
Por: Alfonso Tejeda
22 enero 2025
A finales de los años ‘80s del siglo pasado, el otrora dinámico periódico El Nacional de Ahora tenía un anuncio que simulaba un rascacielos “construido” con ejemplares de esa publicación, y con un texto soberbio en el que se autoproclamaba como “el dominicano que más alto se ve en la ciudad de Nueva York”.
Para esa época, los periódicos dominicanos tenían una potente presencia en la difusión pública de temas que provocaban la atención del lector, quien, a su vez, reconocía en los medios tradicionales una fuente de información confiable, y los periódicos dominicanos que entonces llegaban a la ciudad neoyorkina, eran esperados con fruición.
La comunidad dominicana en “La capital del mundo” entonces bullía contagiada por el incremento de la migración, la efervescencia política, un creciente auge económico expresado en el negocio de la bodega, disponibilidad de trabajos en factorías y otros centros, la incursión del narcotráfico y la presencia cotidiana de agrupaciones merengueras en centros de diversión.
Ese era el panorama reinante entre los migrantes dominicanos de esos años a “La ciudad que nunca duerme”, que, sin embargo, también dejaba ver otra cara de ese fenómeno, que, en minoría, potenciaba un perfil que ya es más definido y reporta otras características que colocan a ese segmento en niveles más amplios de participación y de influencia.
Ya para entonces, el doctor Rafael Lantigua estaba inserto en un nicho académico y profesional que se abría a dominicanos que entendían y luchaban por hacer de esa plaza un escenario en el que la diáspora dominicana puede participar más allá de las tareas marginales que esa atosigante sociedad reserva a la mayoría de los inmigrantes.
El reciente decreto 20-25, en el que Luis Abinader propone la nominación de embajadores en cuatro países, entre ellos Estados Unidos, revela una sorpresa que puede convertir parte de esa decisión presidencial en un trago amargo para la comunidad dominicana en Nueva York, y en sectores de República Dominicana.
Es que la designación del doctor Lantigua, como embajador en Italia, va a repercutir en limitaciones del liderazgo que la comunidad dominicana tiene en La Gran Manzana, dónde el destacado y servicial médico se ha ganado un prestigio profesional, académico, político y social, que lo han convertido en un referente.
Lantigua es un hombre sencillo, nacido en el sector San Carlos de La Capital, y apenas graduado en medicina en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), emigró del país en 1972, para desarrollar en Nueva York una trascendente labor caracterizada por la superación profesional, en y desde la prestigiosa Universidad de Columbia y el afamado hospital Presbiteriano, enclavado este en Washington Heights, donde todavía reside una gran cantidad de dominicanos.
Raffy, como lo llaman muchos en la Gran Manzana, es una especie de padre Billini, para ayudar a pacientes de enfermedades que en República Dominicana se hacen muy costosa de tratar, es enlace para conectar instituciones dominicanas con pares neoyorkinas, siempre activo en el apoyo a organizaciones comunitarias y un referente del poder político en el Partido Demócrata.
Su humildad y disposición para con los demás se catapultaron cuando se conoció su dedicación médica y solidaria a acompañar a su amigo entrañable, el doctor José Francisco Peña Gómez en el fatal proceso de salud que padeció el líder político, acompañamiento que ha hecho con otros y otras que han necesitado de sus conocimientos y conexiones en la ciudad de Nueva York, pero que, con su designación como embajador dominicano en Italia, ahora podrían limitarse.
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