independiente y se identifica como socialista democrático, había sido leal al presidente Biden y había hecho lo que pudo por Kamala Harris. En los últimos días de la campaña de Harris, tuvo que soportar a multitudes enfadadas con él por no haber confrontado públicamente al gobierno, por ejemplo, por su apoyo a la guerra de Israel en Gaza. Cuando el intento de Harris de atraer tanto a republicanos descontentos como a votantes más centristas fracasó en conseguir una mayoría electoral, Sanders comenzó inmediatamente a hablar de forma más directa y crítica sobre el Partido Demócrata. Esto fue galvanizador en un momento en que los líderes demócratas han tenido que enfrentarse a un número récord de demócratas insatisfechos con su propio partido.
Siempre ha sido uno de los puntos fuertes de Sanders, que ahora tiene 83 años, dirigirse al tipo de votante de Trump que se ha enfrentado al declive económico y a la deslocalización industrial. El senador por Vermont admite con mayor franqueza que la economía no beneficia a todos, a diferencia de los demócratas convencionales. Pero mientras que el Partido Republicano ha construido su marca apelando a este tipo de votantes con una política de resentimiento de clase en la que la clase se define principalmente por el nivel educativo, Sanders insiste en que lo que sigue importando es la explotación económica. Son «los multimillonarios» -se ha vuelto difícil pensar en la palabra sin oírla con el acento no rótico de Bernie como «billionaiahs»- los responsables de las desigualdades del país y de la incompleta red de seguridad social. El desmedido poder de los ultrarricos sobre el sistema político no podía tener mejor ejemplo que el hecho de que Musk, el hombre más rico del planeta, se dedique a eliminar puestos de trabajo de clase media como profesores, guardias forestales y funcionarios públicos.
Otra de las fortalezas de Sanders es su capacidad para atraer a grandes multitudes. Así, a finales de febrero, en un momento en el que prácticamente ningún otro demócrata tenía una estrategia pública para enfrentarse a Trump, Sanders volvió a la carretera. Comenzó su gira «Fighting Oligarchy» [Enfrentar a la oligarquía] no en zonas muy progresistas, sino en distritos electorales controlados por los republicanos, que ahora parecían tener miedo de hablar con sus propios votantes.
El objetivo era presionar a los republicanos para que cuestionaran a Trump y el DOGE. Por ejemplo, Sanders visitó Kenosha, Wisconsin, el 7 de marzo pasado. La ciudad, de unos 100.000 habitantes, fue en su momento un centro de fabricación de automóviles con mano de obra sindicalizada, pero ahora alberga un almacén de Amazon y se ha decantado claramente por Trump. Sin embargo, el significado de la gira cambió rápidamente cuando se hizo evidente que Sanders estaba captando algo mucho más grande. Las multitudes que atraía superaban las expectativas. En lugar de teatros, se trasladó a estadios. Y luego, al aire libre. Añadió algunas ciudades tradicionalmente demócratas a la lista y fue recibido por 34.000 personas en Denver, Colorado, y 36.000 en Los Ángeles, esta última la mayor multitud de su carrera política, incluidas sus dos campañas presidenciales. Pero también hubo multitudes enormes en lugares menos esperados: 20.000 en Salt Lake City, Utah; 26.000 en Folsom, California, una zona obrera del valle central; 9.100 en Missoula, Montana, y más de 12.000 personas en un condado de Idaho donde Trump obtuvo 72% de los votos. La representante de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez comenzó a acompañarlo en todos los mítines, haciéndose eco de su llamado a una renovación política. «Una concentración extrema de poder, codicia y corrupción se está apoderando del país como nunca antes», afirma Ocasio-Cortez.
El mensaje fundamental de Bernie no ha cambiado mucho. «Hoy en día tenemos una economía que funciona muy bien para la clase de los multimillonarios», dijo a los asistentes al festival de música de Coachella, «pero no para las familias trabajadoras». Reclama salud pública como derecho humano, lo que supondrá enfrentarse a las compañías de seguros. Impulsa medidas contra el cambio climático, lo que implicará un choque con las empresas de combustibles fósiles. Y ahora pide el fin de la guerra en Gaza, lo que -aunque no lo dice en voz alta- requerirá enfrentarse también al Partido Demócrata. Allí donde va, el equipo organizador de Sanders recoge los nombres y datos de contacto de los asistentes, les comunica otros eventos contra Trump y los anima a seguir activos políticamente. Ha hecho falta alguien crítico del Partido Demócrata para movilizar a sus votantes.
Uno de los logros de la gira ha sido demostrar -como ya revelaron las campañas primarias de Sanders- que la coalición anti-Trump sigue existiendo y está dispuesta a enfrentarse a él a pesar de su victoria en noviembre. «Estamos viviendo un momento de extraordinario peligro», dijo Sanders a la multitud en Los Ángeles, «la forma en que respondamos a este momento no solo afectará nuestras vidas, sino también las de nuestros hijos y las generaciones futuras». Y aunque nadie ha igualado su capacidad para atraer a las multitudes, otros demócratas han adoptado desde entonces posturas más abiertamente opositoras. El senador Cory Booker, de Nueva Jersey, habló durante 25 horas consecutivas desde el Senado; el senador Chris Van Hollen, de Maryland, visitó el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) de El Salvador para hablar con Kilmar Abrego García, residente en Maryland, que fue deportado por el gobierno de Trump debido a un error administrativo y se ha convertido en un símbolo de las injusticias del nuevo régimen de deportaciones. La entusiasta respuesta a la gira de Sanders ayudó a disipar parte del miedo a Trump, incluso entre quienes no comparten plenamente su visión política.
Parte del objetivo de la gira es también pasar el testigo progresista a Ocasio-Cortez. Sanders es demasiado mayor para volver a presentarse a la Presidencia. Ocasio-Cortez, de 35 años, es probablemente demasiado joven. (Los siguientes pasos más realistas para Ocasio-Cortez serían asumir mayores responsabilidades en la Cámara de Representantes, como la Presidencia del Comité de Supervisión, o disputar el escaño en el Senado de Chuck Schumer, que enfureció a las bases demócratas con su decisión de aprobar un proyecto de ley presupuestaria mientras DOGE operaba al margen de la ley). Las encuestas muestran que el apoyo a Ocasio-Cortez ya no se limita a la franja socialista del partido, sino que su figura es muy apreciada por los demócratas en general. En una encuesta realizada en abril, 19% de los demócratas y los independientes de tendencia demócrata afirmaron que ella «refleja mejor los valores fundamentales» del partido, más que cualquier otro candidato, incluidos Kamala Harris (elegida por 17%) o Barack Obama (identificado por 7%). Algunos republicanos a quienes solía gustarles presentar a Ocasio-Cortez como la cara del Partido Demócrata, en un intento de hacerlo parecer una fuerza extremista, ahora empiezan a preocuparse de que tenga el talento necesario para responder a la creciente reacción contra Trump, quien, tras solo 100 días, ya ha perdido un apoyo significativo.
El ascenso de Ocasio-Cortez también pone de relieve divisiones dentro del partido sobre la mejor manera de enfrentar a Trump. Sanders y Ocasio-Cortez creen que republicanos y demócratas están demasiado comprometidos con los intereses corporativos. Y tienen cierto atractivo para las personas que sienten que no representan «el sistema»: tras la elección de Trump, Ocasio-Cortez recibió comentarios de muchas personas que habían votado por ella y por Trump, elogiando a ambos por su «autenticidad». «Muchos políticos de ambos lados del espectro se sienten amenazados por el aumento de la conciencia de clase», publicó la representante por Nueva York en sus redes sociales a finales de abril.
Prácticamente todos los demócratas coinciden en que el partido debe esforzarse más por elaborar un mensaje económico convincente. Pero no todos están de acuerdo en usar términos como «conciencia de clase». La senadora Elisa Slotkin, de Michigan, ha criticado el planteo «antioligárquico» de Sanders, afirmando que suena como una palabra propia de una sala de profesores y que no resonará entre los estadounidenses de a pie. Quiere que el partido deje de ser, como ella lo describe, «débil y woke» (weak and woke). Se avecina una compleja batalla entre quienes creen que el público ansía volver a la normalidad tras Trump y quienes consideran que su reelección demuestra la necesidad de una reforma profunda del sistema. Los debates en el partido siguen girando alrededor de si el partido es «demasiado centrista» o «demasiado izquierdista». (La respuesta es sin duda ambas cosas, dado que se trata de un partido nacional que intenta llegar a muchos públicos, algunos de los cuales piensan que es demasiado centrista y otros que es demasiado izquierdista).
En su clásico trabajo de ciencias políticas de 1986, Paper Stones: A History of Electoral Socialism [Piedras de papel: una historia del socialismo electoral] Adam Przeworski y John Sprague afirmaban claramente: «Ningún partido político ha ganado nunca una mayoría electoral con un programa que ofreciera una transformación socialista de la sociedad». Todos los partidos de izquierda que han obtenido la mayoría han tenido que encontrar formas de atraer a la clase media. En realidad, su programa es de corte socialdemócrata y dista de ser radical según estándares globales. Sin embargo, nadie sabe cómo serán las elecciones con Trump en el cargo, ni si aceptará los resultados si pierde. Nadie sabe qué puede pasar de aquí a las próximas elecciones de medio término, ni cuál es la mejor manera de mantener unida la coalición anti-Trump. Pero, de momento, 72% de los demócratas encuestados prefieren figuras como Sanders y Ocasio-Cortez, a quienes ven como luchadores más firmes por las prioridades del partido, en lugar de a aquellos que intentan encontrar puntos en común con Trump. La gente seguirá debatiendo el contenido de lo que se dice en los mítines «Fighting Oligarchy». Pero la estrategia parece haber funcionado.
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