mayo 2025
El enfrentamiento entre indios y pakistaníes -dos ejércitos con armas nucleares- se originó en el largo conflicto de Cachemira, pero a ello se suman la política hinduista radical e islamófoba del régimen de Narendra Modi y las veleidades de dictador del jefe del Ejército de Pakistán, Asim Muni.
Tariq Ali

La India y Pakistán se preparan para la guerra. El casus belli es, una vez más, la región en disputa de Cachemira. El control de esta región ha sido desde 1947 el principal obstáculo para la normalización de las relaciones entre ambos Estados. El 22 de abril, un grupo de militantes cachemires atacó y mató a 26 turistas que disfrutaban de la belleza de los prados floridos, los arroyos cristalinos y las montañas nevadas de Pahalgam. La responsabilidad del atentado fue reivindicada por una organización poco conocida llamada Frente de Resistencia, que luego desmintió su propia declaración y afirmó no haber tenido relación alguna con el hecho.
Esto supuso una afrenta personal para Narendra Modi (cuyo historial incluye haber liderado, como ministro jefe de esa región, la matanza de unos 2.000 civiles en la masacre de Gujarat de 2002, y haber sido durante mucho tiempo defensor de los pogromos antimusulmanes). Modi, un nacionalista hindú de extrema derecha que cumple ahora su tercer mandato como primer ministro de la India, había declarado anteriormente que ya no existía ningún problema grave en Cachemira. Su solución final -revocar el estatus autónomo de la región en 2019- había tenido éxito.
Nada justifica la matanza de los turistas de Pahalgam, y muy pocos cachemires o musulmanes indios apoyarían acciones de este tipo. Pero es necesario conocer el contexto histórico para comprender la situación general de la provincia. Incluso Israel tiene un periódico crítico como Ha’aretz. La India de Modi, no. Cachemira sigue siendo un tema intocable. Esta provincia de mayoría musulmana nunca ha podido decidir su propio destino, tal y como prometieron los líderes del Partido del Congreso en el momento de la independencia. En cambio, fue dividida entre las nuevas repúblicas de la India y Pakistán tras una breve guerra en la que el comandante británico del ejército pakistaní se negó a participar, dejando que una fuerza irregular enfrentara a las tropas regulares indias. El conocido pacifista Mahatma Gandhi bendijo la invasión india.
Los artículos 370 y 35A de la Constitución india debían garantizar el estatus especial de Cachemira, entre otras cosas negando a los no cachemires el derecho a comprar propiedades y establecerse allí, pero estos artículos fueron derogados. Esto se combinó con una brutal represión de cualquier muestra de descontento, lo que convirtió Cachemira en un estado policial con presencia militar constante y cercana. Los asesinatos y las violaciones eran habituales. Y se han hallado fosas comunes.
Valientes ciudadanos indios (como la escritora Arundhati Roy, el ensayista Pankaj Mishra y otros) denunciaron sin descanso estos crímenes. La antropóloga Angana Chatterji ha citado numerosos ejemplos descubiertos durante su trabajo de campo entre 2006 y 2011. «Muchos se han visto obligados a presenciar la violación de mujeres y niñas de su familia. Una madre a la que, según se informa, se ordenó presenciar la violación de su hija por parte de miembros del ejército, suplicó que liberaran a su hija. Se negaron. Entonces ella imploró que no la obligaran a mirar y pidió que la sacaran de la habitación o la mataran. El soldado le puso una pistola en la frente, le dijo que le concedería su deseo y la mató a tiros antes de proceder a violar a su hija».
Pero este acto no fue considerado ilegal. La Ley de Fuerzas Armadas (Poderes Especiales) de 1958 otorga impunidad a los defensores uniformados del Estado central en «zonas conflictivas», ratificada por el Tribunal Supremo de la India.
La estrategia de Modi en 2019 fue inundar Cachemira de tropas indias, imponer bloqueos, arrestar a líderes locales y periodistas e infundir suficiente terror en la población para garantizar que no hubiera protestas que pudieran provocar objeciones de las potencias occidentales. El objetivo era convertir el valle en el centro lechero de todo el país. La represión parecía haber funcionado, hasta ahora.
El gobierno indio está convencido de que los asesinatos fueron orquestados por el ejército pakistaní. Hasta ahora no se han aportado pruebas, pero la acusación es más plausible que la respuesta pakistaní de que se trató de una operación de falsa bandera. Para añadir más confusión, el 24 de abril, el ministro de Defensa de Pakistán, Khwaja Asif, confirmó en la televisión británica que Pakistán tenía una larga historia de entrenamiento y financiación de este tipo de organizaciones terroristas, diciendo: «Llevamos tres décadas haciendo este trabajo sucio para Estados Unidos». Unos días más tarde, Asif también predijo una «incursión» india en Pakistán, para luego retractarse.
Políticos indios de casi todos los colores están pidiendo la guerra. Shashi Tharoor, miembro del Partido del Congreso y ex-funcionario de alto rango de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ha declarado: «Sí, se derramará sangre, pero más de ellos que de nosotros». El ánimo popular exige una guerra de venganza corta y contundente. Se ha hecho referencia con aprobación al genocidio de Israel en Gaza, pero es más probable que se siga otro modelo. Después de que Israel bombardease la embajada iraní en Damasco en abril de 2024, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) se apresuró a organizar una respuesta cuidadosamente controlada por parte de Irán, con las defensas aéreas estadounidenses, francesas, británicas y jordanas en la región preparadas para derribar los drones y misiles iraníes que se acercaran.
El Ejército y la Fuerza Aérea de la India están actualmente planificando un ataque, pero podría ser del tipo iraní. Los generales retirados se jactan de las reservas de drones en manos indias. La medida más extrema que se está debatiendo es ocupar la Cachemira controlada por Pakistán y unirla con la parte hermana ocupada por la India. Las amenazas de cortar el suministro de agua a Pakistán son pura bravuconería y la réplica del diputado pakistaní Bilawal Bhutto -«si no fluye el agua, fluirá su sangre»- fue inmadura y estúpida, incluso para un ex-ministro de Asuntos Exteriores.
La prensa india ha afirmado que un incendiario discurso público pronunciado el 17 de abril ante la diáspora pakistaní por parte del general y jefe del ejército de Pakistán, Asim Munir, fue la señal para Pahalgam. Otros, entre ellos un ex-mayor del Ejército pakistaní, Adil Raja, afirman que el ataque fue una iniciativa personal de Munir para reforzar su propia posición y allanar el camino para una nueva dictadura militar. Al parecer, la agencia de inteligencia de Pakistán se opuso a ello. ¿Control de daños o verdad?
Es difícil de decir, aunque el espantoso discurso de Munir ofrece algunas pistas.
El discurso buscaba dejar en claro a los pakistaníes expatriados adinerados que el Ejército gobierna el país. Es probable que parte del público haya sido contratado para ovacionar los comentarios inusualmente burdos, groseros e ignorantes del general. Ningún dictador militar pakistaní había hablado así. El general Ayub Khan, formado en Sandhurst, era moderado y secular. El general Yahya Khan era muy entretenido cuando estaba borracho y evitaba aparecer en público. El general Zia-ul-Haq era un sádico religioso, pero estaba desesperado por llegar a un acuerdo con la India: denunciar a los hindúes no era su estilo. El general Musharraf era esencialmente laico, relativamente culto y muy interesado en un acercamiento con la India.
El intento del general Munir de hacerse pasar por una versión pakistaní en uniforme de Modi fue un fracaso estrepitoso. Hizo tres afirmaciones, todas ellas plagadas de repugnantes mentiras nacionalistas. En primer lugar, afirmó que los hindúes eran y siempre habían sido el enemigo, y que los musulmanes nunca podrían convivir con ellos. Esta es la inversión de la afirmación de Modi de que todos los musulmanes indios son conversos del hinduismo y deben volver a la antigua fe. Alguien debería haber educado al general: los musulmanes coexistieron con los hindúes y, más tarde, con los sijs durante casi 12 siglos antes de 1947. El periodo mogol (odiado tanto por Modi como por los fundamentalistas islámicos) dio lugar a ejércitos integrados por generales y soldados hindúes y musulmanes que defendían el imperio creado por los musulmanes.
El islam se extendió tan rápidamente que muchas tradiciones y rituales preislámicos de África occidental, Europa, la India, China y el Sudeste asiático se incorporaron a la nueva religión. La versión exclusivamente wahabí1 de la historia que se enseña hoy en Pakistán es estrecha y falsa. Hubo muchos casos de culto conjunto de santos por parte de hindúes y musulmanes en algunas partes de la India prebritánica e incluso más tarde. Esta versión absurda de la historia islámica perjudica enormemente a los pakistaníes, tanto dentro como fuera del país. Es una de las razones por las que tantos jóvenes musulmanes son incapaces de combatir la islamofobia.
El general Munir se refirió a Cachemira de la siguiente manera: «Será nuestra vena yugular, no la olvidaremos, no abandonaremos a nuestros hermanos cachemires en su lucha histórica». En realidad, la mayor parte de los cachemires han vivido bajo el dominio indio desde agosto de 1947. La Cachemira controlada por Pakistán no encaja en la metáfora anatómica del general. Se podría comparar más acertadamente con un conducto redundante del hígado del general Yahya2.
La tercera referencia, ultraemotiva, se refería a la inviolabilidad de la «teoría de las dos naciones», que era la base ideológica de Pakistán. Pero esta fue violada por el Ejército pakistaní en 1970, cuando se negó a reconocer el hecho de que los bengalíes de Pakistán Oriental (luego Bangladesh) habían obtenido la mayoría absoluta en las elecciones de ese año. Fue la negativa del general Yahya a aceptar el resultado lo que provocó enormes masacres de musulmanes bangladesíes a manos de sus supuestos hermanos de Pakistán Occidental, seguidas de una guerra civil y la intervención india. Ese fue el fin de la teoría de las dos naciones. Contrariamente a lo que el general le dijo a su audiencia, lejos de salvar a Pakistán, el alto mando del Ejército lo ha llevado al borde de la ruina política y económica. Se debería haber facilitado a los expatriados reunidos ante el general una lista de los jefes del Ejército pakistaní que se han jubilado convertidos en multimillonarios.
Aceptemos, a efectos de este debate, que el ataque de Pahalgam fue una operación pakistaní. ¿Por qué ahora? Funcionarios pakistaníes alegan que la India está detrás del Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA), una guerrilla nacionalista que busca la independencia de esta provincia suroccidental de Pakistán3. La acción más audaz del BLA ocurrió el 13 de marzo, cuando descarrilaron un tren en el remoto paso de Bolán y tomaron como rehenes a pasajeros civiles. Sus unidades han atacado con regularidad campamentos militares y estaciones de ferrocarril, pero esta atrocidad en particular estuvo minuciosamente planificada. Pakistán está convencido -y muchos observadores coinciden- de que la India arma y financia al BLA. Además, la especulación sobre la actividad naval china en el puerto de Gwadar lleva a algunos a sospechar que Estados Unidos también podría estar entre los financistas del grupo. Decenas de trabajadores chinos han sido asesinados por nacionalistas baluchis.
El panorama es complejo y Pakistán dista de ser inocente en la creación de este cóctel letal. Pero como descubrieron los nacionalistas kurdos, no existe una verdadera independencia en el mundo actual: los kurdos se han aliado con Israel y Estados Unidos en Iraq y Siria. El BLA enfrenta dilemas similares; expulsar a China de Gwadar no puede ser su único objetivo. Los viejos nacionalismos progresistas y descolonizadores desaparecieron hace mucho tiempo. Para los baluchis, la elección se reduce a Pakistán o la India, más sus respectivos aliados. Al igual que en las regiones kurdas, los líderes designados se enriquecerán mientras el pueblo sufre. Baluchistán probablemente no será diferente, y sus minerales y recursos subterráneos serán explotados por gigantes multinacionales. Basta mirar a Iraq.
¿Fue el ataque de Pahalgam, en Cachemira, una represalia por el atentado en el paso de Bolán un mes antes? Es posible. ¿Resolverá algo una guerra, incluso si la India lograra anexar una pequeña porción más de la Cachemira que ocupa? Lo dudo. Entre bastidores, la India le ha ofrecido a Pakistán un acuerdo con los siguientes términos: «Aceptemos el statu quo y reconozcamos la Línea de Control (frontera) como permanente. Luego firmemos un tratado de paz, abramos el comercio, eliminemos las restricciones al cricket pakistaní e implementemos viajes sin visa». Me han informado que el Ejército pakistaní estuvo tentado, pero también dividido sobre esta cuestión. La facción que considera Cachemira como «nuestra vena yugular» fue la que prevaleció.
Para la mayoría de los cachemires, la mejor solución sería un estado autónomo unificado, con sus necesidades de seguridad garantizadas tanto por Pakistán como por la India, y la reinstauración de los artículos 370 y 35A en la Constitución india. ¿Demasiado bueno para ser verdad? Quizás. Pero las alternativas son inalcanzables o peores.
Durante las últimas protestas contra el gobierno autoritario de Modi en India, tal como ocurrió tras la caída de la dictadura militar de Muhammad Zia-ul-Haq en Pakistán, en 1988, estudiantes y otros ciudadanos, hindúes, musulmanes, cristianos y sijs, se reunieron a ambos lados de la frontera para recitar un poema de Faiz Ahmad Faiz, denunciado por los seguidores de Modi como «antihindú»:
Nosotros lo veremos / Seguro que lo veremos / el día prometido / grabado en piedra al principio de los tiempos / Nosotros seremos testigos del día / en que la poderosa montaña de opresión y crueldad / será arrasada como algodón / cuando bajo nuestros pies, los de los oprimidos / la tierra se moverá, palpitará y temblará / Cuando sobre las cabezas de los que gobiernan / truenos y relámpagos destellarán y rugirán / Y solo quedará el nombre de Dios / que está a nuestro alrededor y oculto de nosotros / que es tanto el espectáculo como el público / Y se alzará el lema: «Yo soy la verdad» / Y eso significa yo, y eso significa tú / Y el pueblo de Dios gobernará por fin / Y eso significa yo, y eso significa tú / Seguro que nosotros veremos ese día.
Nota: la versión original de este artículo, en inglés, se publicó en Sidecar, el blog de la New Left Review el 3/5/2025 y está disponible aquí. Traducción: Mariano Schuster.
- 1.Movimiento religioso revivalista dentro del Islam sunita [N. del E.].
- 2.Agha Yahya Khan fue eleigido como tercer presidente de Pakistán desde 1969 hasta la secesión de Pakistán Oriental (Bangladesh) en 1971, y la derrota de Pakistán en la guerra indo-pakistaní de ese mismo año. Se lo considera responsable de los asesinatos masivos en Bangladesh durante la guerra de independencia de ese país en 1971 [N. del E.].
- 3.Se trata de una organización laica, con influencias de los movimientos de liberación nacional y de ciertas influencias de la izquierda revolucionaria [N. del E.].
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